El emperador no tiene vocabulario

El emperador no tiene vocabulario

Quedar seducido por la imponente oratoria de alguien es una cosa. Quedarse pasmado por su incoherente idiotez es otra. Trump presume de palabrería como si fuera un lanzallamas, quemando a sus oyentes con un bombardeo imparable de estupideces desconcertantes, crípticas y asquerosas.

EFE

Dominando el arte de la incoherencia.

En algún lugar de este mundo, mi profesor de Lengua de secundaria -y cualquiera que valorara y respetara la forma, función y el buen uso del inglés- estará poniendo los ojos en blanco en su tumba.

El mezquino, déspota e inestable hazmerreír que actualmente ocupa la Casa Blanca dio una rueda de prensa el pasado jueves por la tarde. En internet están disponibles los extractos de esa rueda de prensa y probablemente hayan llegado a publicitarse en vallas en algún lugar desconocido, siendo utilizados de forma efectiva como armas de reclutamiento para ISIS.

Basta decir que fue una vergonzosa avalancha de locura depredadora e ininteligible.

A estas alturas, no esperamos que el discurso de Gettysburg de Lincoln o el "Yo tengo un sueño" de Martin Luther King salga por la arrugada boquita de Donald J. Trump.

Nos conformaríamos con una frase completa que tenga un principio y un final verificables.

Su capacidad para ahogar la razón con un flujo continuo y pernicioso de balbuceo y cháchara efectivamente desmoraliza a cualquiera que tenga oídos.

En su lugar, el galimatías desenfrenado que escupe este presidente es tan incomprensible que puede hundir en la miseria a una sala completa de experimentados reporteros. A lo largo de su nefasta carrera, Trump se las ha arreglado de alguna forma para convertir en un arma su torturada sintaxis repleta de tonterías, creando caos a su alrededor con una de sus herramientas más recurrentes: decir chorradas consumadas.

Es como un terrorista del cotorreo.

Su capacidad para ahogar la razón con un flujo continuo y pernicioso de balbuceo y cháchara efectivamente desmoraliza a cualquiera que tenga oídos. Trump presume de palabrería como si fuera un lanzallamas, quemando a sus oyentes con un bombardeo imparable de estupideces desconcertantes, crípticas y asquerosas. Ese es el motivo por el que parecía que el nutrido grupo de periodistas curtidos y perspicaces allí reunidos lo que necesitaba era una mantita, un mordedor y un biberón con aspirina cuando Trump salió a hablar.

No soy la única que ha hecho esta observación, y la de que hasta ahora era algo nunca visto en un líder mundial. Quedar seducido por la imponente oratoria de alguien es una cosa. Quedarse pasmado por su incoherente idiotez es otra.

No sé qué más necesitan los locos y aduladores seguidores de este Stalin tartamudo para reconocer la derrota. Aparentemente, un flagrante despliegue de sinsentidos, tonterías y pasmosa ignorancia no basta.

Lo único que sé es que este peligroso bufón, cuyo dominio del arte de las evasivas indescifrables le ha dado las llaves de este santuario, es una sarcástica desgracia para nuestra nación, y para el resto de personas del mundo que todavía mantienen un discurso inteligente.

Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano

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