El coleccionista de sonidos

El coleccionista de sonidos

Quedo con Antonio Chávez en la salida del metro de Tribunal. A pesar de que no se nota su ceguera, tiene una discapacidad visual del 80% y ve el mundo con visión túnel, aunque eso no le ha impedido viajar a Armenia y Georgia, de donde acaba de venir para grabar los sonidos de sus rincones y tradiciones.

ANTONIO CHAVEZ / MARÍA ZUIL

Quedo con Antonio Chávez en la salida del metro de Tribunal, uno de los puntos de encuentro más emblemáticos de la capital madrileña. Llego puntual, pero él ya está allí, concentrado en la pantalla de su iPhone: "Perdona, es que estoy hablando con unos amigos para que apoyen el libro, ¡es un no parar!".

Falta una semana para que Atlas, el proyecto de este músico, llegue al final de la campaña de crowdfunding, y aún le quedan muchos mecenas por convencer, pero lo hace con ganas. No es para menos, este proyecto aúna dos de sus grandes pasiones: viajar y los sonidos. Y eso se nota.

Me propone ir a una cafetería que conoce, cerca de la tienda de discos de un amigo. Tan pronto como cogemos las empedradas calles de Malasaña, me avisa de que no me sorprenda si de repente se agarra a mi brazo. A pesar de que no se nota su ceguera, enseguida me doy cuenta de cómo se fija en todo lo que le rodea, con extremo cuidado para no chocarse.

Tiene una discapacidad visual del 80% y ve el mundo con visión túnel, aunque eso no le ha impedido viajar a Armenia y Georgia, de donde acaba de venir para grabar los sonidos de sus rincones y tradiciones.

El café elegido para realizar la entrevista es bastante acogedor, estilo berlinés, con tartas caseras y bicicletas y plantas colgando del techo. Al pedir me confiesa, entre risas, que ha engordado cuatro kilos en el viaje.

Aficionado a la comida, no ha dejado de probar ningún plato típico, y me enseña los vídeos de cómo se hace el lavash, un pan típico de Armenia, los khinkali, unos pasteles de queso y carne, o una bomba estomacal hecha con pan, queso, huevo frito y mantequilla. Todo ello, claro está, aderezado como se merece: "Muchas noches acabé con una buena borrachera...".

Sin embargo, se quedó con ganas de grabar un brindis con el coñac armenio Ararat, que se dice que es el mejor del mundo y que cuesta la friolera de cien euros la botella. Aunque no le apena demasiado, ya que disfrutó de los mejores brindis en La Supra, una cena típica de Georgia con la compañía de tres músicos que a lo largo de la ceremonia hacen altos en la ingesta con brindis en los que cantan canciones típicas.

Una de esas canciones emocionó especialmente a Antonio, ya que se trataba de una pieza cuyo origen llevaba buscando desde hace años, con la única pista de su procedencia georgiana. De hecho, era uno de sus motivos para visitar ese país.

Aún se emocionaba mientras lo contaba: "Empezaron a cantar mi canción, ahí, para mí. Empecé a sudar, quería sujetarme las lágrimas pero no podía, y ellos empezaron a sentir que eso era especial, que no era un simple turista, y se convirtió en especial también para ellos".

Hace unas semanas, antes de emprender el viaje, reconocía que, aunque iba con ciertos nervios por superar su miedo a viajar solo con ceguera, le tranquilizaba saber de la hospitalidad que se encuentra en esos países, algo que ya experimentó en Estambul, el destino que completa el triángulo sonoro de su libro.

Una vez de vuelta, reconoce no haber tenido ningún problema, y que allí donde iba era acogido con hospitalidad e incluso preocupación paternal por su bienestar a lo largo de su aventura. "No he tenido más problemas que los que pueda tener cualquier persona que ve perfectamente. Fue increíble ver cómo se preocupaban por mí. Una hospitalidad que aquí ya sólo se encuentra en los pueblos".

Fruto de esa hospitalidad, consiguió colarse en las cocinas de alguna ama de casa; grabar la liturgia del domingo en una iglesia ortodoxa de Tbilisi e incluso un concierto privado de uno de los mejores músicos de duduk (la flauta de boquilla más antigua del mundo).

Apurando el té verde que había pedido, Antonio me cuenta que para él Estambul es "intercambio", porque aún hoy en día se notan las raíces comerciantes del punto de unión entre Europa y Asia; y suena al roce de las faldas de sus vestidos típicos.

Georgia se resume en "hospitalidad", por cómo se ayudan mutuamente, y suena al sonido de La Supra; mientras que Armenia es "cruda" por su dura historia y el sufrimiento de su pueblo, que se palpa en sus composiciones, aunque entre todos sus sonidos se queda con el de la preparación del lavash.

Salimos del café y emprendemos el camino de vuelta mientras me cuenta que tiene una manía: repetir todos los sonidos que escucha. "En el trabajo les tengo fritos", dice entre risas. De repente, suena el teléfono: es el periodista Roge Blasco, que le llama para hacerle una entrevista para su programa de radio. Antonio, emocionado, le confiesa ser un gran admirador de su programa, del que guarda algunos podcast en su móvil.

Nos despedimos con la alegría del momento, pero no hasta dentro de mucho, ya que prepara una fiesta para los mecenas, donde podremos oír algún adelanto de Atlas. "Me voy ahora mismo a prepararlo" me dice, antes de desaparecer por la boca de metro.