Cuesta abajo y sin frenos hasta el 'default'

Cuesta abajo y sin frenos hasta el 'default'

La revolución bolivariana vivió de prestado; las divisas de la venta del petróleo, que aportan más del 95% de los ingresos de divisas en el país, no son suficientes para cubrir el dispendio público y financiar los niveles mínimos de importaciones. Los mercados están nerviosos acerca de la capacidad del país de pagar sus deudas, y no es posible recurrir a mayor endeudamiento.

El título de este artículo presenta un escenario acerca del futuro económico de Venezuela, a la vista del carácter continuista de las medidas económicas que el pasado 17 de febrero anunciara el presidente, Nicolás Maduro.

Unas medidas que, aunque aparentemente drásticas, no alteran para nada la irracionalidad intrínseca del modelo económico y social bolivariano con el que, drogados por el precio extraordinario de los combustibles, el chavismo y sus corifeos internos y externos creyeron haber domeñado la lógica económica básica (para ellos, del neoliberalismo) de que no se puede vivir eternamente de prestado, además del principio del saber popular (y de la ley de la gravedad) de que todo lo que sube, baja.

Desgraciadamente para Venezuela, la evolución de los precios de los hidrocarburos ha seguido esta pauta. Una vez que los precios del petróleo abandonaron sus extraordinarios niveles del período 2004-2014, las contradicciones del modelo chavista aparecieron con toda su crueldad. El drama es que, con el alejamiento de la marea que mantenía erguido y desprolijo el barco de la economía venezolana, amplísimos sectores sociales de ingresos bajos y medios están sufriendo situaciones de privaciones, espanto y miseria hasta ahora desconocidos. Y lo peor es que, a corto plazo, la situación no va a mejorar.

La revolución bolivariana vivió de prestado; y hoy las divisas de la venta del petróleo, que aportan más del 95% de los ingresos de divisas en el país, no son suficientes para cubrir el dispendio público y financiar incluso los niveles mínimos de importaciones. Los mercados internacionales están nerviosos acerca de la capacidad del país de pagar sus deudas con bonistas y acreedores, y no es posible recurrir a mayor endeudamiento.

Una vez que los precios del petróleo abandonaron sus extraordinarios niveles del período 2004-2014, las contradicciones del modelo chavista aparecieron con toda su crueldad.

El pasado enero, Venezuela exportó a Suiza casi 36 toneladas de oro para cubrir con su venta o swap los 1.500 millones de dólares que vencieron el pasado 26 de febrero e importar insumos y bienes básicos, desde harina a medicinas, que puedan mantener, aunque sea con niveles altísimos de desabastecimiento, la renqueante economía. Satisfecho este vencimiento, ¿qué perspectivas tiene Venezuela de no declarar suspensión de pagos? Reuters estima en el 78% la probabilidad de cese de pagos (default) en los próximos 12 meses.

Est artículo describe y analiza la insuficiencia de las medidas de ajuste coyuntural recientemente aprobadas; reflexiona sobre las características estructurales del modelo económico y social bolivariano, para argumentar la alta probabilidad de que el país incurra a corto plazo en el cese de pagos; y aboga por la necesidad de que el país se dote de un gobierno solvente e internacionalmente creíble, capaz de negociar con los acreedores una reestructuración ordenada de sus deudas, al tiempo que procede a la reforma de las instituciones y del marco regulatorio de la economía venezolana.

Ahíto de su alimento esencial, el precio extraordinario del crudo, ojalá en un plazo breve el modelo económico, social y político bolivariano pase a ser una distopía más de la triste historia de la izquierda populista latinoamericana. Mientras tanto, no es previsible, desgraciadamente, que mejoren las condiciones de vida de los ciudadanos.

Medidas económicas cosméticas

En un discurso de más de cuatro horas, aderezado con el siempre presente "raca raca" de la supuesta "guerra económica imperialista" contra la Venezuela socialista, el presidente Maduro no pudo, en la presentación de su plan económico, confrontar la penosa realidad en la que viven amplísimas capas de la sociedad venezolana.

