'Unhappy ending'

'Unhappy ending'

Para confrontar la eurofobia rampante hay que tener el coraje y el liderazgo que hoy brilla tristemente por su ausencia en todo el tablero europeo: llevando la contraria a la extrema derecha y haciendo lo contrario de lo que proponen, metiendo luz larga europeísta y procesando con inteligencia y valentía política las ineludibles lecciones del fracaso (y de los daños causados) de ese recetario abyecto que ha sido ciegamente aplicado desde el timón europeo en la interminable crisis que arrancó en 2008.

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En el verano de 1975, el pueblo británico ratificó en referéndum la decisión adoptada en 1973 por el Gobierno conservador del Premier Edward Heath y aprobada por el Parlamento (con mayoría absoluta tory en los Comunes) de adherirse a la entonces Comunidad Económica Europea. Durante más de cuarenta años, el Reino Unido (R.U.) ha sido un socio decisivo en la construcción europea. Resistente en la preservación de sus singularidades (unidades de pesos y medidas, distancia, enchufes diferenciados, conducción por la izquierda...), y al mismo tiempo cumplidor de sus compromisos contraídos y eficaz en la transposición del Derecho derivado.

Décadas de escoramiento de sus tabloides (de venta masiva) y en sus canales de radiotelevisión hacia el denuesto sistemático de los "excesos", "disfunciones", "oscuridad" y "torpeza" de una UE acusada de "injerencia" en una "soberanía nacional" añorada con nostalgia por los apologetas del espléndido aislamiento (splendid isolation), han acabado por traer a esta Europa ahora integrada por 28 Estados miembros y 500 millones de ciudadanos/as a un test de stress sin retorno que se juega su futuro el próximo 23-J en un nuevo referéndum británico, esta vez sobre su permanencia o salida de la UE.

He criticado muchas veces la insensatez e irresponsable frivolidad con que Cameron -en su última campaña electoral, habiendo anunciado que no se volverá a presentar- ha embarcado a su país y a toda la UE en el póker de un chantaje al conjunto de la UE con la carta marcada de un referéndum sobre el Brexit (salida de R.U.): o todos los demás se avenían a aceptar sus condiciones o pediría el voto para abandonar la UE ("leave"). Como quiera que, asombrosa e indignamente, el Consejo (mediante los oficios de su presidente Tusk) se avino a aceptar semejantes términos de negociación, Cameron hace ahora (desesperadamente) una agónica campaña por el sí a la permanencia ("remain").

Pero sucede que el referéndum del próximo 23 de junio parecería, como en otras ocasiones, "cargado ya por el diablo" con una dinámica propia que se ha escapado de las manos al aprendiz de brujo.

Una vez más que somos muchos los que en el Parlamento Europeo nos negaremos a ejecutar sin más las condiciones de Cameron cuando negoció la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea.

De un lado, porque quienes se aprestan a competir por el liderazgo de los conservadores para cuando no esté Cameron y no acepten el pronóstico de que (como antes con Blair y Brown) debe sucederle su Chanchellor of the Exchequer Osborne, ya se han situado -Boris Johnson, antiguo alcalde de Londres, al frente del pelotón de los partidarios del Brexit- junto a la extrema derecha populista de UKIP.

De otro, los descontentos y cabreados, los que se sienten perdedores de la globalización, se manifiestan una vez más dispuestos a votar con muchas ganas. Mientras, los potenciales partidarios de quedarse (los más jóvenes, las clases medias ilustradas, los profesionales abiertos a la cooperación europea, entre otros...) se muestran mucho menos movilizados y ávidos de la ocasión de las urnas para afirmar su posición proeuropea en un entorno en que ya casi nadie se atreve a dar la cara (make the case) por Europa.

Lo más desalentador de toda esta situación es que nunca debería haberse planteado así. Ni mucho menos debería haber sido negociada como lo han hecho el Consejo y la Comisión Europea ante el inaceptable pretexto -una vez más... ¡Y van tantas!- de "frenar" a la derecha extrema nacionalista y eurófoba, abrazando sus banderas de prejuicio antieuropeo.

Y es evidente que no: que para confrontar con la eurofobia rampante hay que tener el coraje y el liderazgo que hoy brilla tristemente por su ausencia en todo el tablero europeo: llevando la contraria a la extrema derecha y haciendo lo contrario de lo que proponen, metiendo luz larga europeísta y procesando con inteligencia y valentía política las ineludibles lecciones del fracaso (y de los daños causados) de ese recetario abyecto que ha sido ciegamente aplicado desde el timón europeo en la interminable crisis que arrancó en 2008.

Y recuerdo una vez más que somos muchos los que en el Parlamento Europeo nos negaremos a ejecutar sin más las condiciones de Cameron: renunciar a conformar una "Unión cada vez más estrecha" entre los europeos; regalar "derecho de pernada" al R.U. sobre la zona euro sin pertenecer a ella ni voluntad de hacerlo nunca; y derogar, para satisfacer los egoísmos (y los temores alimentados por los antieuropeos), la legislación vigente sobre prohibición de discriminación de trabajadores europeos en función de su nacionalidad. Afecta a la modificación de la legislación europea. Eso no puede hacerse sin el voto favorable del Parlamento Europeo. Y no se hará con nuestro voto.