Convenciones: Toda la democracia que el dinero puede comprar

Convenciones: Toda la democracia que el dinero puede comprar

Miren debajo de la pompa y circunstancia de las convenciones en Estados Unidos y descubrirán de inmediato cómo se pone a subasta nuestra democracia.

Miren debajo de la pompa y circunstancia de las convenciones en Estados Unidos y descubrirán de inmediato cómo se pone a subasta nuestra democracia. Un maratón de lujosos actos a los que solo se puede asistir por invitación, y patrocinados por el 1% más rico. Políticos y superlobbistas que sonríen y dan apretones de manos, acompañados de todo el alcohol que se quiera, langostinos y miles de millones de dólares gastados en la campaña, supercomités de acción política (PAC) y contribuciones secretas. Una generosidad inimaginable que beneficia por igual a republicanos y demócratas a cambio de políticas que fastidian a todo el que no cuente con alguien capaz de presionar en su favor ni un súper PAC.

Cuando contemplo los esfuerzos que se hacen en interés del bien público -relacionados con la fiscalidad, el despilfarro del Gobierno, el medio ambiente, la reforma de la sanidad-, me asombra que todas las personas que trabajan en estas y otras cuestiones no se dediquen en exclusiva a combatir la indebida influencia del dinero en la política. Porque el factor fundamental es el dinero.

¿Por qué individuos como Mitt Romney pagan un tipo impositivo más bajo que usted y que yo, mientras que el Pew Research Center informaba la semana pasada: "La clase media estadounidense ha sufrido su peor década en la historia moderna"? Fíjense en la orgía de dinero de Tampa; es una auténtica perversión de lo que representa la clase media en favor de los intereses de quienes más dinero tienen.

¿Por qué la promesa de "cambio" del presidente Obama se ha convertido en más de lo mismo, y le vemos ceder ante Wall Street, las grandes petroleras, las compañías de teléfono y cable y prácticamente todos los demás grupos de intereses especiales? La respuesta quedará muy clara cuando veamos un espectáculo semejante en la Convención Demócrata de Charlotte.

Los súper PACS han pasado a ser los malos de la campaña presidencial de 2012, y se ha hablado mucho de ellos. Criticados en otro tiempo tanto por Obama como por Romney y bien recibidos ahora por los dos, estos comités de acción política son capaces de recaudar y gastar enormes sumas de dinero. Sobre todo, para publicidad negativa, con ataques al adversario. Según un informe de la Wesleyan University, el porcentaje de anuncios negativos ha crecido hasta alcanzar nada menos que el 70%, frente al 9% que ocupaban a estas alturas (antes de la creación de Citizens United) en la campaña de 2008.

El escritor Alan Smith señala que esta tendencia a emitir mensajes políticos negativos presagia algo más peligroso: "Un intento deliberado de erosionar aún más en las mentes de los ciudadanos la imagen del Gobierno como actor positivo y, con ello, la posibilidad de un bien público en nuestra sociedad. Aunque es verdad que nuestra relación con el Gobierno es compleja y en constante evolución, no puede definirse mediante una campaña tan tosca contra la intervención del Gobierno en todas sus formas".

Las ultrasecretas organizaciones "501(c)(4)" -organizaciones sin ánimo de lucro-, exentas de impuestos, que dan dinero a los PAC pero, sobre todo, pagan directamente anuncios políticos negativos, han superado ya a los supercomités de acción política en dinero gastado. Hace dos semanas, la web Pro Publica informaba de que dos de estas organizaciones, la de Karl Rove, Crossroads GPS, y la de Charles y David Koch, Americans For Prosperity, han gastado ya más dinero que todos los súper PAC juntos. Y aunque suele achacarse a Citizens United el comienzo de la explosión en el gasto, Pro Publica explica que la otra gran causa es la falta de acción y el mal funcionamiento de la Comisión Electoral Federal y Internal Revenue Service, la agencia tributaria estadounidense.

A esta melé de dinero contribuye el periodismo tibio que nunca informa como es debido sobre esta cuestión ni muchas otras también fundamentales. La información la hacen cadenas de televisión que pertenecen a las mismas empresas que forman los lobbies más poderosos de Washington. Conglomerados como Newscorp, Comcast, Viacom y Disney -que son los dueños de Fox, NBC, CBS y ABC- acosan a los políticos con sus dádivas a cambio de decisiones que tienen un valor de miles de millones de dólares para ellos. Su incompetencia periodística es importante porque la mayoría de los estadounidenses se informan a través de la televisión, pero, al mismo tiempo, su confianza en esos programas está derrumbándose.

La corrupción política ha degenerado en una especie de día de la marmota de pesadilla. Los súper PAC no están legalmente autorizados a ponerse de acuerdo con los candidatos, pero cada comité se alía sin tapujos con un candidato o grupo concreto, lo cual deja en ridículo el absurdo dictamen del Tribunal Supremo: que las contribuciones ilimitadas de los súper PAC no constituyen "corrupción ni dan imagen de corrupción" mientras no se coordinen con los candidatos. Es una decisión tan desconectada de la realidad, de lo que sucede en el día a día, que no merece ni siquiera que la comente.

