A Miliki, ni tocarlo

A Miliki, ni tocarlo

Miliki simboliza para todos nosotros cierta luz de bondad que habíamos olvidado, una suerte de placidez blanca, de pureza a la hora de representar la realidad que teníamos aparcada en algún rincón remoto del cerebro. En cierto modo, representa nuestra ingenua pero muy necesaria fe en las cosas.

Los que veíamos a Miliki en la televisión cuando éramos niños pertenecemos a una generación un poco despiadada. Normalmente nos acusan de ser humorísticamente agresivos, porque en nuestras bromas, generalmente, no solemos cortamos demasiado a la hora de ser crueles con cualquiera. No es maldad, claro está. Simplemente experimentamos con los límites de una libertad que hemos podido disfrutar en un grado superior al de nuestros padres, pero a veces nos interpretan erróneamente como si estuviéramos un poco necesitados de sentimientos bondadosos. El humor de nuestra generación no se detiene ante nada.

Pero nos hemos enterado de la muerte de Miliki y milagrosamente, como si todos nos hubiéramos puesto de acuerdo telepáticamente, decidimos no hacer ni una broma cruel con este asunto. Nos hubiera resultado fácil, porque tenemos mucha práctica, pero algo ha provocado que ni siquiera nos lo planteemos.

Miliki simboliza para todos nosotros cierta luz de bondad que habíamos olvidado, una suerte de placidez blanca, de pureza a la hora de representar la realidad que teníamos aparcada en algún rincón remoto del cerebro. En cierto modo, representa nuestra ingenua pero muy necesaria fe en las cosas. Por eso, cuando en las redes sociales alguien (curiosamente mayor que nosotros) ha pretendido dárselas de gracioso con una broma en la que se le ridiculizaba, todos hemos salido en defensa del payaso. A Miliki, ni tocarlo. Es algo que nos pertenece, es nuestro amigo, nuestro mayor.

Nos acusan de no tener valores, de reírnos de todo, de dinamitar cualquier estructura social, cualquier edificio humano de esos que nuestros mayores todavía respetan. La muerte de Miliki y nuestra casi total unanimidad respetándolo demuestra que esas acusaciones son tan tópicas como falsas. Claro que respetamos. Respetamos todo lo que se gana a pulso ese respeto, como hizo Emilio Aragón.

Después de este paréntesis de luz infantil, volveremos dentro de poco a twitear sarcasmos, a ser cínicos e irónicos, a no dejar nada en pie, golpeando a diestro y siniestro. Pero al menos hemos demostrado algo que muchos parecían no saber de nosotros: que tenemos nuestro corazoncito, que detrás de nuestra agresividad cómica brilla un átomo de esa bondad blanquísima que Miliki poseía a toneladas.

Esta mañana, en la Cadena Ser, he querido hacerle un homenaje a Emilio Aragón, pero quedaba cojo sin este otro que acabo de escribir aquí para él y para todos nosotros.