Una cena con Stephen Hawking

Una cena con Stephen Hawking

He conocido a alguien muy especial. Físico y cosmólogo. Autodidacta hasta la fecha. Su nombre es Nicolas Posner. Tiene trece años y un entusiasmo desbordante por aprender e investigar, hasta el punto de haber captado la atención del físico, astrofísico y cosmólogo más importante del mundo: Stephen Hawking.

He conocido a alguien muy especial. Físico y cosmólogo. Autodidacta hasta la fecha. Su nombre es Nicolas Posner. Desde muy joven comparte sus conocimientos y opiniones científicas con un pequeño grupo de personas: su familia Tiene trece años y un entusiasmo desbordante por aprender e investigar, hasta el punto de haber captado la atención del físico, astrofísico y cosmólogo más importante del mundo: Stephen Hawking.

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La historia comenzó con un correo electrónico que Nicolas hizo llegar al físico británico Henry Hyde Thompson, amigo de su padre, en el que planteaba la posibilidad de hablar sobre algunos intereses intelectuales que necesitaban reflexión personal. Luego de un intercambio de correos, Hyde Thompson sugiere un reto nada fácil: debía escribirle una pregunta al doctor Stephen Hawking, porque existía la posibilidad de que al científico le hicieran llegar sus inquietudes y quizás tuviera la posibilidad de una respuesta. Nada podría haberse comparado con su emoción, aunque comprendía que tan sólo era una moneda al aire. Empezó entonces el arduo proyecto de formularle algo interesante al doctor Hawking. Varios días de investigación en el ordenador y la biblioteca de casa bastaron para lograrlo. Su pregunta estaba lista, y el destino final era Gonville y Caius, uno de los colegios más antiguos de la Universidad de Cambridge.

Nicolas me enseñó un documento en el que aparecía su pregunta. Me vi en la obligación de leer, releer y volver a leer. Guardé silencio. Eran conceptos completamente ajenos a mi. Quise darme unos minutos más de conversación para intentar comprender la idea. No tuve éxito. Y él sabía que empezar a explicármelo sería inútil.

Me contó que hubo que esperar dos largos meses para que llegaran noticias desde el Reino Unido. La respuesta no llegó. Pero sí una invitación para hacer su pregunta personalmente durante una cena privada junto a Stephen Hawking. Sus horas de lectura y disciplina tendrían la recompensa jamás imaginada. Su vida cambió para siempre.

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Los Posner, padre e hijo, viajaron de Madrid a Londres. Allí se les unirían, Hyde Thompson y Matthew Perry otro experto en el tema. Juntos tomaron el tren a Cambridge, una experiencia que sólo había planeado en sus fantasías cuando a los 6 años leía el libro La clave secreta del Universo, escrito por Lucy Hawking y su padre. Nadie podría presagiar lo que estaba viviendo, y mucho menos lo que llegaría al ocultarse el sol.

Una primera taza de té era la excusa perfecta para romper el hielo entre todos invitados. Mejor aún, los elegidos. Junto a Nicolas, dos científicos, dos candidatos a doctorados de física, una aspirante a doctorado en música antigua, un billonario británico inversor en Biotecnología y por último un productor de cine. Escucharon atentos las instrucciones que dio el experto en tecnología y la asistente personal del profesor Hawking. La dinámica del encuentro tendría un protocolo específico dadas las circunstancias de comunicación e interacción que se tendrían en presencia de el anfitrión.

Nicolas lo sabía. Estaba preparado. Me explica con lujo de detalles que el astrofísico lleva un sensor pegado de sus gafas y ese dispositivo toca su mejilla. Con el músculo facial, el último de su cuerpo que tiene movimiento, puede hacer leves, casi imperceptibles, movimientos de arriba-abajo e izquierda-derecha. De esa forma, elige en la pantalla las opciones y la ubicación de las letras que necesita para armar una palabra y luego las frases. Un procesador de voz se encarga de transmitir el mensaje y darle vida a los pensamientos del profesor.

