Érase una vez el spaguetti western

Érase una vez el spaguetti western

Spaguetti western, de películas violentas, machistas, homófobas, racistas a ratos, divertidas en ocasiones, la mayoría de las veces aburridas y repetitivas. Causaron furor en la época, por su anarquismo ideológico, por su surrealismo, por sus héroes estoicos y sus villanos diabólicos, y por sus muchos asesinatos macabros.

Después del clamoroso éxito de Por un puñado de dólares (For a Fistful of Dollars), en 1964, Sergio Leone solía decir: "Hubo una fiebre del oro tremenda, pero basada en arena y no en roca". Una de sus anécdotas de sobremesa favoritas era la historia de cómo se rodaban los westerns italianos baratos en la gloriosa época que va de mediados a finales de los años sesenta. En una ocasión, por lo que cuentan, el actor principal dejó plantado un rodaje, porque no había cobrado, justo cuando se disponían a filmar la última escena. "Dadme media hora", dijo el director. "Ya se me ocurrirá algo". Treinta minutos después estaba de vuelta. "¿Sabéis el hombre que friega el estudio? Pues venga, rápido, ponedle un traje de cowboy". Cambiaron el guión para que el hombre llegara al campamento indio en una carreta y dijera: "Mi hijo no ha podido venir, así que me ha enviado a mí". Esta anécdota corresponde a un momento de la historia cine italiano en el que un actor respondía al seudónimo de Clint Westwood y un director se hacía llamar John Fordson (no para engañar al público estadounidense, sino para tranquilizar al transalpino). Eran los años del spaguetti western, de películas violentas, machistas, homófobas, racistas a ratos, divertidas en ocasiones, la mayoría de las veces aburridas y repetitivas. Como todos los westerns, como las películas en general. Pero el caso es que causaron furor en la época, por su anarquismo ideológico, por su surrealismo, por sus héroes estoicos y sus villanos diabólicos, y por sus muchos asesinatos macabros.

En estas películas se ponía el acento, más que en la dureza americana, en el machismo y el estilo mediterráneos. Al héroe, que respondía a nombres como Django o Ringo, Joe o el Forastero, y que sólo aspiraba a explotar las injusticias que veía a su alrededor, se le identificaba por su estilosa vestimenta, su barbita incipiente de diseño y su tabaquismo. Había un brutal clímax cada diez minutos, para mantener la atención del espectador -el director Sergio Corbucci contó una vez que en una ocasión, los espectadores de un cine de Calabria abrieron fuego contra la pantalla porque se sintieron estafados con el final de su película El gran silencio (Il grande silenzio, 1968)-; un uso "retórico" de la cámara, que insistía en los tópicos visuales del western de Hollywood; y esas polvorientas localizaciones andaluzas que Lawrence de Arabia había puesto de moda en los últimos tiempos. Los fuegos cruzados iban acompañados de solemnes trompetas elegiacas, como el degüello de Río Bravo, majestuosos boleros o guitarras españolas pegadas al micrófono.

El diseño de producción es otra de las grandes cualidades del género, cuyos productos se rodaban mayoritariamente entre Italia y España. Muchas localizaciones italianas tienen elementos que las delatan, como esos reconocibles cipreses italianos, que podían valer para el péplum, pero no para el western, y esos verdes pastos de Lazio, que se parecen más a Gales que al suroeste estadounidense. Pero los áridos paisajes españoles que rodean Madrid y Almería sí recrean de forma creíble las tierras de la frontera entre Estados Unidos y México.

Los spaguetti westerns también tenían una actitud no revisionista respecto a la mentalidad de género. Franco Nero, el actor que después del Hombre sin Nombre de Clint Eastwood encarnó al segundo héroe más popular del western italiano, el Django de Corbucci (cuyo nombre apareció vinculado a 16 aventuras más entre 1966 y 1972, la mayoría no relacionadas con el original) creía que una de las cosas que les gustaban a los hombres italianos de estos héroes fríos y reservados era que "ellos querían ir a ver a su jefe en la oficina, ser el héroe y decir: Señor, a partir de hoy va a ocurrir algo, y ¡bum, bum!".

En 1967, el novelista Alberto Moravia terminaba un artículo sobre el western a la italiana diciendo: "Después de todas estas historias, ¿qué? ¿Sólo un puñado de dólares? ¿O hay algo más?". Ahora que el género del Oeste italiano se ha convertido en un clásico del mercado de DVD, y que los álbumes de las bandas sonoras, sobre todo las de Ennio Morricone, están reconocidas como influencias fundamentales en la música de cine, esta sigue siendo una pregunta razonable. Con los años, la mayor parte de la crítica ha aceptado los westerns de Sergio Leone como hitos importantes del cine de acción: el héroe de acción moderno, no sólo los de los filmes de Tarantino y Rodríguez, empieza aquí. Ahora estos filmes están considerados como parte integrante de esa clase de "cine-cine" (como lo definió Leone) de finales de los años sesenta: películas populares dirigidas por autores.

Algunos de los más de cuatrocientos westerns italianos que se produjeron entre 1962 y 1976 han superado la prueba del tiempo, sobre todo los que se exportaron a gran escala, como los de Corbucci con Nero; los westerns políticos de Sergio Sollima El halcón y la presa (La resa dei conti, 1966) y Cara a cara (Faccia a faccia, 1967); la serie Trinidad, protagonizada por Terence Hill y Bud Spencer -los Laurel y Hardy del Oeste italiano- y dirigida por Enzo Barboni; y la elegiaca Mi nombre es ninguno (Il mio nome è Nessuno, 1973), de Tonino Valerii. Estos títulos son como Sancho Panza respecto a las anticuadas historias de caballería del western americano de mediados de los años sesenta; carnavales ruidosos y tonificantes en los que lo más reconocible se nos vuelve extraño. Los toques italianos -y su relación con Hollywood- son sus elementos más interesantes, originales y entrañables. Otros spaguetti westerns -el feo y el malo, y los sobrecargados de salsa boloñesa- no han envejecido tan bien. Pero hoy ya nadie pone en duda que Sergio Leone fue al western de John Ford lo que Claude Chabrol a la obra de Alfred Hitchcock, Jean-Pierre Melville al cine de gangsters o Bernardo Bertolucci a la serie negra.