De Tel Aviv a Ramala, con amor

De Tel Aviv a Ramala, con amor

Si hay alguien que no tiene dudas sobre el tema de Israel probablemente sea porque no lo está mirando con suficiente profundidad. Existen dos narrativas distintas y casi surrealistas, que, en gran parte, son ciertas y erróneas al mismo tiempo. Pero lo último que necesitamos es a gente que señale al otro con el dedo, porque el mayor enemigo es ese dedo.

Members of the Palestinian Islamist movement Hamas' security forces patrol an area along the border between the Gaza Strip and Egypt, where Hamas began increasing its forces, on April 21, 2016 in Rafah, in the southern Gaza Strip. Hamas began d...SAID KHATIB via Getty Images

Si hay alguien que no tiene dudas ni conflictos sobre el tema de Israel probablemente sea porque no lo está mirando con suficiente profundidad. Existen dos narrativas distintas y casi surrealistas en Israel y Palestina... y, en gran medida, ambas son ciertas y ambas son erróneas. Ambos pueblos han sufrido mucho y ambos tienen quejas legítimas contra el otro. Mantener esta yuxtaposición es, de por sí, un reto. Pero las cosas se vuelven incluso más espinosas si se añade el dato más esencial de todos: que ni los israelíes ni los palestinos se van a ninguna parte.

El paradigma nosotros contra ellos que articulan la extrema derecha y la extrema izquierda sobre la cuestión no hace más que exagerar el problema en lugar de solucionarlo. De alguna forma, ambas resultan engañosas. La extrema derecha ve a todo Israel como un ángel -todos son víctimas, no hay ningún demonio-; mientras que la extrema izquierda ve a los palestinos del mismo modo. Estas posturas van de lo intencionadamente falso a lo ridículamente ingenuo. Ninguna posición saca lo mejor de nuestra naturaleza; más bien, alimenta el odio que habita en el territorio de los extremos irracionales.

La solución al problema no es cuestión de territorio, sino de consciencia.

Cualquiera que busque una solución real en Israel y Palestina rechaza por completo la mentalidad nosotros contra ellos. La solución al problema no es cuestión de territorio, sino de consciencia. La polaridad fundamental en esta región no reside entre israelíes y palestinos, sino entre los que odian y los que aman. Entre los israelíes y los palestinos hay gente que vive con el problema a diario, que no se limita a despotricar sobre el tema en pijos salones de hotel o en campus universitarios. Hay héroes que demuestran los verdaderos principios de un proceso de paz, que demuestran que cualquier posibilidad de un futuro sostenible pertenece a los que se niegan, en su corazón, a rechazar a nadie. Lo que necesitamos rechazar es el odio en sí mismo.

El problema no es sólo la locura de la situación; el mayor problema es la locura de ambas partes.

La extrema derecha está llena de gente que se niega a reconocer el derecho legítimo a la dignidad y el respeto por los palestinos, mucho menos la legitimidad de su deseo por una patria. Algunas facciones de la extrema derecha en Israel son tan racistas contra los árabes como los árabes extremistas contra los judíos. A veces muestran una profunda mezquindad -la voluntad de apropiarse de una tierra que no les pertenece-, toleran la opresión y ponen sus supuestas necesidades por delante de las necesidades de los demás de una forma que no es ni política ni moralmente justificable. Uno de los aspectos más trágicos de su postura es que contrarresta los valores judíos fundamentales, por lo que hace que la legitimidad espiritual de un Estado judío parezca una pantomima.

Por su parte, la extrema izquierda en Estados Unidos a menudo se niega a reconocer el derecho legítimo a la dignidad y el respeto por los israelíes. Independientemente de si son conscientes o no, muchos de los que defienden "un enfoque más equilibrado sobre Oriente Medio" promulgan un mensaje del tipo: "A la mierda los israelíes; si se mueren, que se mueran". ¿Cómo reaccionarían algunos si Al Qaeda estuviera apostada en su frontera -una legítima analogía con la presencia de Hamás en Gaza- construyendo enormes túneles subterráneos para lanzar a través de ellos una invasión militar? Es inevitable pensar que la primera reacción de muchos sería el pánico, los gritos de "¡Socorro!" ahogando cualquier súplica por garantizar que la respuesta sea proporcionada. No es culpa de Israel que Hamás fuerce el uso de escudos humanos. Por cierto, ¿sabéis que Hamás y Daesh son compis ahora?

Sólo con un nuevo filtro mental tendremos un nuevo Oriente Medio.

¿Y qué vamos a hacer ahora? Algunas de las personas más inteligentes han bajado los brazos por desesperación, simplemente asumiendo, llegados a este punto, que el statu quo tendrá que resistir. Por suerte o desgracia, el statu quo no dura para siempre. Lo que tenemos que hacer es repensarlo. El mayor problema en la región es la mentalidad, y la única respuesta en la región es una nueva. Sólo con un nuevo filtro mental tendremos un nuevo Oriente Medio.