La mayoría de los magistrados del alto tribunal está optando por el amiguismo y despreciando la historia, guiándose por la codicia antes que la integridad. A principios de este año, el estado de Montana perdió una valiente demanda contra el Tribunal Supremo de Estados Unidos: el máximo tribunal de dicho estado había intentado proteger los límites establecidos hace un siglo sobre la capacidad de las empresas de comprar políticos. Montana aprobó su ley en 1912, cuando tres magnates del cobre que rivalizaban entre sí habían amasado tanto dinero y poder que se sabía qué políticos estaban en el bolsillo de uno u otro. Uno de ellos llegó a decidir dónde iba a situarse la capital del estado. La política de Montana se había convertido en una verdadera subasta, y el Gobierno del estado reaccionó como debía, con unos límites dictados por el sentido común a las contribuciones políticas.

Ese sentido común ha perdido después ante la corrupción en el Tribunal Supremo y el Congreso. Estados Unidos, hoy, es un sistema político propio del salvaje oeste, asombrosamente similar al de hace 100 años. Solo que hoy, hablamos de unos cuantos cientos de riquísimos donantes que financian los súper PAC y las organizaciones 501(c)(4) secretas y hacen contribuciones a candidatos y partidos, y lo que está en juego es muchísimo más.

Ahora que nuestra frustración con la corrupción está alcanzando un nivel crítico, tenemos dos alternativas: buscar y perseguir una solución genuina, o rendirnos y declarar que es imposible cambiar la situación. Aunque rendirse es una reacción normal, lo malo es que significaría abandonar a las generaciones futuras y al propio país. Con la inestabilidad mundial y la gravedad de los problemas más acuciantes de hoy no nos podemos permitir continuar con el bloqueo, la codicia y la disfunción que definen la relación del dinero con la política.

No tenemos más remedio que ser más astutos que los plutócratas y movilizarnos en torno a una estrategia reformista que sea viable. ¿De dónde partimos? Empecemos con unos cuantos hechos fundamentales:

  1. El problema del dinero en la política no consiste solo en los súper PAC y la desafortunada decisión del Tribunal Supremo sobre Citizens United. El dinero en la política estadounidense es un cáncer que está muy arraigado a nivel nacional y local desde antes de esa decisión. Cualquier solución posible debe tener la amplitud suficiente para detener la circulación de dinero corrupto en sus numerosas formas.

  1. El problema está tan extendido y es tan agudo que debemos elaborar una legislación de conjunto, no leyes concretas e independientes, con el fin de:

  • sacar al descubierto los grupos de dinero más oscuros y sus donantes secretos.
  • impedir que los miembros del Congreso recauden fondos entre aquellos sobre quienes tienen poder regulador.
  • cortar el tráfico de profesionales entre el Congreso y K Street, la calle de los grandes lobbies, que hace que los políticos estén más al servicio de sus futuros jefes que de sus electores.
  • promover las aportaciones de pequeños donantes mediante elecciones financiadas por los ciudadanos (si acabamos con el dinero corrupto, debemos obtener dinero limpio).
  • impedir que los súper PAC y los grupos de dinero sospechosos se coordinen con las campañas.
  • ampliar la definición de lobby para incluir cualquier tipo de tráfico de influencias.

  1. La reforma no la van a propulsar los representantes electos, en general. Somos nosotros, el pueblo, quienes debemos exigir la reforma. Debemos guiarles y dar más poder al puñado de políticos que tienen el valor de tomar la iniciativa. Debemos reclutar a millones de amigos y colegas para impulsar una campaña unida de base y luchar para destituir a quienes se oponen a la reforma. Debemos acabar con la subasta de nuestra república, con el mismo celo de los grandes movimientos sociales de la historia.

  1. Tenemos que aprovechar el hecho de que existe una base tanto de conservadores como de progresistas que sí quiere arreglar esta situación.

Todo esto se traduce en un reto de 6.000 millones de dólares. Esa es, más o menos, la cantidad que los grandes intereses van a invertir en las elecciones de este año. Para luchar contra todo ese dinero será necesario tener la misma visión y el mismo valor que el Tribunal Supremo del estado de Montana cuando se atrevió a desafiar al más alto tribunal del país. Serán necesarias unas leyes transformadoras, de un alcance muy superior al de los debates actuales en Washington. Será necesario contar con un movimiento como no se ha visto jamás sobre este tema; tener más voluntad que nunca de servir al país; unirse a millones de estadounidenses que están empezando a comprender la crisis que pone en peligro nuestra democracia y nuestro futuro. En resumen, hará falta el mismo compromiso de esfuerzo y sacrificio que permitió fundar nuestra nación.

Los que no son capaces de aprender de la historia están condenados a repetirla. Si perdemos esta pelea, los ciudadanos corrientes seguirán viéndose despojados, el planeta segirá contaminándose sin remedio, la economía seguirá cayendo, los políticos seguirán decepcionándonos y no podremos enderezar esta nave. Es así de sencillo. Yo, por mi parte, no estoy dispuesto a saltar por la borda. Y tampoco deberían estarlo ustedes.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

Este artículo forma parte del HuffPost Shadow Conventions 2012, un serie de artículos y blogs (en inglés) que se centra en tres temas que no están en la agenda de las convenciones del Partido Republicano y Demócrata: La guerra contra la droga, la pobreza en América y el dinero en la política.

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