La recientemente publicada encuesta de Venebarómetro (22 de febrero de 2016) muestra resultados descorazonadores para el oficialismo: el 88% de los venezolanos califican como negativa la situación del país, y un 85% considera que debería cambiar el gobierno. Las últimas elecciones a la Asamblea Nacional recogieron este descontento. Pero, autista, el régimen camina impertérrito hacia el precipicio, arrastrando tras de sí a millones de venezolanos.

Sin duda, la más impactante de las medidas anunciadas por Maduro, porque llevaba sin alterarse desde el comienzo de la revolución chavista (hace 17 años) y especialmente si la cosa se observa desde Europa, fue el incremento de hasta el 6.200% del precio de la gasolina. Un incremento que, no obstante, si bien es un paso en la dirección correcta de no regalar el combustible y, probablemente, reducir en algo la demanda y, con ello, los inmensos subsidios a la misma (12.500 millones de dólares al año), resulta en el aún surrealista hecho de que, con 1€, casi se puedan seguir comprando 200 litros de gasolina; es decir, se puede rellenar tres veces el depósito de un automóvil de gran cilindrada.

El 88% de los venezolanos califican como negativa la situación del país, y un 85% considera que debería cambiar el gobierno.

El segundo anuncio importante fue la simplificación del modelo cambiario. El nuevo Plan Nacional de Divisas (publicado con tres semanas de retraso respecto al anuncio público de las medidas generales) reduce de tres a dos los tipos de cambio oficiales. Se devaluó en un 37% -desde 6,3 hasta 10 bolívares por dólar- el Tipo de Cambio Protegido, que en teoría se usa para las importaciones y pagos de urgencia incluidos en un listado de rubros esenciales (alimentos, medicinas, pensiones, etc.).

Por otra parte, se establece el Tipo de Cambio Complementario, supuestamente flotante (de casi 207 bolívares por dólar) para otros pagos e importaciones administradas con discrecionalidad desde el gobierno (vestido y calzado, maquinaria, alimentos no esenciales, viajes al exterior, tarjetas de crédito, etc.). En cualquier caso, son muy escasas las divisas disponibles a este segundo cambio oficial, que está absurdamente alejado del tipo de cambio en el mercado libre de alrededor de 1.050 bolívares por dólar al que se realizan en la actualidad la mayoría de las importaciones, lo que incentiva la especulación cambiaria.

Finalmente, se procedió a conceder un ajuste del salario mínimo -que lo cobra casi el 60% de los trabajadores- del 20%. ¡Hasta el equivalente en el mercado libre de 11 dólares al mes! A pesar de que la inflación vencida del año pasado está entorno al 200%. Para dar una idea de la magnitud a la penuria, incluso de los profesionales del más alto nivel, sirva el ejemplo de que el salario de un médico especialista con varios quinquenios de experiencia en el Hospital Universitario Vargas de Caracas, uno de los más prestigiosos del país, es de alrededor de 20 dólares mensuales.

El tipo de cambio está absurdamente alejado del del mercado libre de alrededor de 1.050 bolívares por dólar, al que se realizan en la actualidad la mayoría de las importaciones, lo que incentiva la especulación cambiaria.

En este contexto, los anaqueles vacíos de los supermercados son la presencia palpable de escaseces indescriptibles de alimentos (un solo ejemplo, de entre tantos recogidos en la prensa venezolana: los panificadores pagan 15 veces más por los escasos sacos de harina que pueden apañar en el mercado paralelo), medicinas básicas y artículos de higiene, que abocan al país a una terrible crisis humanitaria.

Las interminables colas para adquirir a precio subsidiado bienes básicos racionados (con el captahuellas como versión moderna de las cartillas de racionamiento a la cubana), que con mucha frecuencia entran en redes de reventa a precios que multiplican los precios oficiales, ejercen, además de una inaceptable violencia contra quienes las sufren, un efecto devastador en la productividad de los empleados.