En un reciente viaje a Israel y Palestina, me quedé paralizada por lo que vi: y no era odio, sino amor. Visité una escuela llamada Hand in Hand en un pueblo árabe en Israel -uno de los siete en el país- donde cada clase está dirigida por dos maestros: uno judío y uno árabe. Todos los estudiantes judíos aprenden árabe y todos los estudiantes árabes aprenden hebreo. Además del idioma, también aprenden la cultura del otro. Sus familias se implican a la hora de crear una comunidad inclusiva, que honre sus diferencias cultivando los valores compartidos. Los profesores de Hand in Hand se han comprometido a proporcionar a los niños el aspecto más crucial para la construcción de paz: un cariño genuino por el otro, basado en la familiaridad y el entendimiento, especialmente durante la primera infancia.

La gente no suele ser el problema; el problema son los gobiernos. Los que trabajan realmente por la paz son los ciudadanos del día a día.

En todo Oriente Medio hay personas como las que han creado y mantienen las escuelas Hand in Hand. Son educadores, personas de negocios, políticos, periodistas y muchos más. Aunque no llenen los titulares en Europa ni Estados Unidos, tanto en Israel como en Palestina hay seres humanos inteligentes, profundamente humanistas, dispuestos a hacer las cosas de otra manera, hartos de toda la lucha, conscientes de que hay que comprometerse para descubrir la forma de lograrlo, deseosos de un mejor futuro para sus hijos. Son personas maravillosas que no necesitan que nadie apoye las actitudes de odio o victimización.

La gente no suele ser el problema; el problema son los gobiernos. No siempre estaremos de acuerdo con Benjamin Netanyahu, pero tampoco nos engañaremos con la corrupción de la autoridad palestina de la amenaza terrorista de Hamás.

Los que trabajan realmente por la paz son los ciudadanos del día a día, palestinos e israelíes que representan un futuro sostenible y de vida, no sólo para sus hijos, sino para toda la humanidad. Son ellos quienes son capaces de escuchar las peticiones justificadas del otro, de entender de verdad el dolor del otro y de reconocer las aspiraciones legítimas del otro.

Ellos se reúnen en un campo de consciencia más allá del pasado, y de la culpa. "Más allá de las ideas de actuar bien y actuar mal, se extiende un campo. Allí nos encontraremos", escribió el poeta Rumi. Pero eso no es sólo poesía. Es una descripción del único lugar en el que podemos encontrarnos. Esas personas de Israel y Palestina que preparan dicho campo -día tras día, pese al rechazo de un mundo que no entiende- son los verdaderos salvadores de la locura de nuestros tiempos. Saben que el único futuro de supervivencia para sus hijos está en una tierra llamada Perdón.

No quiero escuchar más voces ingenuas y simplistas de ambas partes de este argumento. Sólo los que honran por igual las aspiraciones de árabes y judíos merecen credibilidad, y la nueva postura propalestina y antiisraelí tan de moda en la izquierda estos días resulta tan desequilibrada como la previamente aceptada postura proisraelí y antipalestina a la que trata de reemplazar. El odio es odio, y al final no hace bien a nadie. La vida del hijo de una madre no vale más que la vida del hijo de otra. Ningún pueblo tiene más derecho que otro a tener una patria. Y en Israel y en Palestina hay mucha gente que lo sabe bien. Apoyémoslos.

Como dice el libro A Course in Miracles, "el lugar más sagrado de la Tierra es aquel donde un odio antiguo se ha convertido en un amor presente". Yo sentí esa beatitud en Tel Aviv y Ramala. La vi en los ojos de la gente, la escuché en sus palabras y la experimenté en los apretones de manos de las personas que conocí en Israel y en Palestina.

Los que no entienden esta conversación tienen poco que ofrecer en este punto; quienes sí la entienden deben empezar a pensar en la cuestión y comprometerse de forma más enérgica. La política, como de costumbre, ni siquiera ofrece un contexto para una solución real, porque el mayor problema está dentro de nuestros corazones. Lo último que necesitamos es a gente que señale al otro con el dedo, porque el mayor enemigo es ese dedo.

La lucha entre israelíes y palestinos es un reflejo perfecto de la lucha entre el miedo y el perdón que nos enfurece a todos. Una perspectiva espiritual no escoge su bando en la batalla, sino que planea sobre el campo de batalla. Porque sólo entonces acabará la batalla. La relación entre israelíes y palestinos deja al descubierto las heridas y los deseos del corazón humano, encapsulando la tragedia de nuestra humanidad y el potencial para nuestra redención. La búsqueda de la Tierra Santa es, ante todo, un viaje interno. No hay que esperar que sea fácil todo el tiempo; sólo esperar que sea real.

Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano

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