Dejé mi trabajo para cuidar de mi hijo y fue una experiencia horrible

Dejé mi trabajo para cuidar de mi hijo y fue una experiencia horrible

Antes de que encendáis las antorchas y vengáis a por mí, dejad que me explique. Quería quedarme en casa. Soñaba con tener un hijo y quedarme en casa para cuidarlo y quererlo todo el día. Me leí todos los estudios habidos y por haber sobre el tema, pero me di cuenta de que no me sentía cómoda.

Rear view of mother holding baby boys hands standing at open front doorRaphye Alexius via Getty Images

Sé que probablemente me arrepentiré de haberlo dicho, pero no me gustó quedarme en casa para cuidar de mi hijo.

Antes de que encendáis las antorchas y vengáis a por mí, dejad que me explique.

Quería quedarme en casa. Soñaba con tener un hijo y quedarme en casa, cuidándolo y queriéndolo todo el día. Me leí todos los estudios habidos y por haber en los que se exponían los beneficios que suponía para un hijo que uno de sus padres se quedara con él en casa.

Hay un sinfín de artículos escritos por madres orgullosas del papel que han desempeñado en sus casas. Madres que explican por qué quedarse en casa y cuidar de los hijos es lo más duro y lo más gratificante que han hecho en su vida.

Estoy de acuerdo con todo lo que escriben esas madres. Pero a la vez me asusta no haberme sentido igual que ellas. He sopesado mil veces las razones de si debería ponerme a trabajar, pero me entristece pensar que no le vendría bien a mi familia.

Yo no critico a las demás madres. No soy más que una madre normal y corriente lo suficientemente consciente de mí misma como para darme cuenta de que no me siento del todo cómoda quedándome en casa. Por mucho que quiera a mi hijo.

A continuación explico lo que ha supuesto para mí dejar el trabajo para quedarme en casa con mi hijo:

El dinero

Todo el mundo piensa en el dinero, pero muy poca gente quiere hablar abiertamente sobre él. Hay mucha gente que no puede permitirse dejar de trabajar. Yo tuve suerte de que pudiéramos mantenernos con un solo sueldo.

Pero, eso sí, si se vive con un sueldo, hay que controlar más los gastos. Un embarazo y un recién nacido no son baratos. Criar a un hijo es caro. Aunque, si te quedas en casa con tu hijo, puedes ahorrarte gastos en niñeras.

Los gastos personales pierden importancia cuando se tiene un hijo, pero, aun así, a todo el mundo le gusta seguir sintiéndose como una persona. No me sentía cómoda gastando el dinero que ganaba mi marido en ir a la peluquería o en hacerme la manicura. Daba igual que mi marido me repitiera que no pasaba nada: yo seguía sintiéndome culpable. Por la misma razón, me sentía mal cuando iba a comprarme ropa.

Las demás madres

Las madres que se quedan en casa para cuidar de sus hijos son un sector interesante de la población. Suelen ser educadas y sociables. Pero que eso no os confunda: suelen ser competitivas, aunque con sutileza.

Lo admitamos o no, lo cierto es que siempre estamos comparándonos con otras mujeres. Todas saben quiénes han conseguido perder el peso que habían ganado con el embarazo y quiénes siguen intentándolo. Todas saben quién tiene un marido cirujano y quién tiene un marido fontanero.

Ciertos programas de televisión contribuyen a la glorificación de las mujeres ricas y guapas. ¿A quién no le gustaría ser influyente, guapa y vivir en un palacio rodeada de bebés adorables? Si pudiera permitirme una niñera 24 horas, tendría docenas de niños.

Sé que mis inseguridades se deben a cosas así, pero necesitaba algún tipo de interacción adulta mientras estaba en casa con mi hijo. Como es normal, me relacionaba con otros padres y conocí a gente maravillosa con la que aún sigo viéndome a menudo. Pero también conocí a gente que me hacía sentir que no lo estaba haciendo bien.

Las expectativas

Dejar de trabajar fue un sacrificio que hice para ocuparme de nuestro hijo y llevar la casa con la intención de que mi marido pudiera descansar por las noches e ir a trabajar cada día sin llevar encima la carga doméstica.

Durante la semana, limpiaba los baños, la cocina y las habitaciones. Ponía la lavadora a diario. Planificaba las comidas y las preparaba otro día, por lo tanto, durante ese intervalo, comíamos sobras. Lo tenía todo bajo control.

Hasta que todo empezó a descontrolarse. Empecé a obsesionarme con la cantidad de pelos que había por mi casa y con la calidad de las comidas que preparaba. Independientemente de las lavadoras que pusiera, siempre había algo más que lavar. Me sentía como una rata en un laberinto.

Me fustigaba por no tener la casa perfecta, sin una mota de polvo, digna de ser portada de una revista de decoración.

El miedo y la aversión

Mi hijo sufría cólicos y lloraba siempre que no estuviera en brazos o comiendo. Estoy casi segura de que también lloraba en sueños, solo para mantenerme alerta. Aunque los médicos me decían que estaba sano, yo intentaba darle el pecho a todas horas, desesperada por encontrar una manera de calmarle.

Pasé tanto tiempo llorando e intentando darle el pecho que empecé a creer que no estaba hecha para ser madre. Aunque llegó un punto en el que él empezó a llorar menos y yo empecé a dormir más, no soy capaz de quitarme esos recuerdos de la cabeza.

Cuando te pasas el día sola con tu hijo, tienes la oportunidad de preocuparte por cosas que no te preocuparían en otra situación. Me preocupaba que se le irritara la piel, que tuviera fiebre, que se ahogara... Me preocupaba por las etapas de su desarrollo y por que se fuera inmunizando contra las enfermedades.

Tenía la cabeza a punto de explotar.

Me amargaba al ver cómo mi marido se preparaba cada mañana para ir a trabajar. Él tenía la oportunidad de escapar, de interactuar con otros adultos. Y yo no. Él tenía la suerte de dormir del tirón por las noches sin que nadie le mordiera los pezones. Todo lo que hacía mi marido me recordaba el contraste existente entre su libertad y mi esclavitud.

Las emociones no son racionales, pero sí que son reales.

Después de llevar dos años en casa, tomé la dolorosa decisión de volver al trabajo. Recibí una oleada de preguntas que me echaron para atrás. De hecho, incluso alguien llegó a decirme "No deberías volver a trabajar a menos que tu marido te lo haya pedido".

Quedarme en casa me resultaba más estresante que trabajar. La presión que me había impuesto yo misma por querer serlo todo para todo el mundo me había desconectado completamente de mí misma. Era incapaz de quitarme de la cabeza el pensamiento de que estaba siendo una mala esposa y una mala madre.

Todo el mundo tiene que tomar decisiones basándose en lo que es mejor para su familia y para su situación personal. Ojalá las mujeres se sintieran más cómodas al hablar sobre la presión que sentimos, como madres, al poner a todo el mundo por encima de nosotras.

Quedarme en casa no era una decisión sana para mí, así que decidí volver a trabajar.

Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero

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