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Esclavos de lujo

Los futbolistas son meras mercancías en manos de sus clubs o los mediadores que adquieren sus derechos. A partir de que estampan una firma de cesión de su destino laboral, es el club o el agente con sus derechos el que decidirá donde jugará. El futbolista apenas tendrá margen de maniobra.

Puede resultar llamativo calificar a jugadores de fútbol como Messi, Neymar, Cristiano o el recién surgido Bale como esclavos. Muchos pensarán que gustosos aceptarían tal esclavitud y que, para situación esclava y subordinada, la suya, teniendo que trabajar de sol a sol por un sueldo miserable que apenas da para vivir. Incluso se puede admitir que estas superestrellas tienen, en definitiva, su destino en su mano, ya que cuando un club que les atrae se interesa por sus servicios ellos maniobran de tal manera para que el equipo al que pertenecen termine cediendo a las intenciones del adquiriente. Es lo que pasó en su día con Cristiano y lo que ha ocurrido con Bale, actuando de una manera con respecto al Tottenham que podría considerarse poco profesional, provocando así su salida. Vale, cabe admitir matices, pero creo que lo importante es la lógica que se pone en juego, que más allá del propio fútbol, sirviendo de modelo para otros campos de la actividad. Una lógica que no queda invalidada por quienes, por su carácter excepcional, suponen precisamente la excepción. Pero ni siquiera los que se encuentran apenas medio escalón más abajo escapan a esta lógica esclava, como vuelve a ponerse ahora de relieve con el traspaso vivido por algunos jugadores -Sjneider, Roben, por centrarnos en un solo club y no en casos más recientes- a pesar de que ellos no querían cambiar ni de club, ni de ciudad.

Desde hace mucho tiempo, se viene denunciando que los futbolistas son meras mercancías en manos de sus clubs o los mediadores que adquieren sus derechos. A partir de que estampan una firma de cesión de su destino laboral, es el club o el agente representante con sus derechos el que decidirá donde jugará. El futbolista apenas tendrá margen de maniobra y tendrá que conformarse con lo que le digan, si quiere seguir vivo en este mercado y, por lo tanto, en lo que considera su profesión. No obstante, hay casos de muy buenos jugadores que colgado muy tempranamente las botas asqueados de esta relación laboral en la que se concitan muchos intereses, casi todos ajenos al trabajador-jugador.

Una relación que dista mucho de poder ser considerada como profesional, pues se encuentra muy lejos del núcleo alrededor del que se constituyeron las denominadas profesiones liberales, cuyos ejecutores eran los mediadores entre un código o reglamento de actuación -establecido en la mayor parte de los casos y con un fuerte contenido ético- y los clientes necesitados de sus servicios. No había contrato de exclusividad, sino ético de compromiso con la sociedad, de aquí que la profesión -término de origen religioso- pudo considerarse una especie ética religiosa llevada al ámbito civil, como pone de relieve el sociólogo Max Weber a principios del siglo XX.

Pues bien, la evolución de esta lógica está llevando a una especie de financiarización del jugador-bien. Ya no solo se compran y venden jugadores como si fueran mercancías, sino que se compran y venden derechos sobre su futuro, que tanto pueden adquirir clubs, como los mencionados mediadores. Se denominan derechos de adquisición preferente o con términos semejantes. Lo que significa es que, en caso de que un jugador vaya a salir de un club -empresa con la que tiene contrato- el club que ha adquirido tales derechos tiene preferencia, en una especie de tanteo, como el que se lleva a cabo en el momento de enajenación de ciertos bienes -terrenos o explotaciones agrícolas, son los más conocidos- sobre los que pesan algunos derechos de preferencia: vecinos, arrendatarios, etc, derivado de legislaciones que ponen en marcha ciertas políticas (concentración agraria, aprovechamiento de tierras, etc.) o de la tradición, que nunca es neutral y que corresponde a funcionalidades del pasado o, tal vez, también del presente.

El caso es que en esta compraventa de derechos de adquisición preferente, a estos jugadores, sobre los que se negocia su futuro, ni siquiera hace falta consultarles. Lo hemos visto en el caso del traspaso de Neymar al Barcelona, que ha adquirido los derechos sobre tres jóvenes jugadores del Santos, y del traspaso de Villa al Atletico de Madrid, que ha abonado parte de la transacción con los derechos de dos de sus jóvenes jugadores. Ni en un caso, ni en otro, se trata aún de grandes estrellas; pero ya tienen embargado su futuro. Por lo tanto, la actual relación con su empresa-club no tiene nada que ver con una relación laboral, siendo ésta ya una relación de subordinación, sino que es una relación de entera dependencia de la voluntad de sus empleadores. Pensemos por un momento que estos jugadores llegan a un acuerdo con otro club, un tercero, o que por circunstancias personales y familiares necesitan trasladarse a otra localidad distinta de la de los dos clubs que han hecho la compraventa de derechos sobre el futuro: ¿qué derecho prevalecería? Aquí no me importa tanto el debate jurídico, me temo que capaz de toda justificación y argumentación, sino el modelo de sociedad que se encuentra detrás. Una sociedad con individuos de los que se ha vendido su futuro.