Según el anteriormente mencionado Venebarómetro, más del 87% de los venezolanos reconoce que ahora compra menos comida que antes, y más del 30% sostiene que no logran comer tres veces al día. Por si fuera poco, en un año de sequía como el actual y por falta de mantenimiento de las plantas de generación, se han generalizado los cortes de electricidad, los centros comerciales han tenido que restringir sustancialmente sus horarios de venta y las mercancías se deterioran en los frigoríficos. Menos del 30% de los venezolanos dicen no haber tenido deficiencias en el suministro de agua en el último mes.

Un modelo irracional

Las medidas tomadas por el Gobierno de Maduro son exclusivamente de carácter coyuntural y no confrontan el carácter estructural de la crisis del modelo de pseudosocialismo bolivariano basado, ya desde la época de Chaves, en: la presunción de que el alto precio del petróleo iba a ser permanente; que el bienestar de la población se podía garantizar a través de la expansión del gasto público, importaciones, endeudamiento externo y la monetización de los flujos extraordinarios de dólares ingresados; que se podía transformar el modelo social prescindiendo de los empresarios privados nacionales, especialmente de los no afectos al régimen, pudiendo ser expropiados de sus empresas o constreñidos por regulaciones de todo tipo, incapaces de competir con las importaciones subsidiadas del exterior o de acceder a divisas para la adquisición de insumos.

Los profesores Ricardo Hausmann y Miguel Angel Santos muestran en un excelente artículo del 10 de febrero de 2016 que la gestión desprolija de los recursos petrolíferos y del gasto público es connatural al modelo bolivariano. Toman de referencia el año 2012, con el fallecido presidente aún en su apogeo. En aquel año, el precio promedio del petróleo venezolano fue de 103 dólares, que permitieron ingresos por exportaciones de casi 100.000 millones. Con ellos se importaron bienes y servicios por 75.000 millones de dólares.

El saldo positivo de la balanza comercial, en vez de ahorrarse para tiempos en los que los precios del petróleo fueran más bajos, dotando convenientemente un fondo de estabilización como hicieron otros países, se dilapidó en gasto público desmedido. Y así, el déficit fiscal de aquel año fue del 17,5% del PIB. O lo que es lo mismo, un déficit que para haberse evitado hubiera necesitado que el precio del barril de petróleo hubiera sido de casi 200 USD. Para financiar el desequilibrio se recurrió al endeudamiento interno y externo.

El saldo positivo de la balanza comercial, en vez de ahorrarse para tiempos en los que los precios del petróleo fueran más bajos, se dilapidó en gasto público desmedido.

El frenesí derrochador de los años de bonanza permitió expandir la geopolítica bolivariana a través de subvenciones del crudo a los países amigos, especialmente a Cuba; dilapidar clientelarmente subvenciones a las "misiones" de asistencialismo social de la base política chavista; financiar importaciones baratas de modo que los productores nacionales no pudieron competir; preñar el sistema económico de regulaciones de todo tipo, incluidas las regulaciones de precios y beneficios; construir el socialismo sobre la base de nacionalizaciones de empresas e ingenios que pasaron a ser ampliamente deficitarias, cuando no a dejar de producir directamente; administrar las divisas en favor de importadores y agentes amigos (las llamadas, en el argot criollo, "empresas de maletín"), que amasaron ingentes fortunas en el exterior sobrefacturando las importaciones y reciclando a veces los dólares en el mercado interior, cambiándolos a la cotización del dólar paralelo.

Los importantes exministros e ideólogos chavistas Giordani y Navarro acaban de denunciar que, a través de mecanismos de gestión corrupta de la divisa, se desviaron en la década de bonanza unos 300.000 millones de dólares, alrededor del 30% de los ingresos totales por exportaciones de crudo en esos años.

Acabada la bonanza en 2015, con los precios medios del petróleo a un tercio del precio de 2012 y unos ingresos por exportación de 37.000 millones, el país importó por valor de 50.000 millones de dólares, ocasionando niveles hasta entonces desconocidos de desabastecimiento y colas para todo tipo de productos, intermedios y de consumo, así como una caída de la producción superior al 10% y niveles de inflación descontrolados. En 2016, los precios del crudo siguen a la baja y los ingresos petrolíferos pueden ser aún menores, quizá del orden de los 25.000 millones de USD.