"Hace algunos años ofrecieron mejorar el aspecto robotizado de los sonidos, pero el físico se negó, porque considera que esa es su verdadera voz, con la que el mundo entero le conoce. Él no es como nadie más. Es Hawking. No creo que le importe cómo luce por fuera. Simplemente se ocupa de sus pensamientos, de su interior. Cambiar su voz sería raro. Todos sabemos cómo habla gracias a ese procesador. Ese día pude comprobarlo cuando nos saludó y dijo: "Por favor, quiero que me llamen Stephen".

Había ansiedad por empezar la ronda de preguntas. Fueron contestadas una por una a través de las grabaciones que "Stephen", como quería ser tratado, tenía en su ordenador con algunas semanas de anticipación. El joven investigador era el tercero en la lista.

"No recuerdo mis palabras exactas al presentarme, porque me puse un poco nervioso, pero dije que me encantaba la física desde muy pequeño y que vivía en Madrid. Leí mi pregunta en voz alta: En cuanto a su hipótesis sobre la noción de que el horizonte aparente sustituya al horizonte de eventos y a los llamados cortafuegos, ¿cuál sería el catalizador necesario para la emisión de energía desde un horizonte aparente? ¿Se libera toda la energía al mismo tiempo, o se libera poco a poco siguiendo el orden en que ha sido absorbida? ¿Permanece esa energía en el/(nuestro) universo original? Si llega a viajar a otro universo, ¿podremos presenciar los efectos de energía entrando en nuestro universo? Y si eso es así, ¿cómo se manifestará?"

A lo que el científico respondió: "A diferencia de los horizontes de eventos, los horizontes aparentes son finitos. Menguarán hasta alcanzar el tamaño de Planck y acabarán con la emisión de dos partículas de energía de Planck. La energía masa del agujero negro permanecerá en nuestro universo, y no habrá ninguna conexión con otro universo".

Me quedé sin palabras, como probablemente muchos de ustedes lo estén ahora que leen la pregunta. Pero a diferencia nuestra, Nicolas me dijo: "Quedé muy satisfecho con la respuesta". Ha guardado con reserva lo sucedido, porque cree que no debe ser un tema de conversación en la cafetería de su colegio. "Creerían que es broma. Yo sólo fui buscando una respuesta y me regaló su libro con una dedicatoria y su huella digital en tinta negra. Es su firma, y ha sido un gran honor conocerle, eso es todo". Sus hermanas Natalie y Laura tejieron una pulsera en hilo azul como recuerdo para Hawking. Eran además las encargadas de subir una imagen a las redes, porque se sienten muy orgullosas de Nicolas. Como todos aquellos que desde muy pequeño han visto la pasión que le produce la cosmología.

Esa noche, el más joven de los comensales superó todas las expectativas. Se sentía cómodo. Libre. Incluso se animó a contar un chiste, y al preguntarle por la reacción de Hawking, contesta emocionado: "¡El me respondió con un biiip!. Cuando se ríe o quiere demostrar que se ha divertido, tiene una forma de hacer un biiip con su procesador de voz. Así que creo que le gustó".

Hace unos días Nicolas fue al cine a ver la película La Teoría del todo. Me dice que la disfrutó mucho. Sin duda, es un niño con suerte. Pocos podrán contar su historia. Sus días transcurren como los de cualquier estudiante de su edad. Entre el colegio y sus actividades deportivas que, en su caso, es la natación. Es quizás lo que más le gusta aparte de leer e investigar. Al preguntarle por su aspiración profesional cuando sea mayor, fue muy claro en explicar que la física le fascina, pero no está seguro de querer dedicarse a ella en el futuro: ¿Cómo motivar a los demás adolescentes?, le pregunté.

"No necesitas ser un doctor en Física, ni siquiera haber terminado una carrera para disfrutarla u opinar sobre ella. Tampoco tienes que saber cálculo. Porque la verdad, es muy difícil para nuestra edad. Sólo basta con querer saber sobre los conceptos, las ideas. Eso sí puede rondar por tu cabeza desde niño. Y de esa forma, podrás hacer preguntas y cuestionarte sobre lo que pasa en el universo", concluye Posner.

Antes de despedirme, le pregunté si ya existía una alternativa tecnológica en caso de que el doctor Hawking sufriera una parálisis en su músculo facial y pudiera quedar aislado del mundo. Con la determinación digna de un auténtico científico me respondió: "No existe todavía, pero la habrá".