Hasta aquí hemos llegado: la izquierda debe reanimarse en la batalla ideológica

Hasta aquí hemos llegado: la izquierda debe reanimarse en la batalla ideológica

A tono con los tiempos duros, agosto no ha sido un paréntesis reparador. A velocidad de vértigo se han acentuado las contradicciones entre el defectuoso diseño de la moneda única y la insoportable ausencia de instituciones para defenderla de los especuladores y políticos para sostenerla.

 

A tono con los tiempos duros, agosto no ha sido un paréntesis reparador. El verano ha sido extremadamente caluroso, con graves incendios que, como el de La Gomera, suman sus daños catastróficos a los estragos de la crisis. Arranca septiembre ensombrecido por la crudeza del peor otoño hasta la fecha y la impotencia declarada del Gobierno del PP, perpetrando manotazos que ahogan cada vez más a las clases medias y trabajadoras.

La situación aparece revestida de una gran complejidad. Pero imparable el porcentaje de gente de carne y hueso, malherida por la crisis, que tiene un criterio claro acerca de lo que pasa y por qué. No ha habido equívoco, ni error de cálculo, sino una alevosa gestión de la crisis por la que se ha empeorado la situación de quienes no la causaron, sin que los que más la provocaron se hayan despeinado siquiera.

Con el Gobierno del PP todo ha ido a peor. A velocidad de vértigo se han acentuado las contradicciones entre el defectuoso diseño de la moneda única y la insoportable ausencia de instituciones para defenderla de los especuladores y políticos para sostenerla.

Contra la oscuridad decretada por los moguls de la globalización financiera, la lucidez colectiva es cada vez más democrática: está al alcance de más gente dispuesta a informarse por fuentes propias y a expresar su criterio con rebeldía irreductible.

Esa lucidez colectiva apunta la necesidad de superar la trampa suicida del corto plazo para apuntar de nuevo al medio y al largo plazo. El corto plazo exige abaratar con urgencia los costes ahora prohibitivos de refinanciación de los intereses de nuestra deuda, aunque ello suponga abundar -con una dosis de la metadona de un préstamo con "condicionalidades"- en el mal que nos aqueja. El medio y el largo plazo exigen cambiar de raíz esta abyecta correlación de fuerzas que han sustituido la política por el protectorado cruel de esos hombres de negro armados con un palo y sin ninguna zanahoria, sin estímulos al crecimiento ni miramiento hacia el trabajo y los deteriorados derechos sociales de la ciudadanía.

La misma derecha alemana que nos ha abismado hacia el desastre quiere imponernos ahora su ritmo y sus objetivos sectarios en un enésimo giro de tuerca mediante la "reforma de los Tratados". Cuando, después de ¡diez años! de agónico ciclo constituyente europeo entró, por fin, en vigor el Tratado de Lisboa, se nos dijo que hasta aquí, que ese Tratado "sería el último" y que bajo "Lisboa" viviríamos el resto de nuestras vidas.

Frente a las pretensiones de Merkel hay que oponer tres objeciones: primera, nada indica que una reforma de los tratados sea planteable o viable en un contexto de inédita desunión entre los Estados miembros. Segunda, no es creíble que Merkel tenga intención de mejorar nada de lo que importa a la legitimación democrática y social del proyecto a relanzar: todo apunta, al contrario, a su determinación de empeorarnos la vida a quienes no comulguemos con sus ruedas de molino. Tercera, para hacer lo que hay que hacer sigue siendo innecesaria la reforma del Tratado: bastaría la voluntad y el liderazgo político de los que han estado en ayuno Europa a través de la crisis.

Detrás de tanto desencuentro pervive la ocultación de un debate ideológico de envergadura mayor a ningún otro desde que se derrumbó en los 90 el cartón piedra de la URSS.

Aquí y ahora en Europa -como, por cierto, en EEUU- es inaplazable librar una batalla a cara de perro en el campo ideológico: lenguaje, discurso, valores. La izquierda debe reanimarse y echar a andar, erguir la cabeza y contestar radicalmente las cosas graves y enormes que está colando de rondón el Gobierno del PP contra los contribuyentes, contra los inmigrantes, contra los estudiantes o contra quienes necesitan una beca o medicarse.

Y esta tarea que hay que hacer exige la articulación de Partidos europeos, no su desplazamiento por plataformas populistas ultranacionalistas, volcadas en la explotación de los prejuicios cruzados y agravios entre los europeos. Es urgente, especialmente, que el Partido de los Socialistas Europeos esté a la altura de su nombre y de sus apellidos.

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Licenciado en Derecho por la Universidad de Granada con premio extraordinario, Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, becario de la Fundación Príncipe de Asturias en EE.UU, Máster en Derecho y Diplomacia por la Fletcher School of Law and Diplomacy (Tufts University, Boston, Massasachussetts), y Doctor en Derecho por la Universidad de Bolonia, con premio extraordinario. Desde 1993 ocupa la Cátedra de Derecho Constitucional en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Es, además, titular de la Cátedra Jean Monnet de Derecho e Integración Europea desde 1999 y autor de una docena de libros. En 2000 fue elegido diputado por la provincia de Las Palmas y reelegido en 2004 y 2008 como cabeza de lista a la cámara baja de España. Desde 2004 a febrero 2007 fue ministro de Justicia en el primer Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. En octubre de 2007 fue elegido Secretario general del PSC-PSOE, cargo que mantuvo hasta 2010. En el año 2009 encabezó la lista del PSOE para las elecciones europeas. Desde entonces hasta 2014 presidió la Delegación Socialista Española y ocupó la presidencia de la Comisión de Libertades Civiles, Justicia y Asuntos de Interior en el Parlamento Europeo. En 2010 fue nombrado vicepresidente del Partido Socialista Europeo (PSE).