Los marcadores históricos de los partidos políticos
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Los marcadores históricos de los partidos políticos

La cultura política de cada organización contiene una amplia gama de elementos, muchos de los cuales tienen que ver con su trayectoria y sus referencias o posiciones asumidas públicamente en momentos distintos. Uno de ellos es lo que podríamos denominar marcador histórico, definido de modo tentativo como acontecimiento histórico fundamental con el que queda vinculado el partido político u organización, especialmente a partir de sus propios discursos o cómo es situado un específico actor político por parte de sus competidores electorales.

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La cultura política de cada organización contiene una amplia gama de elementos, muchos de los cuales tienen que ver con su trayectoria y sus referencias o posiciones asumidas públicamente en momentos distintos. Uno de ellos es lo que podríamos denominar marcador histórico, definido de modo tentativo como acontecimiento histórico fundamental con el que queda vinculado el partido político u organización, especialmente a partir de sus propios discursos, aunque también hay que tener en cuenta cómo es situado un específico actor político por parte de sus competidores electorales u otros actores relevantes de un sistema político dado.

De una manera muy sintética, acorde con el formato asumido en esta exposición, me centraré en los marcadores de los cuatro partidos estatales que actualmente dominan el sistema político español. Se deja así a un lado a los partidos nacionalistas e incluso regionalistas, cuyos marcadores históricos tienden a encontrarse en pasados tan lejanos que rozan el mito y, por lo tanto, a situarse incluso fuera de la propia historia. Seguiré un orden cronológico, en función de la fecha de creación de cada formación política.

A pesar de ser un partido supercentenario, el PSOE ha puesto su marcador histórico principal en la transición y el período de liderazgo de Felipe González.

A pesar de ser un partido supercentenario, el PSOE ha puesto su marcador histórico principal en la transición y el período de liderazgo de Felipe González. Un acontecimiento que, no hay que olvidar, supuso precisamente una notable transición en el partido socialista, ya que asumir el pacto de la transición democrática española conllevó algunas aceptaciones -la monarquía, por ejemplo- y renuncias -el marxismo, otro ejemplo- que no estaban en su cultura política de la mayor parte de sus años anteriores.

En compensación, se convirtió en la fuerza política hegemónica de toda la historia de la democracia en España. Tal vez por ello, uno de sus dirigentes más destacados (José Bono, a La Sexta, 23 de julio) declaró recientemente que el horizonte de su partido ha de ser volver a ser el partido que fueron, refiriéndose a la fuerza política que gobernó en este país durante la mayor parte de los pasados años ochenta. Sus contrincantes colocan otros marcadores. La derecha se afana en reducir el PSOE al período en el que Rodríguez Zapatero fue su secretario general y presidente de Gobierno. Desde el otro polo, especialmente desde Podemos, se deja caer que, con la aceptación de las condiciones impuestas en la transición democrática, se traicionó a la izquierda o, cuando el lenguaje se calienta de populismo, al "pueblo".

El Partido Popular de Aznar consiguió, al menos en parte, diluir sus vínculos con el franquismo. Cada mínima renovación, con gente más joven, se convierte en un esfuerzo por subrayar que se trata de nuevas generaciones que no vivieron ni uno de sus días bajo la dictadura, como si las secuelas incorporadas por el franquismo pudieran ser borradas a partir de un día de noviembre de 1975. Su marcador histórico son los ocho años de gobierno de Aznar, a pesar de que surjan algunos agujeros negros, como el de Rodrigo Rato, y tengan que convivir con las habitualmente inoportunas declaraciones de quien hoy es presidente del partido.

Los contrincantes del PP por la izquierda no dudan en amplificar cada residuo franquista que aparece, contrarrestando los esfuerzos de la organización por taparlos a la luz pública, aun sabiendo que forman parte de su propia cultura política. Algo que, por otro lado, se pone de manifiesto con su resistencia a políticas concretas muy relacionadas con la historia, lo que incluye la obstinada obstaculización del desarrollo de la Ley de Memoria Histórica. Además, en cuanto se descuidan, se les cuela el franquismo en declaraciones de alcaldes, concejales u otros cargos menos centrales en el partido. Por su lado, Ciudadanos, que es más un partido de pasado corto, sitúa al PP en las figuras de Bárcenas y Rajoy, resultando llamativas sus escasas críticas al período en el que Aznar fue su secretario general.

Siguiendo con Ciudadanos, hay que subrayar la repetida apropiación que hace este partido del "espíritu de la transición". Toma así como marcador histórico los momentos previos que conducen a la Constitución de 1978. Fijado en tales acontecimientos, no tiene reparo en solicitar al actual monarca que lleve a cabo acciones políticas similares a las que realizó su antecesor en el camino hacia la institucionalización de la democracia constitucional. Olvida que ahora existe el propio texto de 1978 limitando la acción de todos los poderes públicos, incluyendo la del jefe de Estado. Sus competidores tienden a marcar principalmente su ausencia de historia y, así, poniendo sus raíces en la historia de otros (en la de otros partidos de derechas, de manera especial) o subrayando como fuente de incertidumbre su ausencia de raíces (como hace el PP).

Por supuesto que caben matices en la configuración de los marcadores históricos de cada partido político. Pero quede resaltado que la lucha en la política es, también, una lucha por situarse en la historia.

Por último, la señalización del marcador histórico de Podemos cuenta con la dificultad añadida de la complejidad de su organización. Por un lado, varias de las denominadas confluencias tienen su marcador histórico en un acontecimiento que sitúan como punto cero, que les llevó a la movilización y, de aquí, a la organización, como si antes no hubiera habido organizaciones que propusieran y agitaran la movilización. Es el caso de "las mareas"; pero también del propio Podemos, cuando se erige en gestor del capital simbólico del 15M. Pero tal vez no sean éstos, ni tan recientes, sus marcadores históricos.

Así, de forma más o menos manifiesta se juega también con el mensaje de que el orden realmente legítimo es el del 14 de abril de 1931 y que la transición democrática fue un pacto de élites -lo que, por otro lado, parece obvio- en el que las izquierdas traicionaron las demandas de democracia y justicia que, al parecer, estaban representadas por la II República. Por ello, el denostado bipartidismo aparece como una consecuencia necesaria de una "mala transición".

El resto de fuerzas políticas juega también con esa especie de marcador histórico latente que a veces ponen en liza los dirigentes de la formación morada. Por ello, la derecha pone el acento en el mensaje de que esta "nueva izquierda" no tiene nada de nueva, que es vieja. Por su lado, los socialistas señalan que ese marcador histórico previo a la sublevación franquista carece de puntos de anclaje en la sociedad española actual, tratándose de una táctica destinada a agitar profundas emociones arraigadas más en lo simbólico que en la memoria, puesto que la gran mayoría de sus seguidores y votantes no había nacido cuando terminó la dictadura.

Por supuesto que caben matices en la configuración de los marcadores históricos de cada partido político. Ellos mismos los atraviesan de cuentos, más o menos reales, y cuentas electorales, adaptándolos a los intereses particulares en cada contienda electoral. Pero quede resaltado que la lucha en la política es, también, una lucha por situarse en la historia.