La Unión Europea: el camino para salir de la crisis

La Unión Europea: el camino para salir de la crisis

Un breve vistazo al pasado y a los últimos acontecimientos debería bastar para recordarnos que los imperios, los regímenes, los gobiernos (los elegidos y los impuestos) vienen y van. El pueblo es la única característica permanente; unos nacen y sobreviven en medio de una guerra, otros se mueren de hambre o son pobres en medio de la opulencia, pero el pueblo siempre está ahí.

Refugees and migrants wait to be registered at the refugee camp near the village of Moria, on the Greek island of Lesbos, September 13, 2015. REUTERS/Alkis Konstantinidis/File PhotoAlkis Konstantinidis / Reuters

En 2016, Europa y gran parte del mundo se enfrentan a unas dificultades políticas, económicas y de seguridad cada vez más complejas y socialmente interconectadas. Hay quienes siguen intentando encontrarle el sentido a lo que se ha convertido en el posible desmantelamiento de una institución multinacional tan sólida como la Unión Europea.

En vez de fortalecer la unidad europea y la cooperación de cara a las dificultades a las que se enfrentan sus miembros, hay fuerzas centrífugas que se dedican a romper Europa. En Inglaterra, los llamados "euroescépticos", que sembraron las semillas para la salida de Reino Unido de la UE, han allanado el camino para un Reino Unido mucho más mermado en tamaño y en influencia global a medida que se acerca inevitablemente a una Escocia independiente y a una República Irlandesa reunida.

La situación de las guerras de Oriente Medio y la pobreza endémica que asola gran parte del continente africano ha desplazado a más de 60 millones de personas. Como muchas de esas personas desplazadas buscan asilo y empezar una nueva vida en el viejo continente, algunos líderes y ciudadanos europeos han demostrado tener un buen corazón dándoles la bienvenida. Aunque es comprensible que otros líderes y comunidades europeas hayan sido menos generosos y hayan reaccionado así por miedo e ignorancia. No digo que "sea comprensible" para justificar la mentalidad xenófoba de muchos europeos. Pero en cualquier sociedad los diferentes pueblos actúan o reaccionan de maneras distintas bajo las mismas circunstancias.

Estados Unidos, Canadá, los países de Latinoamérica, Australia y Nueva Zelanda se crearon cuando las guerras religiosas y la pobreza extrema de Europa dieron pie a un movimiento civil sin igual en los siglos anteriores. Actualmente somos testigos vivos de la transformación demográfica irreversible de Europa; una continuación o una repetición del movimiento masivo de nuestros propios ancestros en una era anterior.

No importa lo altos o lo gruesos que sean los muros, no hay fortaleza en Europa que pueda contener a la marea de gente que huye de las guerras y de la pobreza. La transformación demográfica de Europa -que ha pasado de ser un continente judeocristiano predominantemente envejecido a ser una Europa más joven, multiétnica, multireligiosa y multicultural- es imparable. Estos fenómenos no siempre son pacíficos al cien por cien, y, por desgracia, habrá muchos que lo sufran. Pero con sabiduría, determinación y compasión Europa puede emerger rejuvenecida y fortalecida a largo plazo.

Un breve vistazo al pasado y a los últimos acontecimientos debería bastar para recordarnos que los imperios, los regímenes, los gobiernos (los elegidos y los impuestos) vienen y van. Desde el brillante Imperio romano al actual auge de China y la India, pasando por el Tercer Reich, la Unión Soviética y el triunfalismo estadounidense, todos son fenómenos finitos. El pueblo es la única característica permanente; unos nacen y sobreviven en medio de una guerra, otros se mueren de hambre o son pobres en medio de la opulencia, pero el pueblo siempre está ahí.

No soy un pacifista ni un romántico de los que creen que nunca se debe usar la fuerza. La fuerza es necesaria cuando es la única opción que hay para evitar un genocidio.

Los sabios líderes diseñan instituciones y proyectos para servir al pueblo. Las instituciones tienen que adaptarse a las necesidades de la gente, los deseos y las prioridades cambian y evolucionan. Pero los más exitosos y los que más tiempo llevan aquí están empeñados en servir a las necesidades de la gente que descansa bajo tierra.

Como el poder eterno no existe, y como el líder más importante del presente puede ser el sirviente del futuro, los que se encuentran hoy en día en el poder harían bien en recibir con los brazos abiertos las virtudes de la humildad y la compasión y a aquellos que están al margen del poder y de las oportunidades. Europa -esa región de grandes naciones que ha conseguido grandes logros para la humanidad, pero que también inventó la Inquisición, el colonialismo, la esclavitud y dos guerras mundiales- tiene que reinventarse como una región de compasión y solidaridad para reconectar con sus ciudadanos, los viejos y los jóvenes.

