A la fiesta de Trump todos estamos invitados

A la fiesta de Trump todos estamos invitados

Los mexicanos fueron los primeros a los que les llegó la invitación, pero del resto, que nadie se aflija sintiéndose excluido o plato de segunda mesa: tarde o temprano, a todos nos llegará nuestra tarjetita dorada, y entre todos acabaremos por pagar la factura completa de la fiesta de Trump.

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Foto: ISTOCK

Los mexicanos fueron los primeros a los que les llegó la invitación, pero del resto, que nadie se aflija sintiéndose excluido o plato de segunda mesa: tarde o temprano, a todos nos llegará nuestra tarjetita dorada, y entre todos acabaremos por pagar la factura completa de la fiesta de Trump.

Es verdad que una y la misma fiesta parecerá sin embargo distinta a cada uno de los invitados según les vaya en el baile. Hoy pocos recuerdan, por ejemplo, uno de los episodios más asombrosos de la historia de los animales: la vez que el león invitó a un almuerzo campestre y festivo a todas las gacelas de la llanura.

-¿Y cuál va a ser el menú? -preguntó una gacela soñadora.

-¡Deja que te sorprenda! -le contestó el león.

-¿Y no va a ir nadie más que nosotras? -insistió otra gacela alborozada.

-Los buitres no están invitados, pero esos seguro vendrán -replicó enigmático el león-; lo único es que llegarán más tarde... a al final de la fiesta.

Al león, por cierto, no hay quien le gane en cuanto a la perfecta concisión, belleza y vigor expresivo de su título: "rey de la selva". Ahí ya está todo dicho y muy bien dicho. Muy diferente el caso de Seth, aquel personaje regio de Merienda de negros, la novela satírica de Waugh, el cual se presentaba en sus cartas y proclamas como: "Emperador de Azania, jefe de los jefes de los sakuyus, señor de Wanda y tiranos de los mares, licenciado en Letras por la Universidad de Oxford".

Un título o un epíteto tienen que ser coherentes, concisos, inequívocos e ilustrativos, que uno nada más oyéndolos ya sepa a qué atenerse. Digamos por caso, yo a una mujer que se la conozca por "Juana la Loca" no le presto una navaja de barbería. Tampoco me gustaría tener tierras contiguas a las de "Guillermo el Conquistador". Y si algún vecino te quiere obligar a que le pagues el muro que él va a construir para que tú no puedas pasar a trabajar al otro lado, es preferible que esa deuda te la venga a cobrar "Felipe el Piadoso", antes que "Iván el Terrible".

Hasta ahora, a Trump nadie le ha encontrado un epíteto que ilustre cuál es la verdadera dimensión de su mayor amenaza para el mundo (todos estamos invitados a su fiesta), que indique en dónde -dado su equilibrio emocional y psíquico, y su nivel de racionalidad, sensatez y mesura- radica su mayor poder y peligro para la humanidad: ¡la Bomba Atómica!

Un presidente estadounidense cualquiera puede ser mencionado de muchas distintas y acertadas formas. Pero si se trata de Donald Trump en concreto, por supuesto que la primera referencia que habría que hacerse es la de su poder y arbitrio nuclear: "Trump el Atómico".

Sí, porque ahora ya decimos que Trump es el nuevo presidente de EEUU, incluso el comandante en jefe de ese aguerrido país. Pero lo que se dice menos es que Trump ahora es también, además de licenciado en Economía por la Escuela de Negocios Wharton, el Amo y Señor de las bombas atómicas estadounidenses... Sí, Donald Trump, ese mismo... Él, nada menos que él, con bombas atómicas en sus manos resbalosas... Ese mismísimo Trump de tantos disparates y exabruptos, ahora haciendo malabares con su nuevo juguete de fuego.

No se trata tanto de las bombas atómicas en sí. La navaja de barbería siempre podrá usarse para degollar incautos, pero una cosa es que la tenga en sus manos "Juana la Loca", y otra que la tenga "Felipe el Prudente", o "Alfonso el Sabio". No es lo mismo.

Un elefante puede describirse como "un animal grande de cuatro patas y cola", y también como "un animal de orejas gigantes, trompa larga y colmillos de marfil". Ambas definiciones son verdaderas, pero sin duda, la segunda descripción es mucho más apropiada y útil. Un presidente estadounidense cualquiera puede ser mencionado de muchas distintas y acertadas formas. Pero si se trata de Donald Trump en concreto, por supuesto que la primera referencia que habría que hacerse es la de su poder y arbitrio nuclear: "Trump el Atómico".

Creo que ese es un epíteto muy apropiado para él, muy acorde con el fulgor de sus cabellos y la furia de sus palabras y de sus gestos faciales. Ilustra perfectamente la amenaza principal que representa: "Trump el Atómico"; ahí ya está todo dicho y muy bien dicho.

Pero no deja de ser muy cierto que, antes de llegar a esos apocalípticos extremos, en el camino ya Trump nos anuncia terribles certezas: de puertas para afuera, nombró como secretario de Defensa al general retirado James Mattis, mejor conocido como "Perro Loco"... ¡Ese sí que es un buen epíteto para todo un ministro de Guerra!

De puertas para adentro, también anuncia medidas que sin duda muy pronto hará comprender, a la parte más pobre y crédula de sus votantes, la diferencia sustancial entre ser gacela, buitre o león, en un almuerzo campestre y festivo organizado por el rey de la selva.

Ahora bien, todo será nada si el nuevo presidente de los Estados Unidos pasa a la historia y la cierra como "Trump el Atómico". Eso sí que sería el Acabose. Ni "mexicanos", ni no "mexicanos": todos juntitos pagando la factura de la fiesta de Trump.