Dilapidando nuestro patrimonio

Dilapidando nuestro patrimonio

Si algo nos ha enseñado culturalmente la globalización, es que a menudo lo más local, tradicional y genuino es lo que más atrae y mayor rédito aporta, en lugar de acudir al inglés en un gesto con pseudopretensiones cosmopolitas, pero que al cabo se revela más como un postureo cosmo-paleto.

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Foto: EFE

Hace ahora dos años, lamenté en este mismo blog la decisión de seleccionar una canción cantada en inglés para representar a España en Eurovisión. Si en su momento no sirvió de nada, tampoco lo hará esta vez, pero habrá que insistir, porque mejor perder en español que ganar en inglés, ya que al menos así promocionamos nuestra lengua sin rendirnos ante ninguna otra. Ciertamente, como ya comenté entonces, la gala dejó hace tiempo de ser un trampolín para la carrera de los artistas y ha pasado a convertirse en una especie de espectáculo estrambótico y antimoderno que se sirve de la auto-parodia para procurar no perder el respaldo de una audiencia declinante.

Sin embargo, ello no justifica tomar decisiones tan absurdas como la de despreciar el potencial de un idioma global como el nuestro, precisamente en el contexto de una geografía (europea) que tiende a subestimarlo. Desde el portal de RTVE se aducen motivos que hablan de la pertinencia de plantear una "propuesta universal", gracias a una canción susceptible de sonar en la radio de cualquier país del mundo, como si el español hubiese supuesto alguna traba en la proyección internacional de Enrique Iglesias (o su padre), Shakira o Ricky Martin.

Más sentido hubiese tenido presentar canciones en catalán, euskera o gallego.

De hecho, si algo nos ha enseñado culturalmente la globalización, es que a menudo lo más local, tradicional y genuino es lo que más atrae y mayor rédito aporta, en lugar de acudir al inglés en un gesto con pseudopretensiones cosmopolitas, pero que al cabo se revela más como un postureo cosmo-paleto. Más sentido hubiese tenido presentar canciones en catalán, euskera o gallego, y no en un inglés que --si bien en las naciones nórdicas constituye por razones prácticas una segunda piel-- no se habla de modo autóctono en ningún punto de España o Iberoamérica. Todo lo contrario, dicho sea de paso, de lo que ocurre en otros países por lo que no sería incongruente que EEUU utilizase temas en español para venderse artísticamente en el extranjero, dados sus más de cincuenta y cinco millones de hablantes.

En todo caso, conviene no interpretar este alegato en términos de un ombliguismo castizo o ciegamente españolista. Simplemente se trata de llamar la atención sobre la coherencia que hemos de solicitarle a nuestras instituciones públicas, máxime cuando se lanzan mensajes al exterior. El trabajo cotidiano y arduo que realizan entidades como el Instituto Cervantes, la Real Academia Española, la Biblioteca Nacional o la propia red de Embajadas españolas, a favor de políticas en defensa de uno del los activos económicos más valiosos que poseemos -y el más importante en clave cultural- queda automáticamente arrumbado por frivolidades como la que nos ocupa. No hay que olvidar que RTVE es también Marca España y que la gestión de la comunicación se encuentra inherentemente unida a la de la cultura, hasta el punto de que en países como Francia o Reino Unido ambas esferas recaen en un mismo ministerio.

A su vez, dejando de lado el efecto externo, tampoco cabe minusvalorar el impacto interno, sobre todo ante una adolescencia que busca sus referencias y modelos en el mundo del espectáculo y que, por tanto, si ve que sus estrellas desdeñan el español, en el futuro podrían hacer lo propio. Y es que, si hay algo aún más triste que no aprender idiomas, es desconocer la riqueza del propio. Pero mucho me temo que dentro de un par de años, si no el que viene, volveremos de nuevo con la misma canción.