¿Mayor integración significa renacimiento económico? América Latina cree que sí

¿Mayor integración significa renacimiento económico? América Latina cree que sí

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Para cuando este blog aparezca en su perfil de Twitter, teléfono móvil o PC, probablemente ya haya escuchado o visto la palabra #integración demasiadas veces, expuesta como estrategia para la renovación económica.

Pero antes de que apriete 'borrar' por el hecho de tener que leer 'integración' una vez más, téngame un poco de paciencia.

Es cierto, la integración no es un concepto nuevo para la región, o el mundo.

América Latina ha estado buscado la integración regional al menos desde la década de los sesenta del siglo pasado, redoblando esfuerzos a partir de mediados de los noventa, algo que resultó en un mayor número de acuerdos comerciales y en aranceles más bajos. Antes de 2000, el país latinoamericano promedio tenía acuerdos de comercio preferencial con unos cuatro socios regionales; para 2013, esa cifra había aumentado casi a 10.

Asimismo, más de tres cuartas partes de los latinoamericanos están a favor de una mayor integración con el mundo y los países vecinos, de acuerdo a la encuesta más reciente realizada por el gigante de la opinión pública Latinobarómetro.

A pesar de estos esfuerzos y sentimientos pro integración, el porcentaje de exportaciones intrarregionales en la producción total de la región, históricamente se ha mantenido en alrededor del 20 por ciento —en marcado contraste con Asia oriental-Pacífico, donde las exportaciones intrarregionales representan la mitad del comercio total—. Eche un vistazo a este gráfico con datos de 2014.

Ahora bien, esto no debería ser solo una cuestión de mantenerse en el mismo lugar a nivel global. La integración regional no es un fin en sí mismo, sino una herramienta estratégica para promover el crecimiento económico y seguir elevando el nivel de vida de todos los latinoamericanos.

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Después de seis años de crecimiento económico bajo, incluidos dos años de contracción, la región está en modo recuperación.

Si se quieren preservar las grandes transformaciones sociales de la década pasada, es importante que América Latina encuentre su asidero. Es aquí donde entra la 'integración'. A nuestro juicio, forma parte esencial de cualquier plan para una recuperación económica sostenida. Como planteamos en el informe de reciente publicación, Mejores vecinos: hacia una renovación de la integración económica en América Latina, la región saldría mejor parada si persiguiera una integración regional más sólida con el objetivo ulterior de tornarse más competitiva a nivel global.

De hecho, la integración regional ya está en el centro del debate político; esfuerzos como la Alianza del Pacífico (Colombia, Chile, México y Perú) y nuevos vínculos entre esta alianza y el Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) son pasos encomiables en la dirección correcta.

Pero el camino hacia una mayor integración está repleto de desafíos.

Algunos son más que evidentes para cualquiera que viaje a la región. Más del 70 por ciento de la red vial latinoamericana no está asfaltada, incrementando el costo de comerciar.

Asimismo, los puertos y aeropuertos funcionan dentro de una compleja estructura radial que hace menos eficientes los envíos. En el más reciente Índice de Conectividad de Transporte Marítimo de Línea, que mide la facilidad de acceso a sistemas de transporte marítimo de alta capacidad, solo un país latinoamericano —Panamá— ocupó un lugar entre los primeros 30.

Resumiendo, hay mucho margen para una mayor reducción de aranceles. El país latinoamericano promedio actualmente aplica un arancel del 8 por ciento a sus socios comerciales, muy por debajo del 12 por ciento medido a mediados de la década de 1990. Pero los exportadores siguen enfrentándose a un costo para comerciar que es el doble que en los países de Asia Oriental-Pacífico.

Esto parece responder al costo elevado del transporte, junto al déficit en infraestructura (como se describe más arriba). También son el resultado de una pobre unificación normativa que hace menos eficiente el transporte transfronterizo de carga.

Los beneficios no solo consistirían en barreras más bajas al comercio, sino también, y más importante, que un cambio tal abriría oportunidades para una mayor productividad.

Tomemos en cuenta, por ejemplo, el potencial para crear economías de escala. Una mayor integración entre países pequeños, como las islas del Caribe, generaría oportunidades de acceso a economías más grandes y volverse más competitivas, algo de lo que carecen hoy en día.

Tomemos en cuenta también el potencial de aprovechar los avances de por sí significativos en integración energética, unificando estándares normativos.

Simplificando, la regulación podría, por ejemplo, fomentar el intercambio eléctrico entre los países centroamericanos, resultando en una fuente de energía más confiable y menos onerosa para todos. Echemos un vistazo rápido a algunas de las recomendaciones del informe:

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Obviamente, reducir los aranceles por sí solo no es suficiente.

El potencial de crecimiento de una mayor integración dependerá de acciones conjuntas que cuenten con tres características: creatividad, visión a largo plazo y coordinación entre países.

Por encima de todo, las acciones y políticas deberían apuntar fuertemente a invertir en nuestra gente y asegurarse que nadie quede abandonado. Un aspecto clave de esto es mejorar la calidad de la educación pública para que los latinoamericanos tengan las habilidades que el mercado laboral del siglo XXI demanda.

En definitiva, creo que este nuevo impulso pro integración se verá reflejado no solo en las encuestas, sino también en un esfuerzo por acercarse de verdad al vecino para un beneficio aún mayor, reducir la pobreza y promover la prosperidad para todos.

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