Nadie puede sugerir que los Gobiernos europeos "miren hacia otro lado" en lo que a terrorismo se refiere. No soy un pacifista ni un romántico de los que creen que nunca se debe usar la fuerza. La fuerza es necesaria cuando es la única opción que hay para evitar un genocidio. Bosnia, Ruanda y los campos de exterminio de Camboya son solo algunos de los recordatorios de las consecuencias que tiene no utilizar la fuerza para evitar genocidios y atrocidades masivas, que equivalen a entregar nuestra moral, a traicionar a las víctimas.

Pero la mejor opción, cuando sea posible, siempre debería ser el esfuerzo unificado por intentar evitar los conflictos y el diálogo y la mediación para resolver las disputas. Si estas prácticas se llevan a cabo de una forma activa, creativa, paciente y oportuna, suelen producir mejores resultados la mayor parte de las veces.

Su aplicación al más acuciante de los conflictos de la actualidad, el conflicto sirio, se ha visto entorpecida por errores por todas partes. El régimen de Assad se equivocó al no hacer esfuerzos reales para llegar a aquellos que querían más libertad. La oposición se equivocó al sobreestimar su propio poder, al negarse a negociar con el régimen y limitarse a pedir su dimisión, al subestimar el poder del régimen de Assad y al fracasar a la hora de representar los temores que inspiran las acciones de la minoría alauita que está en el poder. Los europeos y los estadounidenses también han subestimado el régimen de Assad y han malinterpretado las complejidades de la Primavera Árabe. Eufóricos por su campaña aérea contra Muhamar Ghadafi de Libia, creyeron que podían conseguir otro cambio de régimen. Había errores de cálculo por todas partes. Las "consecuencias" se ven en medio de Europa, en los cientos de miles de sirios que buscan refugio y asilo.

La otra realidad a la que tenemos que enfrentarnos es que la fragmentación de las naciones-estado europeas del siglo XX tiene su origen en acontecimientos que tuvieron lugar hace 20 años, cuando colapsó el inestable terreno sobre el que se sostenían los cimientos de la Unión Soviética. Estados Unidos y Europa Occidental celebraron el desmantelamiento del muro de Berlín, el fin de la URSS, el fin de la Yugoslavia post-Segunda Guerra Mundial. Embriagados por la euforia, no se lo pensaron dos veces a la hora de mover las fronteras de la UE y de la OTAN hacia el este, aún más cerca de las puertas de la debilitada y hambrienta Rusia.

No hay atajos para llegar a la paz: la construimos en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestras ciudades, poco a poco.

Europa debe buscar el diálogo con Rusia y normalizar la relación. En vez de movilizar aviones, tanques y tropas a la frontera rusa, debe buscar la manera de entender el orgullo ruso y los temores y las razones que se esconden tras sus acciones. Decir que Putin es el nuevo "zar ruso" y hablar del "expansionismo" ruso no va a ayudar a que Europa y Rusia alcancen niveles normales de cooperación.

Europa y Rusia no pueden seguir distanciándose. Son más factores los que tienen en común que los que los diferencian. Si se alían, esta amplia región, con sus recursos infinitos y sus gentes formadas y motivadas, podría cambiar el mundo si se esfuerza por conseguir una alianza sincera e innovadora con el objetivo de conseguir la paz y el progreso.

Como siempre, es más fácil decirlo que hacerlo. ¿Cómo puede Europa o Estados Unidos normalizar su relación con Rusia a pesar de que se anexione Crimea? ¿Cómo puede lidiar con el continuo flujo de refugiados que buscan escapar de los conflictos de Oriente Medio?

Actualmente, el mejor consejo que puedo dar a los miembros de la UE es que, por el momento, dejen a un lado las diferencias irreconciliables, vuelvan a comprometerse con los demás, exploren áreas e ideas de interés común -como, por ejemplo, cómo gestionar la crisis económica mundial, cómo acabar con el conflicto sirio y cómo solucionar la crisis de refugiados tanto en el ámbito humanitario como en el ámbito político y económico- y que lidien juntos con los fenómenos extremistas y terroristas con inteligencia, con acciones prudentes y entendiendo y resolviendo las raíces del problema.

No hay atajos para llegar a la paz: la construimos en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestras ciudades, poco a poco. La paz es fruto del trabajo de personas pacientes y dedicadas con impulsos misioneros, personas que tienen empatía y se ponen en el lugar de los que más sufren: las mujeres, los niños y los ancianos. Los pacifistas deben tener corazón y compasión.

Europa se encuentra en una encrucijada. Los desafíos son enormes, pero los europeos se han enfrentado a problemas más graves en el pasado. El pueblo se reagrupó, se reconcilió y reconstruyó una Europa más grande después de la Segunda Guerra Mundial. Puede volver a conseguirlo, incluso puede hacerlo mejor. Puede volver a inspirarnos al liderar la tarea de consolidar la paz en una época de crisis.

Este post es un fragmento del discurso que pronunció J. Ramos-Horta, ganador del Premio Nobel de la Paz, en la Conferencia Anual para el Examen de la Seguridad de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa que tuvo lugar en Viena (Austria) el pasado 28 de junio.

Este artículo fue publicado originalmente en la 'The WorldPost' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno e Irene de Andrés.