Galileo contra los bárbaros: Ernesto Caballero pone a Brecht en el Valle Inclán

Galileo contra los bárbaros: Ernesto Caballero pone a Brecht en el Valle Inclán

Esta obra de Bertolt Brecht narra la vida del pensador e inventor italiano en la Universidad de Padua, en la corte florentina y en Roma, sus problemas con la promoción de sus ideas, sus apicaradas maneras y su preocupación por dejar un legado.

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Bertolt Brecht es uno de los grandes revolucionarios del teatro europeo del siglo XX. No es, pues, de extrañar su abierta identificación con la figura del gran indagador Galileo Galilei, a quien dedicó dos versiones de la obra que estrenaron la semana pasada en el Valle Inclán: La vida de Galileo. La obra de Brecht se estrenaría en Zúrich en 1943 y fue revisitada dos años más tarde, ya exiliado en California, con Charles Laughton como Galileo. En España, la censura franquista prohibió este texto que no pudo verse hasta el año siguiente de morir el dictador.

En esta producción del Centro Dramático Nacional que cuenta con la versión y dirección del propio Ernesto Caballero y la traducción de Miguel Sáenz, encontramos una buena y respetuosa versión del clásico de Brecht que entretiene a lo largo de sus más de dos horas.

La historia narra la vida del pensador e inventor italiano en la Universidad de Padua, en la corte florentina y en Roma, sus problemas con la promoción de sus ideas, sus apicaradas maneras y su preocupación por dejar un legado. Brecht/Caballero no esconde los rasgos oscuros del personaje, la falta de atención que le dedica a su hija Virginia (Macarena Sanz) que la condena a un mundo de oscurantismo y superchería; su predilección por Andrea Sarti (Tamar Novas) que se acerca a ser el hijo que nunca tuvo.

El personaje de Galileo/Brecht le viene como anillo al dedo al Joglar Ramon Fontserè, quien lleva más de 30 años en la histórica compañía catalana, que actualmente también dirige. El actor se desdobla para dar vida a Brecht y a Galilei. Alguno de los aciertos de la obra pasan por su actor principal. Por ejemplo, por medio de un juego brechtiano (estos en los que el actor de repente te dice "¡sorpresa, soy un actor y lo que estás viendo es ficción!"), el Brecht-personaje llega a preguntarse dónde leches está el Fontserè-real (en un alemán que no parece de Baviera) y dice que él mismo hará del Galileo (personaje o real, ya no se sabe muy bien...).

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La puesta en escena cuenta con bastantes aciertos: una pulcra escenografía de Paco Azorín que juega con el versátil espacio del Valle Inclán; un proscenio circular permite la cercanía del público (que está pegado a los actores); un inteligente juego de proyecciones e iluminación a cargo de Ion Anibal, que pasa de representar las caras de la luna a los doce signos del zodiaco; asimismo, hay alguna imágenes kinéticas realmente bellas como cuando los actores representan estatuas del Renacimiento italiano o cuando se ponen máscaras sacadas de El Bosco. Empero, a la función le hace falta algo de rodaje, hubo interrupciones y lapsus sin importancia, pero que desmerecían un poco el bello texto.

En fin, la obra merece recomendación. Desde la magnífica versión del Rhinoceros de Ionesco que pusiera en escena hace meses--de lo mejor del pasado año teatral si me preguntan--, parece que Caballero nos quiere prevenir contra la barbarie del pensamiento único (nacionalismos, autoritarismo) de todo color y signo (el contexto ideológico de Ionesco es totalmente contrapuesto al de Brecht) y la represión del pensamiento racional. Inteligentes avisos de un intelectual en verdad comprometido, ¿le haremos caso?

Las imágenes han sido cedidas por el Centro Dramático Nacional