Inmortal y rosa

Inmortal y rosa

Existen algunos modos de vengarse de la muerte. Uno es reírse de ella. Otro es obviarla, hacer como si no existiera. Otro es encararla sin ambages. La hora violeta también es la gran venganza de Sergio del Molino contra la muerte de su hijo. Los lectores acabamos enamorados de Pablo, garantía de que nunca se irá.

Hay tragedias íntimas que revolucionan la cabeza y provocan un vuelco en la manera de recibir la vida y estar en el mundo. Yo no he tenido hijos pero, por desgracia, sé muy bien hasta qué punto la tragedia íntima más absurda y devastadora es la pérdida de un hijo. Demasiados seres queridos -siempre son demasiados- han sufrido la explosión de esa bomba atómica en sus vidas.

Cuando alguien pierde un hijo cualquier reacción es respetable. Nadie debería juzgar a nadie, haga lo que haga. Hay algunos que optan por comerse a solas su dolor y otros que sienten la necesidad de compartirlo. Puede resultar llamativo que casi todos los escritores que han perdido un hijo hayan recreado en su obra ese calvario. Pero es de lo más natural: los escritores se suelen alimentar de sus vivencias más impactantes y retratar esa tristeza inverosímil es un intento, inútil pero inevitable, de aceptar lo inaceptable. Francisco Umbral fue uno de ellos. Su hijo Pincho murió de leucemia a los cinco años y, poco después, en 1975, publicó Mortal y rosa, un libro que le persiguió siempre. Hasta los que no soportan a Umbral confiesan que Mortal y rosa les parece una maravilla.

En septiembre de 2010 se le diagnosticó leucemia a Pablo, el primer hijo de Sergio del Molino y de Cristina Delgado, a los que los lectores de Heraldo conocen bien. En agosto de 2011, con menos de dos años, Pablo murió. El pasado 19 de marzo Sergio presentó en el Teatro Principal de Zaragoza La hora violeta que, a sus 33 años, le ha confirmado como el gran escritor que ya sabíamos que era. La hora violeta es el Mortal y rosa de Sergio, un deslumbrante ejercicio literario a partir de su experiencia más extrema y desestabilizadora. En este mismo teatro, hace dos meses, Miguel Mena presentó su excelente novela Todas las miradas del mundo. El día del padre Miguel arropó a Sergio y definió su libro con un adjetivo que le sienta muy bien: hipnótico. Miguel recordó el sms que le envió a Sergio al concluir la lectura: "He leído La hora violeta en un día pero lo masticaré durante años".

Perder a Pablo ha puesto a prueba a Sergio como ser humano pero también como escritor. Es la clase de reto que saca lo peor de los peores escritores y lo mejor de los mejores. Es muy fácil resultar devorado por una materia prima tan sensible y esencialmente conmovedora y hundirse en la literatura más ridícula y llorona. Pero Sergio ha dado una lección de cómo huir de la infección sentimental y la pornografía emocional. La hora violeta es profundamente conmovedor pero también es, y de qué manera, alta literatura.

Hace unos ocho años Félix Romeo, buen detector de talentos, me dijo: "No te pierdas lo que escribe en Heraldo Sergio del Molino". Hice caso a Félix y disfruté mucho con los artículos y reportajes que Sergio publicaba en estas páginas. Cuando Pablo enfermó, Sergio y yo nos conocíamos poco pero la noticia me golpeó duro. Nunca se sabe bien cómo acertar pero el cuerpo me pidió escribirle algún email cómplice. Sergio me respondió muy amable pero preferí no molestarle más y preguntarle de vez en cuando a Picos Laguna, directora de este suplemento en el que Sergio y yo somos compañeros. Picos me mantuvo al corriente de la evolución de Pablo durante aquellos ciclotímicos y desesperantes meses. Al morir Pablo le escribí un email a Sergio en el que le hablaba de mis charlas con Umbral a propósito de Mortal y rosa y de cómo ese libro le había marcado. Mi objetivo subterráneo era sugerirle que él era un escritor perfecto para dejar un testimonio de esa naturaleza. Lo que yo entonces ignoraba es que Sergio tenía a Umbral en un pedestal y que ya había pensado La hora violeta. En los meses siguientes conocí a la adorable Cristina, la madre de Pablo, y comencé a frecuentar más a Sergio. Cuando publicó su tercer libro, El restaurante favorito de Nina Hagen,-una antología de su estilazo como escritor-periodista- Sergio me brindó la oportunidad de charlar con él en un club de lectura en el FNAC. Ese día dije que, por muy bueno que fuera lo que Sergio había escrito, lo mejor estaba por llegar. Desde hace más de un año coincidimos a menudo en Buenos días Aragón, el programa de Aragón TV que dirige Pablo Carreras. Al salir de la tele, Sergio siempre me acerca a casa con su coche. Sergio es un caso límite de adicción literaria. Sin la literatura, su vida cojearía de las dos patas.

La hora violeta está escrita con un desparpajo elegante y brutal. Sergio logra que nos sumerjamos con él en sus días de dolor y que los hagamos nuestros. Nos confía sus reflexiones más hondas y sus observaciones sobre todo lo que se mueve a su alrededor, que se mueve de forma distinta cuando se mira con los ojos de un padre destrozado. Pero también nos invita a acompañarle en sus fugas del horror, cuando se deja acariciar por el humor, las canciones, los libros y los amigos que le impiden olvidar que la vida también puede ser formidable. Yo he leído La hora violeta con un nudo en la garganta pero, a ratos, al reparar en mi placer como lector, no conseguía escapar de una extraña mala conciencia.

Existen algunos modos de vengarse de la muerte. Uno es reírse de ella. Otro es obviarla, hacer como si no existiera. Otro es encararla sin ambages. La hora violeta también es la gran venganza de Sergio contra la muerte de su hijo. Los lectores acabamos enamorados de Pablo y ese amor es la mejor garantía de que Pablo nunca se irá. El año pasado Sergio y Cristina fueron padres de Daniel. Cuando Daniel pueda leer La hora violeta sabrá por qué su hermano se ha convertido en un ser inmortal.

Este artículo se publicó originalmente en el diario 'El Heraldo de Aragón'.