Rotos, goteras y desconchones en el Reino de España

Rotos, goteras y desconchones en el Reino de España

Me pidieron que pusiera en marcha la reforma del Congreso. No me dejaron. Pude comprobar que ningún partido político estaba interesado en reforzar y reformar las Instituciones. En controlarlas y servirse de ellas, en esto, sí que estaban de acuerdo.

Álvaro García/El País

Me considero una persona que ha tenido mucha suerte en la vida. Las experiencias profesionales que he tenido me han permitido conocer muchas realidades diferentes, muchos países, muchas personas notables.

Una experiencia que me hizo reflexionar mucho y me llevó a considerar que había alcanzado mi punto de saturación personal respecto al ejercicio activo de la política fue la Presidencia del Congreso de los Diputados, que lleva también aparejada la Presidencia de las Cortes Generales. Es un puesto privilegiado para conocer la salud de nuestra maquinaria institucional y para apreciar su estado de funcionamiento.

Me pidieron que pusiera en marcha la reforma del Congreso ya que se estimaba, con fundamento, que el Parlamento había dejado de ser una referencia para los ciudadanos, lo que afectaba seriamente a la calidad de nuestra democracia. Me puse a la tarea con gran ahínco creyendo que era un objetivo noble y coseché una de las mayores frustraciones de mi vida. No lo conseguí simplemente porque no me dejaron. Pude comprobar que ningún partido político estaba interesado, en serio, en reforzar y reformar las Instituciones básicas de nuestra democracia. En controlarlas y servirse de ellas, en esto, sí que estaban de acuerdo.

Cuando me despedí, me permití indicar a sus señorías que sería insoportable para nuestra vida pública perpetuar aquella forma de hacer política basada en la crispación que nos había alejado aun más de los ciudadanos

Cuando me despedí califiqué aquella legislatura de "ruda y dura" y me permití indicar a sus señorías en una breve intervención que sería insoportable para nuestra vida pública perpetuar aquella forma de hacer política basada en la crispación que nos había alejado aun más de los ciudadanos. Recuperar el consenso, recuperar el sentido del límite y recuperar las formas me parecieron tareas urgentes para nuestros políticos. Y dije adiós.

Reincorporado a la Universidad me solían invitar a cursos y conferencias especializadas donde debía trasladar mi propia experiencia a lo que era uno de los grandes debates del momento: la Gobernanza mundial y, en el caso español, cómo mejorar nuestro sistema de gobierno después del experimento de la reforma de los Estatutos que tuvieron lugar durante la legislatura en la que fui presidente del Congreso.

Me invitaron a Barcelona a una conferencia debate con la participación de Jordi Pujol para hablar sobre estas cuestiones. La titulé, con un cierto apuro, De los rotos, goteras y desconchones en el Reino de España. Era abril de 2008.

La tesis principal era la ya grave situación que, a mí entender, estaban atravesando la mayoría de las Instituciones Públicas y el peligro de "italianización" que corría la vida política en nuestro país. Todos los espacios institucionales españoles se estaban deteriorando a gran velocidad. El Tribunal Constitucional, con las recusaciones entre sus magistrados; el Consejo General del Poder Judicial, sin renovar; los organismos reguladores, reproduciendo en su seno las diferencias políticas del Parlamento; reflejaban un notable deterioro de imagen, no solo para los ciudadanos españoles sino para los "opinión makers" en la escena internacional lo que suponía a termino un descenso en la confianza en nuestro país.

Me permití advertir de este enorme riesgo en un país de estructura compleja, quasifederal, como es la España autonómica. Un Tribunal Constitucional, roto y sin renovar, juzgando el reciente Estatuto de Cataluña era la expresión plástica de este riesgo. Al menos, todavía quedaban dos instituciones al abrigo de este deterioro, la Monarquía y el Banco de España.

¿Puede un país como España continuar en esta progresión autodestructiva de sus Instituciones Públicas? No, porque lo pagaremos muy caro.