Dos importantes exministros e ideólogos chavistas acaban de denunciar que, por gestión corrupta de la divisa, se desviaron en la década de bonanza unos 300.000 millones de dólares, alrededor del 30% de los ingresos por exportaciones de crudo.

En estas circunstancias, ¿cuál es el futuro? ¿Cuánto más se puede reprimir la demanda de bienes importados, incluidos los más esenciales, en un país donde, además, la oferta interna de bienes está bajo mínimos? ¿Cómo satisfacer el déficit comercial estructural anual de, cuanto menos, 15.000 millones de dólares, a los que habría que añadir el pago de más de 10.000 millones de vencimientos de intereses de la deuda y salidas de capital equivalentes a los 12.000 millones? Es decir, ¿cómo saldar necesidades de financiación de 37.000 millones de dólares?

Hasta la suspensión de pagos... y después

En resumidas cuentas, la huida hacia delante de las autoridades bolivarianas tiene las piernas muy cortas. Según datos de Nomura (Financial Times del 25 de febrero de 2016), para afrontar el pago de esos 37.000 millones, el país tan sólo dispone en la actualidad de oro equivalente a unos 11.000 millones, y reservas de divisas en el banco central de unos 14.000 millones de dólares. Por otra parte, Venezuela tiene cerrados los mercados de capitales (su prima de riesgo soberano supera el 36%), prácticamente ha agotado sus posibilidades de recurso a sus derechos especiales de giro en el FMI (tan sólo 0,7 millones de dólares), y difícilmente puede acelerar el repago de lo que deben otros países (fundamentalmente Nicaragua, Haití y Cuba). El default es, pues, una hipótesis cada vez más cierta.

Para la ciudadanía venezolana, el futuro a corto plazo seguirá deteriorándose antes de mejorar. Cualquier pago en divisas a los acreedores externos implica menor disponibilidad de recursos para importaciones. Por otra parte, al tener el país un déficit estructural de divisas, la devaluación incrementará el déficit fiscal y su financiación requerirá de mayor impresión monetaria. Por todo ello, la inflación, ya descontrolada, probablemente se acelerará aún más. Quizá hasta el 750% que predice el FMI.

Venezuela tiene cerrados los mercados de capitales, ha agotado sus posibilidades de recurso a sus derechos especiales de giro en el FMI y difícilmente puede acelerar el repago de lo que deben otros países.

La salida de Maduro y el cambio de modelo económico y social son la única solución para el país. Un gobierno con credibilidad que abandone la dogmática quimera de hacer ingeniería social y entienda de economía y relaciones financieras internacionales, podrá recurrir a la cooperación internacional a través del FMI para reestructurar la deuda -alargamiento de los plazos de pago, reducción de los intereses de la nueva financiación y, quizá, la recompra negociada de los devaluados bonos en manos privadas-, al tiempo que consigue financiación para la emergencia social y mejorar paulatinamente las deterioradas condiciones de vida de los ciudadanos.

Construida la confianza, el país habrá de comenzar a caminar sobre sus propios pies, recuperando el talento venezolano que se vio obligado a salir del país, reconstruyendo instituciones no partidistas -que superen también las deficiencias clientelares previas al ascenso del comandante Chavez al poder, lo que podría implicar la creación exnovo de instituciones-, con la oportuna separación de poderes que avancen condiciones apropiadas de seguridad jurídica y regulatoria para que las empresas comiencen a producir, los inversores a invertir, los recursos internacionales a fluir y la población a obtener salarios de su trabajo productivo, en vez de transferencias clientelares del poder político.

El camino es largo y, como el personaje de la Reina Roja del cuento Alicia en el País de las Maravillas, hay que correr muy rápido para no quedarse atrás -aún más atrás, podría decirse en el caso de la otrora dichosa Venezuela. Pero para ello, el chavismo debe quedar sepultado como una distopía más de la izquierda populista latinoamericana.