Carlos López Otín, la excelencia

Carlos López Otín, la excelencia

El científico Carlos López Otín se ha consagrado como una eminencia mundial en la investigación del cáncer o el envejecimiento. Él sabe mucho de los miedos que nos obsesionan y es capaz de relatarlo como si fuera un cuento. Algunos barruntan que algún día será premio Nóbel.

Salir a un escenario y agradecer un premio es un arte muy complicado de dominar. La otra noche, en Zaragoza, presencié una obra maestra del género. Su autor fue Carlos López Otín, el científico aragonés que se ha consagrado como una eminencia mundial en la investigación del cáncer, el envejecimiento o las enfermedades hereditarias. En el restaurante Farándula, López Otín recibía el premio Aragón de la Fundación Aragonesista 29 J, presidida por José Luis Soro. Su discurso de agradecimiento nos dejó tocados. Lástima que no se nos ocurriera grabarlo.

Carlos exprimió magistralmente los minutos que permaneció en el escenario. Sus primeras palabras fueron estas: "Cuando venía esta tarde en el tren a Zaragoza me he recordado en el tren que, hace muchos años, me trajo desde Sabiñánigo para estudiar en la universidad". A continuación, sin ningún papel delante, sintetizó su vida, el sentido de su trabajo y su relación con Aragón. Con una exquisita naturalidad, integró en su relato al resto de los premiados -la coordinadora Biscarrués-Mallos de Riglos, Las Mujeres del Carbón, la subcampeona olímpica de waterpolo Andrea Blas- y, también, a las personas, con su nombre y apellidos, que acababa de conocer esa misma noche. Mientras lo escuchaba, tuve la rotunda impresión de estar ante un cerebro superior. Esa sensación la había tenido por primera vez hacía tres años, en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza, cuando, en la presentación de la Fundación Príncipe de Girona, pronunció la conferencia Juventud, Cultura y otros sueños ante los Príncipes de Asturias. Y la volví a tener hace unas semanas al ver en Aragón Televisión la estupenda monografía que le dedicaron en Pura vida las hermanas Ana, Ángela y Paula Labordeta.

Carlos López Otín nació en Sabiñánigo en 1958 y allí vivió hasta que comenzó Químicas en la Universidad de Zaragoza. Desde 1987 reside en Oviedo por una razón de bandera: Gloria, su amor, es asturiana y ella le arrastró a su tierra. Hace ya años que Carlos es uno de los grandes orgullos de la Universidad de Oviedo, de la que es Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular. Ha recibido toda clase de reconocimientos, incluidos los Premios Jaime I o el Premio Nacional de Investigación Ramón y Cajal. Algunos barruntan que algún día será Premio Nobel y a mí no me extrañaría en absoluto.

Yo era muy niño cuando mi padre Alberto me empujó a leer las biografías de Marie y Pierre Curie y de Santiago Ramón y Cajal: de ellos podía aprender hasta qué punto el esfuerzo y el espíritu de sacrificio y de superación podían hacer grande una vida. Mi arrobo y mi envidia hacia los científicos proceden de esa certeza que pude digerir muy temprano. Y López Otín personaliza de un modo muy preciso el modelo de científico que mi padre me provocó admirar.

El sábado del premio las hermanas Labordeta le animaron a sumergirse en el Tubo, la mítica zona de bares de la Zaragoza más castiza. Nos apalancamos en Vinos Nicolás, envueltos en ese bullicio que solo tienen las noches de los sábados. También es una delicia charlar en un bar con Carlos López Otín. Carlos es primo hermano de José Antonio Martín Otín, Petón, escritor, periodista, representante de futbolistas y directivo del Huesca, del que fue jugador. Carlos sostiene que Petón es el más listo de la familia.

Carlos habla de asuntos muy complejos con una transparencia absoluta: gracias a él comprendes cosas que jamás pensabas que podrías entender y eso te hace sentir inteligente. Sus grandes especialidades ya no nos pueden interesar más porque tienen que ver con lo que más nos importa: la enfermedad, el paso del tiempo, la vida, la muerte, por qué somos como somos, por qué sentimos lo que sentimos. Él sabe mucho de los miedos que nos obsesionan y es capaz de relatarlo como si fuera un cuento. Es un genio de la ciencia al que le fascinan nuestros misterios más íntimos e insondables. Su toque arrebatadoramente humanista, su calidez y su sentido del humor disparan su atractivo. El otro día, en el bar, algunos que no lo conocían no podían creer que ese tipo era un científico de prestigio internacional. Los científicos que ellos tenían en la cabeza no solían reírse tanto. Juana de Grandes me dijo: "Qué lástima que Carlos López Otín solo haya uno". Y Pepe Melero: "Me avisaste de que era un crack. Pero te habías quedado corto".

Su poderío mental le permite algunos alardes. Nunca lleva reloj y no necesita despertador para levantarse a tiempo. Ama tanto su trabajo que no lo considera trabajo. Su ansiedad por saber y por encontrar respuestas no tiene fin. Resulta muy impactante escucharle cuando evoca la emoción que le produce descubrir algo que puede servir para mejorar la vida de la gente. La otra noche hablamos de la felicidad. Yo deslicé que cuando en esta vida se hace algo impulsado por el instinto de alegría o de felicidad es imposible equivocarse, aunque te equivoques. Para subrayar hasta qué punto había que celebrar los momentos felices, Carlos, en el discurso de agradecimiento, había aludido con mucha gracia al ser humano que ha pasado a la historia como el más feliz de todos los tiempos: Abderramán III, el primer califa omeya de Córdoba, que, durante su larga existencia, fue anotando con total diligencia los días de absoluta felicidad que disfrutaba. Al final hizo balance y esos días sumaban 14. Carlos insinúa que no hay mejor modo de expresar la dificultad de tocar la felicidad que reparar en el número de días que lo consiguió el más feliz de todos.

En las encuestas que detectan los colectivos más respetados por los españoles, los científicos ocupan el primer lugar y los políticos el último. No sé si es por pura envidia por lo que los políticos maltratan a la investigación y la ciencia. Y parece muy chocante que a un grupo tan socialmente venerado se le arrincone tanto en los medios de comunicación de masas y en el imaginario popular. Que Carlos López Otín ocupe en nuestras vidas un espacio infinitamente menor que la mujer de Borja Thyssen es un buen retrato de nuestra infinita estupidez.

Este artículo ha sido publicado originalmente en el periódico 'El Heraldo de Aragón'.