El tráfico no es un riesgo

El tráfico no es un riesgo

Aunque sea políticamente incorrecto y nada palía el dolor de ese número de víctimas, el número de accidentes y las diferencias de un año a otro, no justifican el temor al tráfico que se viene divulgando desde la Administración y desde los medios de comunicación.

Durante esta Semana Santa pasada han fallecido 35 personas en las carreteras españolas, en 28 accidentes mortales.

Todos los medios de comunicación han incidido en el hecho de que esta cifra es superior a la de fallecidos en el año anterior (26 personas), lo que supone un repunte en la tendencia a la baja de los últimos años. Mucho se ha escrito y se seguirá escribiendo sobre la siniestralidad en el tráfico; muchos son los tópicos y las interpretaciones no siempre acertadas; y muchos los puntos de vista desde los que se puede incidir y comentar. Vaya pues el nuestro.

Le evolución de la siniestralidad se puede analizar desde el punto de vista social (todo accidente es trágico y hay que luchar por reducirlos), desde el punto de vista político (los recursos puestos en juego para la reducción de accidentes son siempre insuficientes y normalmente mal empleados) o desde la estadística. Y es en este último aspecto en el que nos vamos a detener en esta ocasión.

Pisé durante algunos años la Facultad de Ciencias Exactas de la Complutense y aunque la estadística no era una asignatura específica, sí que se impartían ciertos conocimientos sobre series, funciones y matrices que, entre otras herramientas matemáticas, permiten alguna aproximación a estos dramáticos números de la siniestralidad.

La primera consecuencia que un experto en estadística (yo no lo soy) obtiene de estas series de fallecidos es que NO ES SIGNIFICATIVA. Sobre un universo de 12.500.000 desplazamientos, 28 accidentes mortales es un valor tan extraordinariamente bajo (0,0000022) que no se puede establecer una tendencia con variaciones de 5 unidades de diferencia entre el número de accidentes del año pasado (23) y este (28). O mejor dicho: las causas de estas variaciones no obedecen a leyes de progresión sino a factores puramente aleatorios. Por la misma razón, tampoco es válido el argumento contrario, esgrimido por la DGT, de que hubo más accidentes porque hubo un millón más de desplazamientos: la cifra es igualmente de 0,0000020, ó en valores más comprensibles, dos accidentes por millón de desplazamientos.

De todos modos, y siguiendo en un plano meramente estadístico, es una aberración combinar un valor-muestra (número de desplazamientos) con un valor real (número de accidentes). Es dividir peras entre manzanas, sin el menor rigor científico.

Así pues y aunque sea políticamente incorrecto y nada palía el dolor de ese número de víctimas, el número de accidentes y las diferencias de un año a otro, no justifican el temor al tráfico que se viene divulgando desde la Administración y desde los medios de comunicación. Se diga lo que se diga y se piense lo que se piense, el tránsito no es una actividad de riesgo en la sociedad del siglo XXI. Y ya sé que habrá quien se rasgue las vestiduras por esta afirmación.

En España, la mortalidad infantil es de 0,003, casi mil veces más alta que la posibilidad de tener un accidente mortal de tráfico. Y a nadie se le ocurre decir que un embarazo es una situación de riesgo. Ponemos este ejemplo para resaltar la diferencia entre el riesgo percibido y el riesgo estadístico. Insisto: mil veces mayor el riesgo de muerte infantil. Podríamos poner ejemplos de otras situaciones cotidianas con riesgos estadísticos muy superiores a los del tráfico.

Otra cosa es la responsabilidad en el riesgo. Y aquí sí que en el tránsito hay un factor determinante y diferenciador. En la inmensa mayoría de los accidentes hay responsabilidad personal del conductor.

Todo accidente es el resultado de una concatenación de hechos. Ningún siniestro obedece a una única causa. Y es la dramática conjunción de estos hechos los que desencadenan la tragedia. Podemos salirnos en una curva por la que hemos pasado mil veces y a la misma velocidad. Pero ese día fatídico los neumáticos estaban insuficientemente inflados o el reparto de pesos era distinto o la trayectoria no era la adecuada... El exceso de velocidad, el mal estado de las carreteras, el mal mantenimiento de la mecánica, la inatención o el no saber cómo reaccionar ante una situación imprevista, son algunos de los factores que intervienen en los accidentes.

Que el organismo encargado de velar por la seguridad vial haga hincapié en el control de algunos de estos factores, desatendiendo otros, es de su responsabilidad política. Esto es opinable. Y dada la coincidencia en aplicar normas muy parecidas, en países muy distintos y con gobiernos de signo muy diferentes, se puede deducir que los políticos aplican lo más conveniente, para resolver el problema lo más rápidamente posible con el menor gasto posible. Siempre he defendido que no es bueno el aforismo de "la letra con sangre entra", pero no cabe duda de que entra. Y en la DGT se aplican a conciencia.