Para qué sirve un (buen) programa de televisión

Para qué sirve un (buen) programa de televisión

La tele produce cosas edificantes como esta: conseguir que un programa saque de su letargo a ciudadanos que si no estaban dormidos lo parecían. 'Salvados' logró que el terrible asunto del silencio sobre el accidente del metro ocurrido en Valencia en julio de 2006, golpeara conciencias y avergonzara a propios y extraños.

La tele produce cosas edificantes como esta: conseguir que un programa saque de su letargo a ciudadanos que si no estaban dormidos lo parecían. Salvados logró con su 16% de cuota de pantalla y sus 3.302.000 espectadores, que el terrible asunto del silencio sobre el accidente del metro ocurrido en Valencia en julio de 2006, golpeara conciencias y avergonzara a propios y extraños.

La tele también produce momentos absurdos como este otro: Argi, concursante de GH 14 y su comentario completamente estúpido, "yo solo he ido a una manifestación en mi vida, una para pedir que volviera ETA" (que por cierto, en toda la historia no ha habido JAMÁS una manifestación que pidiera algo semejante. Entre otras cosas porque ETA nunca se ha ido, no?), que la condujo a la expulsión del concurso, tras el revuelo armado en la red, ese lugar...

Pero quiero hablar de las cosas edificantes (lo que pasa es que ya saben ustedes que me pierde lo otro, la basurilla...). Así pues, repasemos la experiencia Salvados.

El viernes 3 de mayo, cinco días después del ya paradigmático Olvidados, de Salvados, la plaza de la Virgen de Valencia, donde cada día 3 desde hace siete años, la asociación de Víctimas del metro acudía a reclamar explicaciones, justicia, apoyo moral, etc, estaba llena de miles de ciudadanos eufóricos, indignados, tristes y envalentonados. Preparados, casi, para la guerra.

Yo había estado decenas de veces. Hubo concentraciones pequeñas, concentraciones medianas, concentraciones desiertas. El tesón de los familiares, eso sí, siempre fue el mismo. Pero la gente que les escuchaba, que les escuchábamos, se podía contar fácilmente. Siempre me he ido de allí con una sensación total de vacío, de injusticia. Jamás estuvo Canal 9. Algunos medios locales siguieron haciéndoles caso, aunque fuera con un pie de foto, recordando su lucha insólita. Me siento especialmente orgullosa de haber publicado cada mes, durante los seis años que fuí Redactora jefe de ADN, hasta su cierre, fotos, reportajes, entrevistas, artículos sobre los tristes aniversarios para evitar lo que era inevitable: el olvido absoluto, el ninguneo total por parte de políticos y sociedad casi entera. Pero lo del viernes fue diferente a todo. Nunca, ni al principio, cuando el tema estaba reciente, hubo una concentración tan numerosa, tan combativa, tan concienciada. Y yo, que lloro con una facilidad pasmosa, nunca había llorado hasta ese día. No poderte mover, escuchar la calma total que se formó en la plaza cuando los responsables de la asociación anunciaron los proverbiales cinco minutos de silencio en honor a las víctimas, (una vez, uno de los familiares me contó que esos cinco minutos los dedicaba siempre a imaginar cómo sería la vida, con la que había sido su mujer), sentir que de repente tantos ciudadanos tomaban conciencia... era imposible no desmoronarte.

Pero ¿cómo es posible que un solo programa de televisión consiga en un solo día lo que cientos de artículos, reportajes varios, propuestas, iniciativas, proclamas, gestos, concentraciones, columnas de opinión (sobre todo en los medios locales, y NUNCA en Canal 9), no lograron durante siete largos y penosos años? Fácil: prestigio, un buen soporte, tiempo de máxima audiencia, un buen paquete, y una coyuntura propicia. Vamos por conceptos.

