Ponga a un madridista en su mesa

Ponga a un madridista en su mesa

El madridismo históricamente se ha sentido identificado con los ricos, acogiendo benevolentemente en su mesa a los aficionados de los equipos rivales, especialmente a los atléticos y barcelonistas que arrastraban el sambenito de equipos perdedores. Pero hace ya demasiado tiempo que las tornas se han cambiado.

GETTY IMAGES

El final del año es una época propicia para hacer recuento de los logros y fracasos y, en este sentido, un punto donde se encuentran los divergentes caminos de aquellos a los que les ha ido bien y aquellos que no han tenido suerte o cuyas decisiones les han llevado al fracaso.

Este aspecto de rendición de cuentas propio de estas fechas aumenta al coincidir con la Navidad, una celebración religiosa que ofrece la posibilidad de redención a través de comportamientos solidarios o altruistas. Así sucede en la película de Berlanga Plácido, donde los miembros de la clase pudiente de una ciudad de provincias se organizan para en la noche de Navidad acoger a un pobre en su mesa. Ese era el eslogan que hace de leitmotiv de la película: "Ponga a un pobre en su mesa".

El madridismo históricamente se ha sentido identificado con los ricos, acogiendo benevolentemente en su mesa a los aficionados de los equipos rivales, especialmente a los atléticos y barcelonistas que arrastraban el sambenito de equipos perdedores. Pero hace ya demasiado tiempo que las tornas se han cambiado. El aficionado madridista se siente ahora como aquellos menesterosos de la película, con el agravante de que el nuevo potentado es el archirrival histórico, el aficionado barcelonista.

"El Real Madrid tiene que conformarse con observar envidiosamente como el club rival recoge los trofeos"

La comparación con el nuevo rico es inevitable. Mientras el FC Barcelona va engrosando progresivamente su listas de trofeos como equipo y a nivel individual por parte de algunos de sus jugadores, el Real Madrid tiene que conformarse con observar envidiosamente como el club rival recoge los trofeos que en el imaginario madridista se pensaba que les pertenecían genéticamente.

Pero las causas de la desgracia futbolística del madridismo no solo remite a los escasos logros de estos últimos años (ya demasiados) sino que el aficionado merengue se percibe así mismo como el protagonista de Atrapado en el tiempo, empezando cada temporada con un proyecto nuevo, pero cada vez distinto y cortoplacista... y llamado al fracaso.

El guión se desarrolla con exactitud casi matemática, pero asimétrico, respecto al guión del club rival: el Real Madrid pone los millones y el Barça se lleva los títulos, los dirigentes del club de la capital se vanaglorian de la gestión de una empresa multinacional mientras que los de la ciudad condal lo hacen de la gestión de un equipo de fútbol, el club blanco presenta al mundo jugadores famosos y publicitarios mientras que los azulgranas fichan simplemente a jugadores por criterios futbolísticos. Y ello sin incluir en el debe de la gestión florentina del actual presidente el reciente ridículo por el desconocimiento de la sanción de Cherysev o la filigrana jurídica modificando los estatutos para así casi perpetuarse en el poder.

Para terminar, y siguiendo con un símil cinéfilo, la tercera película que viene a cuento para describir el actual estado de ánimo del madridismo es otra realización de Berlanga, Bienvenido Mr. Marshall: cada inicio de temporada esperamos que alguno de los rutilantes fichajes cumplan el papel de los americanos en la España de posguerra, esto es, que nos aporten los ansiados títulos... pero como en la película, el animoso aficionado madridista queda descompuesto en su semblante al percatarse que el entusiasmo se troca en desánimo al ver que los títulos vuelven a pasar de largo del estadio de la Castellana en dirección a la autopista que conduce a Barcelona.