Odiando voy, odiando vengo

Odiando voy, odiando vengo

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El mundo ya debería haberse transformado. No me entiendan mal, me consta que Heráclito estaba en lo cierto y que lo único constante es el propio cambio; todo fluye, nada permanece. Pese a ello, a estas alturas sería recomendable que todo se hubiera convertido en algo mejor. Nosotros y el mundo, por este orden.

Desde hace algo más de un mes, un vídeo recorre los nodos de Internet de norte a sur, de este a oeste. Es un clip familiar protagonizado por una actriz española, Elsa Pataky, que comparte con el público una escena cotidiana de su día a día en Australia. Nada hay de particular en el vídeo para cualquier espectador, salvo para quienes, con alguna suerte de fobia, descubran que Pataky convive con arácnidos de considerable envergadura, los cuales se intuye que no se cuelan por las rendijas del hogar, sino que presentan sus respetos llamando a la puerta.

Quien conozca, por muy someramente que sea, la geografía mundial, sabrá que el continente oceánico es de una riqueza natural exuberante, con innumerables especies que cohabitan en un paraje hostil para quien no está acostumbrado a ornitorrincos, serpientes varias, zarigüeyas, diablos de tasmania y arañas de todo tipo. Arañas como las del hogar de Elsa Pataky. También sabrá que Australia es pionera en la protección y cuidado medioambientales, siendo estricta en el amparo de sus especies autóctonas y su correcta salvaguarda. En el mundo, entienden, hay sitio para todos.

Pero hete aquí que Pataky decide grabar el vídeo de la discordia, un vídeo a mi juicio entrañable en el que, bote de cristal en mano, recoge a su huésped y la deposita, con la ayuda de su hija, en el jardín de la casa. Esta práctica tan habitual ha sorprendido, sin embargo, a muchos internautas, quienes han puesto el grito en el cielo por las más variadas causas sin que pueda entender ninguna.

Existen quejas por el modo en que un 'youtuber' diseña un huerto urbano, la forma en que un 'blogger' escoge un 'eyeliner' o la manera en que alguien decora 'cupcakes'.

Como admiro el gracejo y creatividad de los usuarios de Internet, primero me centraré en los mensajes positivos, tomándome la licencia de transcribir los comentarios más desternillantes y superlativos: "En mi país quemamos la casa, te mudas y entras en un programa de protección de testigos donde te cambian el nombre, por si acaso la hija de la araña busca venganza"; "una araña dice, ¡pero si eso es Spiderman!", "me encuentro un ejemplar así y huyo del país, que se quede con mi casa"; "con semejante tamaño le cobro el alquiler", o incluso: "Una de dos, o salgo corriendo y no me vuelven a ver en la vida, o me desmayo y la que me tiene que rescatar es la araña".

Aunque, como adelantaba, una gran cantidad de mensajes son bienintencionados y distraídos, una buena porción de ellos no se refieren a la actitud de Pataky, ni a lo didáctico de su vídeo, sino que optan directamente por descalificar a la actriz sin justificación, simplemente porque sí. Y esto no es algo puntual o específico, es una costumbre que se está convirtiendo en ley.

De algún modo, nos hemos habituado a ampararnos en lo vasto de la red para expresarnos de manera ruda y desagradable. Con asiduidad encontramos respuestas fuera de tono ante cualquier tipo de post, tweet, mensaje o comentario. Para todo hay contrarréplica, más exitosa cuanto más descalificadora o retorcida. A veces, simplemente ofensiva.

Y esto sucede en todos los ámbitos, no exclusivamente en aspectos concernientes a la esfera pública, la gestión de recursos o el manejo de las finanzas. Existen quejas por el modo en que un youtuber diseña un huerto urbano, la forma en que un blogger escoge un eyeliner o la manera en que alguien decora cupcakes. Estas prácticas anodinas, y poco o nada fundamentales para nuestra vida, suscitan las más increíbles reacciones, todas ellas dirigidas a incomodar. En este caso, Pataky solo ofrece la visión de una realidad que le es cercana, la de la fauna autóctona australiana, sus ventajas y sus inconvenientes, el modo de actuación ante semejantes coyunturas. Y lo hace sin maquillaje, sin proclamas ni consignas, solo ella con sus hijos y un arácnido.

Qué importa todo lo demás, qué puede interesarme si está casada con Chris o Liam Hemsworth; si es vegana o flexívora; si sigue una dieta macrobiótica o robótica; si practica yoga o juega al mus. Nada, absolutamente nada, pero son aspectos que, leído lo leído, le son recriminados cuando decide rescatar a una simple araña.

Qué quieren que les diga, creo que hemos empezado a odiar por encima de nuestras posibilidades.

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Lucía Tello Díaz. Doctora y profesora universitaria de cine. Directora y guionista.