¡Que vivan Albert Camus y Pedro Peralta!

¡Que vivan Albert Camus y Pedro Peralta!

Al músico lojano Pedro Peralta se le veía enfadado, haciendo movimientos bruscos con las manos, mirando a sus compañeros. Cuando nadie lo esperaba, cogió el micrófono y dijo que no tocaba, que con aquel sonido terrible que le habían preparado era imposible. No, no y no, Peralta no tocaba.

Al músico lojano Pedro Peralta no se le notaba el pelo encanecido desde las butacas del público. Pero sí se le veía enfadado, haciendo movimientos bruscos con las manos, mirando a sus compañeros. Cuando nadie lo esperaba, cogió el micrófono y dijo que no tocaba, que con aquel sonido terrible que le habían preparado era imposible: "Así no puede tocar un músico. Lo siento mucho".

No importó que la sala estuviera llena al 75%, ni que la gente llevara más de una hora esperando. Tampoco importó que el concierto fuera una de las actividades para celebrar la independencia de Loja del reino de España, en noviembre de 1820. Ni que para ese acto en el que Peralta era telonero, se hubiera traído al cantautor Luis Eduardo Aute, todo un logro para un sitio tan aislado en Ecuador como Loja, a quince horas de Quito por carretera. No, no y no, Peralta no tocaba. Uno no se pega la vida ensayando para que lo maltraten.

Hay sitios con muchos pedrosperaltas, como en la sanidad pública madrileña, que guerrea para sobrevivir. Y en otros, como en Canal 9, los peraltas debieron ser menos, con tanta telebasura, tanta gente grabando el lado bueno de Zaplana, tantos boletines de noticias haciendo equilibrismos lingüísticos para no hablar de corrupción en el PP valenciano o callando, qué terrible, los pormenores del accidente de 2006 en MetroValencia que costó la vida a 43 personas.

Hay una cuestión de ética periodística respecto a la gente, que consiste en no engañar u omitir información importante. Pero hay algo más peraltiano, tener respeto por uno mismo: nadie es un puro absoluto, pero no se estudia una carrera o un máster en algo como el Periodismo para acabar lamiendo las botas del poder, por mucha comodidad, seguridad, glamour o fiestas que haya. Uno se empieza a descomponer moralmente y, sin saberlo, deja abierto el camino a que el poder lo deje tirado en cualquier momento; de esos polvos, estos lodos.

"Pobre periodismo a veces", podría pensar Albert Camus. El filósofo del sol, del mar y de las piedras calientes, quizá un poco peraltiano también, se pasó media vida de una publicación a otra defendiendo que el compromiso político era inseparable del ejercicio del periodismo. Y entre tanto, escribió cosas como El Hombre Rebelde, que hablaban de lo mismo, de la defensa de la libertad:

"En nuestra prueba cotidiana la rebelión desempeña el mismo papel que el cogito en el orden del pensamiento: es la primera evidencia. Pero esta evidencia saca al individuo de su soledad. Es un lugar común que funda en todos los hombres el primer valor. Yo me rebelo, luego somos".

¡Que viva Camus!

¡Que viva Peralta!