No podía imaginar cuando dictaba esta conferencia, en abril de 2008, en los cursos de Liderazgo de ESADE que me quedaba corto en mi apreciación. La aceleración de este preocupante proceso terminó alcanzando al Defensor del Pueblo, el Tribunal de Cuentas, al Consejo de RTVE, a la propia Monarquía y al mismísimo Banco de España. Es lamentable pero nuestras Instituciones Públicas, unas más otras menos, se encuentran en un estado de desprestigio muy preocupante.

Unas, tienen auténticos rotos; otras, importantes goteras; y algunas, visibles desconchones. Ahorro al lector, por obvio, hacer la lista por categorías.

¿Puede un país como España continuar en esta progresión autodestructiva de sus Instituciones Públicas? No, porque lo pagaremos muy caro.

Si hemos perdido la confianza internacional y no somos, en estos momentos, un país fiable en nuestros números y nos vemos obligados a ser auditados por consultoras externas ya que nuestras cifras y estadísticas de elaboración propia se consideran tramposas es también una consecuencia de este deterioro generalizado de nuestras Instituciones.

Transmitir desconfianza, expandir la idea que no funcionamos con Instituciones solidas, respetadas y capaces de garantizar la normal aplicación del Estado de Derecho es también "prima de riesgo"

Transmitir desconfianza, expandir la idea que no funcionamos con Instituciones solidas, respetadas y capaces de garantizar la normal aplicación del Estado de Derecho es también "prima de riesgo". Es mucha prima de riesgo. El caso de Bankia es el ejemplo final de este proceso. En España los mecanismos institucionales y reguladores responsables de garantizar la fiabilidad de un sistema financiero para los ciudadanos, los accionistas e inversores internacionales han fallado. Ha sido un estrepitoso fallo en cadena.

El año pasado tuvimos en Bruselas un acto conmemorativo de los 25 años de la adhesión de España a la Comunidad Europea. Vinieron un gran número de funcionarios, Embajadores, Comisarios, que participaron en las negociaciones, para ofrecer un homenaje a la familia de Lorenzo Natali, el comisario italiano que tanto nos ayudo. Fue un acto entrañable.

¿Nos habíamos convertido en un país complicado? Que los demás europeos nos percibieran como un país complicado y poco fiable no auguraba nada bueno.

Sentado a mí lado estaba el comisario Andriessen, responsable entonces de la Agricultura, que me preguntó abiertamente qué nos estaba pasando. En Bruselas ya eran conscientes de que íbamos cuesta abajo sin remisión y no entendían nada del problema financiero que ya se percibía del lado de las Cajas de Ahorro. Me esforcé en explicarles la dificultad de trabajar en un Estado compuesto, autonómico, plural, que necesitaba mucho ejercicio de coordinación interna... Me interrumpió:

"Manolo, ya sabemos que gobernar España es muy difícil y sabemos que es un país con nacionalidades y autonomías pero lo que pensamos es que además de ser un país compuesto os habéis convertido en un país complicado". Me quedé pensativo. ¿Nos habíamos convertido en un país complicado? El comentario me pareció preocupante. Que los demás europeos nos percibieran como un país complicado y poco fiable no auguraba nada bueno.

En los próximos años tenemos que arreglar la economía y el sistema financiero. Es necesario y perentorio. Pero, al mismo tiempo, tenemos la urgente y perentoria necesidad de rehacer las Instituciones Públicas de nuestro país. Los españoles tienen derecho a que sus Instituciones sean ejemplares, respetadas y sean auténticas referencias morales para la sociedad. No es el caso en nuestros días. Un país sin Instituciones solidas termina siendo un país complicado que se complica la vida a sí mismo y se la complica a los demás.

Me despido recordando a Jean Monet, uno de los grandes fundadores de la integración europea: "Los hombres pasan; las Instituciones permanecen". Parece que en España no lo hemos entendido todavía.