Mi infancia con Chicho Ibáñez Serrador

Mi infancia con Chicho Ibáñez Serrador

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Foto: imagen de archivo de Chicho Ibáñez Serrador con Ruperta, la mascota del Un, Dos, Tres/EFE

Andreu Buenafuente estaba entrevistando al director del momento, el cineasta español con más proyección internacional. Más que Alejandro Amenábar, incluso. Se trata de Juan Antonio Bayona, a punto de estrenar en las salas españolas su película Un monstruo viene a verme. Podría decirse que es el rey del suspense actual. Por eso, el presentador catalán quiso sorprenderle con un giro de guión espectacular, imprevisible: la aparición de Chicho Ibáñez Serrador, desaparecido de la vida pública desde hace tiempo, en silla de ruedas y empujado por su hijo Alejandro.

"Es el de verdad", comentó Bayona, sin poder creérselo.

La escena era como ver al amo del terror actual sorprendido por el maestro del terror del pasado, el director de Quién puede matar a un niño, La residencia e Historias para no dormir.

Observar el estado de Chicho, muy envejecido, algo lento pero sin perder la chispa y su humor corrosivo, costándole un poco hablar por sus problemas de garganta, me hizo viajar en el tiempo a treinta años atrás.

Conozco a Chicho desde que vine a este mundo. De hecho, el genio de la televisión compró el periódico ABC del día que nací, lo encuadernó en cuero como un libro para que en el futuro, ya presente, yo pudiera echar un vistazo a las noticias de aquel 24 de diciembre de 1977. El libro se lo regaló a mis padres y lo guardo con gran cariño, porque ese día ocurrieron en el mundo muchas cosas malas y algunas buenas. Pero, como reza la dedicatoria, "entre éstas últimas, el periódico, desgraciadamente, se olvidó de mi nacimiento".

Mi padre y Chicho no sólo trabajaban juntos, sino que su pasión por su profesión los había hecho convertirse en grandes amigos. En ocasiones, inseparables. Y aunque luego el tiempo hizo que cada uno recorriese su propio camino profesional y personal, mi padre siempre le está y estará agradecido por sus enseñanzas y por haberlo introducido en la industria audiovisual.

Todo comenzó cuando mi padre, desde su pueblo en la provincia de Córdoba, envió un texto dramático a TVE, en concreto a un programa titulado Teatro de misterio. El encargado del correo en la tele depositó el paquete en el buzón de Ibáñez Serrador, ya que éste había dirigido la primera obra del citado programa. Cuando Chicho lo recogió y vio de qué trataba, se lo pasó a su entonces esposa, la actriz Susana Canales, para que le echara un vistazo. En aquel momento, era ella quien realizaba la criba de los proyectos antes de que llegara a las manos del genio televisivo. El texto no estaba muy bien escrito, pero Susana detectó una buena idea en el concepto, sobre todo en la originalidad del planteamiento y la sorpresa del desenlace. Así fue como Chicho la leyó y terminó contactando con mi padre para proponerle convertirla en una historia para no dormir. La serie no cuajó porque le encargaron el Un, dos, tres, y el autor de mis días se enroló en el mítico concurso.

Luego colaboraron en muchos proyectos televisivos, algunos cinematográficos, y yo fui creciendo desde mi niñez, viéndolos trabajar a ambos. Los domingos por la tarde-noche, mi padre, mi madre y yo íbamos a casa de Chicho, cerca del Paseo de la Habana. Ambos fumaban en pipa y tenían barba. Ése era el look del guionista de aquella época, no muy alejado del prototipo actual. Antes de cenar, y no sin alguna pequeña discusión, finiquitaban el guión del Un, Dos, Tres que se iba a grabar a la semana siguiente. Yo, mientras tanto, jugaba con Pepa, la hija de Chicho y de Diana, su nueva esposa. Somos de la misma edad, y su hermano, Alejandro, el que empujaba la silla de ruedas en el programa de Buenafuente, es un par de años menor.

Chicho me ha enseñado a ser guionista, directa o indirectamente, porque todo lo que le trasmitió a mi padre sobre televisión y cine, él, en cierta manera, me lo ha traspasado a mí.

Recuerdo también ir a Pedraza, donde el creador del Un, Dos, Tres poseía una antigua casa rehabilitada. En aquella época, este pueblo segoviano era algo así como el lugar preferido por los intelectuales para tener su segunda residencia y, claro, alguien como Chicho pasaba temporadas allí preparando nuevos proyectos. Mi padre tenía continuas reuniones creativas con él, y hay una imagen que no se me borra de la cabeza: Pepita y yo jugábamos a medirnos para ver quién era más alto. Hay documentos gráficos. Ganaba ella porque yo, en lo de crecer, he sido un poco diesel.

Gracias a Chicho aparecí en un programa del Un Dos Tres a los pocos días de nacer, y también en el Hola cuando tenía cinco o seis años. Concretamente, en un cumpleaños de Pepita al que acudíamos todos los años. Se publicó una foto, entre los ligues de Bertín Osborne y las aventuras de faldas de los toreros del momento en la que aparezco al lado de Alejandro viendo, junto con América Valenzuela, actual divulgadora científica y colaboradora de varios programas de televisión, cómo Pepita soplaba las velas. América es hija de Juan Valenzuela, productor del Un, Dos, Tres que, junto con Chicho y padre, formaban un gran triunvirato de amistad y trabajo en el programa más legendario de historia de la televisión en España. Bueno, para mí era el gran triunvirato porque era a los que más conocía.

¡Qué tiempos! ¡Qué maravillosos años!

Chicho me ha enseñado a ser guionista, directa o indirectamente, porque todo lo que le trasmitió a mi padre sobre televisión y cine, él, en cierta manera, me lo ha traspasado a mí. Cuántas veces en reuniones creativas le he oído empezar una frase con "Chicho siempre decía que...".

Una me la aplico todos los días...

Aquella película, serie de televisión o programa cuyo concepto no se pueda contar en un minuto, no es una buena idea.