Una oración por mi hijo

Una oración por mi hijo

Dale palabras, Dios. Dale palabras para expresar lo que sienta por dentro. Dale palabras para que pueda escribir sobre su felicidad, su dolor, sus alegrías, para escribir poemas para que las chicas del instituto piensen que es profundo y sexy como Kerouac, no aterrador y herido como Bukowski.

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Inspirado en el artículo de Tina Fey The Mother's Prayer for Its Daughter

Lo primero, Señor, dóblale la visera de las gorras y quítales las pegatinas, o por lo menos que haya pasado esa estúpida moda para cuando se pueda permitir comprarse sus propias gorras.

Que duerma bajo una manta de cómics con la luz encendida porque se haya quedado dormido leyendo. Que en la biblioteca lleguen a sus manos los libros adecuados, y que el bibliotecario sea lo suficientemente amable como para dejarle tumbarse en el suelo a leerlos. Querido Señor, ¡que las bibliotecas sigan existiendo!

Protégelo de la estupidez de la infancia. Que no descubra juegos como los de "dispara la flecha al aire y corre por ahí mientras intentas no morir", "vamos a ver quién arranca el trozo de hielo más grande del tejado con las manos" o "seguro que si juntamos con cinta aislante estos fuegos artificiales suenan mucho más y mejor".

Susúrrale al oído que no es ni tan gordo, ni tan delgado, ni tan feo como cree que es. Nadie habla con los chicos sobre estas cosas, pero se preocupan por ellas tanto como las chicas. Quizás incendia un arbusto a su lado y dile que es un tipo guapo. Eso ayudaría y también le asustaría bastante. Es una buena idea para que tenga los pies en la tierra.

Guíale para que no se crea las mentiras que sus amigos adolescentes le cuenten sobre sus experiencias con mujeres. Están mintiendo y son dignos de la aniquilación divina. Te lo aseguro, no sé lo que es la aniquilación. ¿Sería como un golpe de Dios en la muñeca? En ese caso, golpéalos. Si no es así, entonces simplemente envíales una diarrea durante una o dos semanas.

Protégelo de las drogas duras y ayúdalo a darse cuenta de que las blandas quizás no destruyan su cerebro, pero le van a hacer perder el tiempo. Muéstrale que el tiempo es valioso y que los videojuegos solo son un buen uso del tiempo si son buenos videojuegos. También, ya que estamos, dile a EA que vuelva a hacer buenos juegos, por favor.

Que el deporte se le dé lo suficientemente bien como para ser elegido el tercero o el cuarto, pero no tan bueno como para querer jugar en equipos caros o ser poco realista y soñar con ser un atleta profesional. No tenemos dinero para eso: los Kinnear somos, como mucho, jugadores de segunda.

Dale palabras, Dios. Dale palabras para expresar lo que sienta por dentro. Dale palabras para que pueda escribir sobre su felicidad, su dolor, sus alegrías, para escribir poemas para que las chicas del instituto piensen que es profundo y sexy como Kerouac, no aterrador y herido como Bukowski.

Y si le rompen el corazón, por favor, que tenga buenos amigos que lo cuiden, lo abracen y le digan que tiene que darse una ducha y parar de quejarse porque empieza a ser molesto y la gente está ya hablando de cómo huele.

Oh, Señor, dale a mi chico una beca universitaria para poder coger los 4.500 dólares que he ahorrado, que, de todos modos, ni siquiera llegan para pagar la matrícula, y así comprarme algo bonito para mí (como un frigorífico nuevo). Madre mía, déjame pensar en algo mejor que un frigorífico para gastarme 4.500 dólares.

Por último, Señor, haz que mi brazo derecho sea lo suficientemente fuerte como para que, por muy viejo, débil o senil que esté, mi chico nunca me gane un pulso. Que mi fuerza infinita le frustre desde la infancia hasta la vida adulta para que, cuando deje esta vida mortal, en mi tumba se lea:

John Kinnear, 1981-2081. Un padre sabio y atento, un marido cariñoso, tenía un brazo derecho con una fuerza sobrehumana. Su hijo lo quería y nunca lo ganó echando pulsos.

Para terminar, Señor, en sus momentos más oscuros, en los que más solo se sienta, cuando no haya nadie a su lado y sus pensamientos sean como paredes que se cierran y no como el cielo abriéndose, permíteme aparecer en una nube, a lo Mufasa en El rey león, para decirle que lo quiero...y que se duche. Que la gente está empezando a hacer comentarios.

Gracias, Dios.

Ah, sí... Amén.

Este artículo fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'El Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene Martín.