Dejad ya de reíros de los calvos

Dejad ya de reíros de los calvos

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Quedarse calvo es una faena. Estar calvo es, casi siempre, un drama.

Dicho esto, sorprende cómo los calvos somos uno de los colectivos —si es que se nos puede definir así— con menos solidaridad y comprensión por parte de los que lucen pelazo, mechones o incluso (y esto es especial doloroso) presumen de una esplendorosa calva 'de diseño' y optan por ser lo que nosotros no queremos ser aun teniendo un pelo fuerte, abundante y colorido,

Sí, yo soy uno esos que ya lucen más calva que pelo, de los que, si nada lo remedia, deberán armarse de valor, coger una maquinilla y raparse al cero: mejor una esplendorosa pelota que un campo plagado de ridículos pelillos. Formo parte de los calvos o calvos potenciales que ya se ha ido acostumbrando a las bromas que a tantos les hace una gracia incomprensible y que a los afectados nos hunde un poquito más en la miseria.

Sí, somos esos que escuchan casi a diario comentarios del estilo: "¡Anda, si se te ve el tapete!". O: "Claro, a ti nunca te voy a poder tomar el pelo". O ya en el colmo de la sofisticación, que te den un peine al tiempo que te miran la cabeza y entre risas te animan a hacerte la raya a un lado. Todos muy ingeniosos y tan originales como preguntar al padre de unos gemelos si sabe diferenciarlos.

Lo que desconoce esta gente a la que tanta chanza le provoca un calvo y que se siente tan libre para bromear sobre ellos es que la calvicie viene impuesta. Eres calvo porque no puedes ser otra cosa y, en realidad, te da bastante igual si la batalla que has perdido contra el pelo se debe a que tu padre también era calvo, a una medicación, al estrés o a la mala alimentación. Lo único importante es que tu cabeza es un brillante páramo y, si la mayoría de las personas pierde entre 40 y 120 pelos diariamente de los 10.000 que aloja de media una cabeza, tú multiplicas por tres esa cantidad.

Es entonces cuando actos cotidianos del día a día se convierten en batallas que libras en la más completa soledad. El peine se convierte en un arma de destrucción capilar masiva y te aterra constatar cómo el número de cabellos que se quedan alojados en las púas no paran de crecer; los espejos se convierten en enemigos que se empeñan en realzar los huecos capilares; te despiertas con pavor a mirar la almohada, enemigo nocturno que se hace con tus pelos mientras duermes... Y así todo.

El origen de tu calvicie te da exactamente igual, porque lo prioritario es encontrar remedios. Lo que te preocupa, indigna, desespera y quita el sueño es el hoy, el que por los motivos que sean nunca más vas a poder peinarte, que vas a vivir el resto de tu vida envidiando a los que lucen una buena cabellera, a que siempre vas a dedicar al menos un pensamiento al día a constatar que eres un calvo. Un c-a-l-v-o. Y que encima seguirás escuchando comentarios del estilo: "Pues el otro día vi a mi ex, con el que no me encontraba desde hacía 20 años, y madre mía, cuánto ha empeorado: estaba más mayor... ¡y calvo!". No calvo, sino caaaaaalvo.

Sí, los somos, y pedimos la solidaridad de los que nunca van a tener que lidiar con un problema así. Ya sabemos que hay personas a las que la calva les queda mejor que el más abundante de los cabellos —o eso dicen— y que hay dramas peores. Pero es nuestro drama, una batalla que, pese a contar con menos armas que el enemigo, intentamos contener como podemos. Y escuchamos que existe la espuma cutánea Regaine, la única espuma de tratamiento sin receta contra la alopecia o calvicie hereditaria para adultos a partir del 18, y lo compramos como un verdadero acto de fe, ya que todo el mundo lo tenga claro, no tenemos un pelo de tonto. Porque el mero hecho de que estabilice la caída del cabello es la mejor de las soluciones, la ayuda que necesitamos para que dejen de tomarnos el pelo, para que el peine no sea un enemigo y, sobre todo, para que por fin dejemos de darle tantas vueltas a la cabeza.

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