Romance

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Tu relación con los demás no debería ser de mi incumbencia. Pero es que eres especial. La mayoría piensa lo mismo. De unos años hasta la fecha te has ganado un lugar importante en mi corazón. Para tranquilidad tuya, si es que significa algo esta declaración, me siento correspondida. Soy de las que he podido tenerte sin pedir nada a cambio.

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Foto: EFE

Me gustas más de noche. Razones tengo para pensar que lo mejor de ti sale a relucir precisamente cuando el sol está librando.

Escrito lo anterior, reconozco que algunos años contigo ya empiezan a influir hasta en la forma de expresarme, porque eso de librar no es precisamente una palabra propia, pero me tomo la licencia de hacerlo por hoy. No me molesta que cosas tuyas sean ahora mías. Todo lo contario, me encanta, porque lo aprendido a tu lado entra directamente en la categoría de lo personal e intransferible. Al mejor estilo de esas invitaciones de sobres grandes y elegantes en los que la sola intención de hacerte creer que eres el elegido para asistir a la fiesta te convence de llegar a tiempo y vestido para la ocasión. Así me ocurre contigo.

Me gustas, y debo confesarte que algo me preocupa; vivo examinando tu vida como si tuviera derecho. Mi curiosidad insiste en confirmar las ideas que me he hecho sobre ti durante éste tiempo juntos. Yo, de posesiva nada, pero me expones a cualquier cosa, lo sabes bien. Incluso últimamente me he sorprendido recomendando qué hacer en caso de un encuentro casual contigo. Son muchas las posibilidades. Lo siento. Tu relación con los demás no debería ser de mi incumbencia. Pero es que eres especial. La mayoría piensa lo mismo. De unos años hasta la fecha te has ganado un lugar importante en mi corazón. Para tranquilidad tuya, si es que significa algo esta declaración, me siento correspondida. Soy de las que he podido tenerte sin pedir nada a cambio.

Me gustas porque he podido comprobar que desde el final de la mañana eres tan generoso, que no encuentras reparo alguno en compartir con quien sea un aperitivo. Convences a cualquiera con tus buenas intenciones. Ahora, siendo sincera, al principio de nuestra relación me costó un poco entender los horarios que estableces para disfrutar de la comida y la cena. En ese aspecto, me he dado por vencida, como con otras cosas que he aceptado por no llevarte la contraria. Somos tan distintos. Pero algo, en el fondo, nos une. Quizás te conocí en una vida pasada. No pienso mucho en ello, porque perdería mi tiempo y no estoy dispuesta a cederlo mientras estemos juntos. Tanto me gustas que me dejo llevar de tu mano donde te apetezca, e incluso la copa de vino antes de que acabe el día es casi un ritual que aprendí gracias a tu vasta experiencia, comparada con la mía. También me gusta el ceremonioso acto de caminar, caminar y caminar, y perderme de vez en cuando, con la disculpa de ser rescatada por ti y tus buenas compañías. Sabes de lo que te hablo, porque te lo he dicho algunas veces al oído, especialmente cuando me siento en el parque cerca de casa. Nunca he tenido reparo en decir lo que pienso. Esta vez no será la excepción, porque sería inútil. Cuando hablo de ti, se me nota. Cuando te miro. Cuando te recorro.

Me gustas mucho, Madrid, y hoy quería decírtelo.

Este post fue publicado originalmente en el blog de la autora