Marcos Ordóñez en el país aparte

Marcos Ordóñez en el país aparte

Me identifico con su pasión por esa gente arrolladora y desastrosa, atractiva y frágil, deslumbrante y disparatada, adorable e insoportable, siempre al borde del abismo, a punto de estar genial. Gente límite, excitante, experta en exprimir la vida, caminar por el alambre y estropearlo todo. Habitantes de un país aparte.

Fernando Fernán-Gómez sostenía que, sobre todo en el franquismo, la gente del espectáculo y de la cultura formaba "un país aparte". Él se sentía muy a gusto en ese lugar, en el que brillaban una mentalidad, una moral y una manera de disfrutar la vida muy raras en la España enlutada y reprimida de entonces. Ese país era el de los cómicos, artistas y bohemios, el de los rodajes, platós y teatros, el de los cafés, tertulias y garitos de madrugada. Fernando conoció a fondo ese mundo y él fue una de sus estrellas.

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El escritor, periodista y crítico teatral Marcos Ordóñez se ha sumergido a menudo en ese país aparte y nos lo ha contado de maravilla, en sus artículos, novelas, biografías, entrevistas, ensayos o en dos libros documentales, Ronda del Gijón -un retrato del Madrid y la época del Café Gijón-, y Beberse la vida, sobre los años de Ava Gardner en España. Uno de los que le hablaron de Ava fue Perico Vidal, un personaje que le cautivó. Esa fascinación es el origen del nuevo libro de Marcos, Big Time: la gran vida de Perico Vidal que, el otro día, presentó en Zaragoza, en la Librería Cálamo de Paco Goyanes. La materia prima fundamental de este trabajo son las conversaciones que Marcos mantuvo con Perico -que murió en 2010- y su hija Alana. Como en otras ocasiones, Marcos permanece agazapado, detrás de las palabras de Perico y Alana. Pero, para escribir algo así, hay que saber mirar y escuchar muy bien y ser un narrador extraordinario.

Perico Vidal es uno de los tipos más especiales que España ha dado al cine. Era encargado de casting y ayudante de dirección, dos tareas por las que resulta muy complicado pasar a la historia. Sin embargo, él lo consiguió: era un fuera de serie y no fue el ayudante de cualquiera. Perico fue el cómplice número uno de Orson Welles, Mankiewicz, Stanley Kramer, Nicholas Ray o David Lean cuando rodaron en la España de los 50 y 60. Y, también, el gran amigo y confidente de Frank Sinatra. "Mi amigo Pedro, el tipo que me salvó la vida en España". Así lo presentaba Sinatra. Para muchas figuras internacionales de aquellos años, Perico simbolizaba, sencillamente, lo mejor de España.

Perico, él lo admitía, fue un bala perdida. El jazz, el cine, la noche, las mujeres y el alcohol marcaron su juventud. Hablaba inglés, algo inaudito en la España de la posguerra. Eso y su encanto personal le abrieron muchas puertas. En 1952 Perico entrevistó a Welles en el Festival de Cannes. Sintonizaron tan bien que Welles le ofreció ser su ayudante en España, donde iba a rodar Mr. Arkadin. Perico aceptó la propuesta y cambió su vida.

Marcos dibuja la personalidad de Perico, pero, también, la de los mitos que él conoció tan de cerca. El libro desvela la trastienda de personas y películas de las que se creía que se sabía casi todo y transmite el aroma de una España muy particular, de una España aparte. Perico estaba allí, en primera fila, y era una esponja.

Marcos reivindica el valor de las anécdotas y de las observaciones que, como decía Capote, no son literatura pero pueden ser arte. Perico recuerda lo que ocurrió en un encuentro en Madrid entre Nicholas Ray y Luis Buñuel. Ray se moría por conocer a Buñuel y le pidió a Perico que organizara una cita. Quedaron a comer en el Hilton. Ray tenía casi 50 años y era un director consagrado en el mundo pero fue al Hilton hecho un flan. Durante la primera media hora, aturdido, no soltó ni una palabra. Buñuel hacía algún comentario banal sobre el tiempo o la comida pero no lograban hilar una conversación. Pero después, con el alcohol, Ray se vino arriba y comenzó a hablar por los codos: le contó a Buñuel una escena surrealista que había concebido para Los dientes del diablo y, ante la mirada silenciosa y somarda de Buñuel, le explicó qué era eso del surrealismo al rey del surrealismo. Perico estaba avergonzado y perplejo. Entonces, en un momento en el que Ray se ausentó para ir al lavabo, Buñuel soltó esto: "¡Qué tío más célebre!".

En el libro se desliza otra historia poderosa: la relación de Perico con su hija Alana. Al separarse de su madre Susan, Alana vivió largas temporadas con Perico, envuelta en las juergas interminables de su padre con los golfos más golfos de España. Perico bebía como si el mundo se fuera a acabar, como él decía que bebía Ava Gardner. Alana era testigo de aquello con cuatro o cinco años. Susan logró rescatar a la niña, la llevó consigo a Nueva York y le prohibió ver a su padre hasta que fuera mayor de edad. Cuando cumplió 18 años, en 1987, Alana llamó a su padre y, éste, feliz, le contó que, gracias a Alcohólicos Anónimos, había superado su adicción. Hacía un año que estaba limpio, que no bebía. Perico le pidió a Blanca Marsillach que le acompañara a Nueva York, al reencuentro con su hija. Alana, emocionada, acudió al lugar de la cita. Pero su padre no apareció. Desesperada, barruntando lo peor, llamó a muchos hospitales, sin suerte. No supo nada de él en mucho tiempo. Un día Blanca le contó por qué su padre le había fallado: en un restaurante de Nueva York Perico se había encandilado con la primera botella de Coronita que él veía. Perico pensó que sería muy bonito llevarle a su hija una rosa en esa botella. Pero, en lugar de vaciar la botella tirando la cerveza, se la bebió. Y luego, una cerveza detrás de otra, hasta que Blanca lo llevó a rastras al hotel. Perico, devorado por la culpa, no tuvo coraje de llamar a su hija. Fue ella la que, dos años después, le llamó y, entonces sí, se reencontraron.

Marcos Ordóñez vive en su ciudad, Barcelona, con Pepita, a la que dedica todos sus libros con estas dos palabras: Pepita forever. Es un escritor brillante y torrencial. Nació en 1957 y muchas de sus narraciones se ambientan en los años de su infancia y adolescencia. De niño acompañaba al teatro a su padre funcionario, que tenía pases gratis. Así le vino la afición. Sus artículos en Babelia le han consagrado como el crítico teatral más respetado de España. En Telón de fondo Marcos cuenta un episodio que retrata muy bien un tormento muy habitual de los críticos: una noche se desmayó en el Teatro Romea al ver la función de unos amigos sobre la que tenía que escribir pero que no le había gustado nada.

Marcos es un humanista radical que suele volcar en sus libros su propia vida y su interés por determinados seres. Perico Vidal es uno de esos por los que siente debilidad. Me resulta muy fácil identificarme con su pasión por esa gente arrolladora y desastrosa, atractiva y frágil, deslumbrante y disparatada, adorable e insoportable, siempre al borde del abismo, siempre a punto de estar genial. Gente límite, excitante, experta en exprimir la vida, caminar por el alambre y estropearlo todo. Habitantes de un país aparte.