Tan dramático como una comedia

Tan dramático como una comedia

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Hora punta en Madrid. La canícula invade el horizonte y por el retrovisor solo diviso rostros anónimos e inconmovibles. En fila india, todos seguidos, conductores resignados. El sopor me invade cuando aparece un monovolumen dispuesto a escudriñar un hueco. Vira a la derecha, tantea la izquierda, hace un adelantamiento más o menos honroso y se sitúa delante de mí. Digno de elogio escalar posiciones con semejante dimensión.

Lucas, Eduardo y Diana, así se llaman los tres niños del coche (no son nombres auténticos, por protección a los menores). No es clarividencia ni ningún malabar esotérico, un adhesivo tiene a bien recordárselo a quienes, como yo, nos encontramos en el atasco. Dos niños y una niña, tres niños sanos que bajo ningún concepto quiero que dejen de estarlo. Por la radio indican que estamos a treinta y seis grados y el termómetro del vehículo señala cuarenta y dos. Uno de los dos miente o alguno falla. 'Lucas, Eduardo y Diana', repito para mis adentros sin pensarlo. Katy Perry canta mientras una marquesina llora: "Cada día se casan más de 39.000 niñas en el mundo. Cada dos segundos una niña es obligada a casarse". Y de nuevo pienso: 'Lucas, Eduardo y Diana'.

Qué duro es ser niña. Qué duro es serlo en un mundo que no está preparado para tenerlas. Así somos, qué necedad. Habrán comprobado, porque es algo ostensible y bien palpable, que últimamente la comedia televisiva ha ido en franco retroceso. En dos días seguidos, en dos series norteamericanas diferentes, he tenido el infortunio de escuchar la misma reflexión en estéreo, como si los guionistas otorgaran carta de naturaleza a una idea para mí arrogante y malvada: las niñas son ciudadanas de segunda clase.

Esta cavilación sesuda (sesuda para el nivel de quienes la sostienen, se entiende), se materializó primero en una producción en la que las salidas de tono suelen estar a la orden del día. En ella no solo se tiene que aceptar que un padre de familia admita abiertamente que su único hijo varón es su favorito, sino que además ese mismo abnegado pater familias indica a su suegro que es normal que quiera tener a un varón, ya que "nadie prefiere a una niña". Su mujer, y madre de los niños, apoya su postura, aunque el hijo en cuestión sea lo más parecido a un bárbaro o a un salvaje. Desconozco si les avala un estudio poblacional, supongo que sí para espetar semejante barrabasada.

El segundo exabrupto proviene de otra serie de humor, de esas producciones pasatiempo con las que relajarse sin grandes pretensiones. Me guardo el nombre por respeto, confesando el pecado pero no el pecador. En ella otro padre virtuoso, digno merecedor de respeto y cortesía, confiesa en el vehículo familiar, con toda la prole reunida, que entre todos sus hijos siempre ha preferido a su primogénito varón, afín en género y universo, ya que lo 'femenino' es un mundo engorroso y aparte.

Es fatigoso soportar la discriminación a la mujer, pero todavía más exasperante es ver cómo excluyen a las niñas en la vida y en el universo audiovisual.

Permítanme que me ría. Cuando alguien despliega alegatos fisiológicos para justificar convenciones socioculturales siempre me da por reír. Decir que una niña es menos deseada porque su universo no encaja con el masculino es como sacrificar a un caballo por haberle quebrado deliberadamente las patas. Por muy pura sangre que fuera, hay obstáculos que no se pueden salvar. "Un niño es más noble", he oído decir; "las niñas son demasiado listas", también he llegado a escuchar; o peor: "las niñas son malas". Todas estas subjetividades abyectas vienen ahora avaladas por unas series pretendidamente distendidas en las que el humor está asegurado. Dirigidas a todos los públicos, no lo olvidemos. Lo peor, lo intolerable, es que estas dos series se suman a la interminable lista de producciones audiovisuales que redundan en el rechazo y en la socialización en la diferencia. Estereotipos de ida y vuelta que acreditan un sistema injusto.

Es fatigoso soportar la discriminación a la mujer, pero todavía más exasperante es ver cómo excluyen a las niñas en la vida y en el universo audiovisual. Resulta insufrible que ellas, aún llenas de vida, deban adaptarse a un mundo en el que se saben rechazadas. 'Que se vayan curtiendo para lo que les queda por vivir', pensarán algunos. Que retiren esos contenidos, pienso yo.

Porque entonces, si todo vale, si ellas no son deseadas, si tienen que reclamar un espacio del que nunca son dueñas, si están de prestado y no importan, qué clase de mundo estamos construyendo. Un mundo en el que las mujeres, subsumidas en la idea construida de lo que es pretendidamente femenino, no tienen cabida.

El adhesivo de 'Lucas, Eduardo y Diana', se diluye en una marisma de ruido, calima y humo. El tráfico se va descongestionando. Nos vemos en el próximo atasco, monovolumen. Buena suerte en tu recorrido, Diana.

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