Prestigio: lo más difícil de lograr en un marco tan proverbialmente denostado como la televisión. Jordi Évole y su equipo se lo han labrado a pulso. Con apuestas arriesgadas, con minuciosas puestas en escena, con estiletes en forma de preguntas, con no andarse con remilgos, con humor, con ritmo, con destreza. Hay un equipo de periodistas que cree en lo que hace y al que LE DEJAN HACER, porque a la cadena le resulta del todo rentable (y no solo económicamente) un formato similar. El prestigio que ya tiene Salvados, después de varios años de NO DEFRAUDAR, hace posible que el espectador mire con atención, y con respeto lo que va a contarnos cada domingo. Creemos en Évole, creemos en que sus temas son esos temas que el poder no querría tocar jamás. Por tanto, los únicos temas que periodísticamente hablando deberían interesarnos de verdad.

Un buen soporte. La tele, a qué negarlo, que continúa siendo el medio con mayor capacidad de incidir, para bien o para mal, en las conciencias. Recordemos un dato que me encanta: hay más gente con tele en casa, que con agua caliente. Prime time televisivo, casi una hora de televisión sosegada, sin alardes ni efectos especiales. Con Jordi Évole preguntando y los demás respondiendo, recabando datos, exponiéndolos, jugando con todos los recursos de realización al alcance de estos tiempos técnicos revolucionarios, para hacer el producto más ameno, más ágil, más manejable (que no más simple) más fácil de entender para todos los espectadores, a los que se les trata como españoles maduros y no como semi analfabetos. Con personajes que SABEN de lo que hablan, que son expertos en la materia. Cosa que tampoco es del todo habitual, no vamos a engañarnos.

Un buen paquete. Un tema bien empaquetado, con un buen lazo además, es un tema mejor. Y en la tele, que es imagen, aún más. No hay ninguna necesidad de ser soporífero. Los rótulos de Salvados, por ejemplo; las cabeceras; la manera radical y letal de acabar el programa con una frase lapidaria de cualquiera de los entrevistados (que muy hábilmente siempre dejan para el final) hacen posible el milagro: una se queda con la sensación de que todo lo que has escuchado es de verdad importante y sobre todo, de que HAY MÁS. Píldoras de flahs back, ese Évole con su iPad que destruye cualquiera de los razonamientos o introduce otros tantos, esos titulares de tiempo atrás que ponen en un brete al entrevistado... Y junto a todo eso, la aplastante naturalidad de ese tipo catalán, que es lo que parece: un tipo afable, sensato, comprometido... Y, sí, de una ideología más progresista que conservadora, desde luego. Por eso el hijo del ministro Wert le aconseja a su padre NO acudir a la cita que Évole le lleva proponiendo desde hace tiempo. Por eso a las Nuevas Generaciones del PP no les gusta Salvados. Por eso hay gente que NUNCA ve La Sexta.

Coyuntura propicia. Hartazgo, ira, tristeza, más hartazgo, más rabia, más pena. Sentimientos en bucle de millones de españoles (y no solo los seis millones de parados) que asisten incrédulos a estos modos y maneras del Gobierno de Rajoy. Esa es la coyuntura en la que estamos ahora. Justo la contraria que teníamos en 2006, por ejemplo. Lo dijo en el reportaje de Salvados la propia presidenta de la asociación de Víctimas del metro, Beatriz Garrote (una mujer de bandera, la conozco bien): posiblemente si el accidente hubiera tenido lugar ahora, y no en esa época dulce que fue el 2006, con una Comunidad Valenciana en un equivocado estado de gracia, las cosas habrían sido de otra manera.

Y luego está ese momento impagable de Juan Cotino, supernumerario del Opus Dei, con su corbata a la espalda, alejándose con soberbia de ese Évole capaz de aguantar un paseíllo atroz en silencio, preguntando, preguntando y preguntando, lo que los más de tres millones de españoles se preguntaron tras el reportaje. Ya lo dije en Twitter (que por cierto fue un fenomenal altavoz del programa, como pocas veces, con sus Trending Topics y sus miles de tuits): Nunca le agradeceré lo bastante a Salvados que haya desenmascarado a Cotino. Que por cierto, es presidente de las Cortes Valencianas. Ahí lo dejo.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Periodista, ha trabajado para diarios como Levante y televisiones como Canal 9 y TVE. Es colaboradora de radios como Cadena Ser o RNE. Cubells ha publicado varios libros sobre el mundo de la televisión y también, en colaboración con Marce Rodríguez, el libro Mis padres no lo saben.