La Cenicienta de África

La Cenicienta de África

Por hermanastras se le conjugan la pobreza, los grupos armados, la malaria. Por madrastras, dos, más letales: la indiferencia y el abandono. La República Centroafricana, aquejada por décadas de inestabilidad política, golpes de Estado y ascensos al poder 'manu militari', es la cenicienta de las cenicientas.

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Por hermanastras se le conjugan la pobreza, los grupos armados, la malaria. Por madrastras, dos, más letales: la indiferencia y el abandono.

La República Centroafricana (RCA), aquejada por décadas de inestabilidad política, golpes de Estado y ascensos al poder manu militari, es la cenicienta de las cenicientas. Con el tamaño de Francia y menos de cinco millones de habitantes, con una de las expectativas de vida más bajas del mundo, de 48 años, y uno de los países más pobres de la región, se enfrenta ahora de nuevo a uno de los períodos más difíciles de su historia reciente, tras el golpe de Estado de marzo, acompañado de saqueos, robos e incidentes violentos. La estabilidad todavía no ha regresado a sus pueblos, como tampoco lo han hecho muchos de los equipos de las agencias de las Naciones Unidas y de ONG a las que los disturbios forzaron a evacuar el país. La mayoría de la población centroafricana, por el momento, ha quedado abandonada a su suerte.

El nuevo vuelco de la situación política en RCA se inició en diciembre, con la constitución de una coalición de grupos armados denominada Séléka (Unión), opuesta al Gobierno de François Bozizé -quien, por su parte y como la mayor parte de sus predecesores se había alzado al poder mediante golpe de Estado-. Pese a que pocas semanas después se logró un acuerdo para la constitución de un Gobierno provisional que incluyera a prohombres de Séléka, el acuerdo se rompió pronto. En marzo las armas volvían a los caminos.

La ofensiva de los rebeldes se hizo rápida y, en escasos días, estos se encontraron a las puertas de la capital, Bangui, que no tardó en ceder. La avanzada se acompañó de robos y saqueos de edificios administrativos pero también, de centros de salud y hospitales y, en la capital, de las oficinas y vehículos de agencias de las Naciones Unidas y de ONG.

La población huyó a los campos y bosques para buscar refugio. En la actualidad, siguen siendo miles las personas que duermen a la intemperie a la espera de poder regresar a sus casas, una vez el orden se restablezca. Con la temporada de lluvias ya iniciada, el riesgo de contraer malaria -a través de picaduras de mosquitos-, es, pues, mucho más elevado.

De hecho, en los proyectos que Médicos Sin Fronteras (MSF) mantiene en el país, los enfermos de malaria registrados en el primer cuarto de año han aumentado un 33% en comparación con el mismo periodo de 2012. Todo ello en un país en el que la malaria es la enfermedad que más muertes causa.

MSF ha mantenido sus proyectos abiertos (a excepción de un equipo que tuvo que ser evacuado tres semanas por un incidente serio de seguridad) y ha expandido sus actividades todo lo que ha podido. Pero no es suficiente. Los equipos que han visitado de urgencia diferentes partes del país para obtener una idea más clara de cuáles son las necesidades humanitarias en general han regresado con noticias poco halagüeñas: malaria, enfermedad del sueño, desnutrición y falta de acceso a ayuda humanitaria y atención sanitaria son las grandes amenazas para una población que ya se encontraba en una situación de crisis antes del nuevo período de revuelta política.

Diferentes estudios publicados en 2011 habían hallado en diversas regiones del país niveles de mortalidad muy por encima de los niveles de emergencia. Una emergencia muda que se ha prolongado durante mucho tiempo y ante la que el resto del mundo aparece sordo. Una cenicienta sin hadas madrinas.

MSF ha publicado recientemente el informe República Centroafricana: ¿abandonada a su suerte?, donde se hace un llamamiento para que la comunidad internacional regrese al país. No sólo para que retorne la ayuda a los niveles existentes antes de la presente crisis, si no para que actúe en el país. Para que la pregunta "¿abandonada a su suerte?" tenga una única respuesta, un no definitivo.