La Unión Europea y el Reino Unido: separar los caminos pero trabajar juntos

La Unión Europea y el Reino Unido: separar los caminos pero trabajar juntos

El Parlamento Europeo y yo mismo estamos comprometidos a mantener a la Unión Europea y sus Estados miembros preparados para afrontar los desafíos del siglo XXI: aumentar los derechos de los ciudadanos, su libertad y su seguridad. Creo que una relación estrecha entre la Unión y el Reino Unido es fundamental para facilitar esta tarea, pero la claridad también lo es. Le toca mover ficha a Londres.

Los analistas y los políticos han extraído lecciones muy diversas del referéndum sobre el Brexit. La libre circulación de personas influyó sin duda. Sin embargo, me niego a aceptar que el resultado fuera un mandato popular palmario en favor de sacrificar el acceso al mercado único en el altar de la «migración». El resultado fue, en primer lugar, un síntoma de las desigualdades sociales, el estancamiento de los salarios y una clase media que se sintió amenazada y cuyas preocupaciones no fueron escuchadas de manera adecuada. Fue, asimismo, la consecuencia de una división entre el mundo rural y el urbano, de una brecha generacional y geográfica. El referéndum no sirvió en absoluto para subsanar estas fracturas. Las agravó.

La principal lección para la Unión Europea es que no podemos granjearnos la confianza de los ciudadanos repitiendo la visión idealista de la globalización que ha predominado en las últimas décadas. La globalización se considera cada vez con mayor frecuencia no como una apertura a un mundo de oportunidades, sino como el origen de una carrera hacia el abismo, hacia la erosión de nuestros valores fundamentales. Muchos la perciben en la actualidad como una amenaza para el empleo, las finanzas públicas y los sistemas de protección social. Por consiguiente, hemos de garantizar la protección de los ciudadanos de la Unión como un bloque sólido.

Solo lo lograremos si permanecemos unidos y dotamos a la Unión de los instrumentos necesarios para desempeñar su cometido. Por citar solo un ejemplo reciente: la decisión de la Comisión Europea en materia de competencia en el asunto Apple. Las grandes multinacionales juegan al «divide y vencerás» con los gobiernos nacionales, a los que enfrentan con la amenaza de deslocalizarse al lugar que ofrezca los impuestos y los controles más reducidos. Solo a través de una acción conjunta, firme y europea podremos evitar tales abusos. Y la Comisión Europea está cumpliendo. En este caso, al igual que en muchos otros, a los ciudadanos les da igual si la decisión fue supranacional o intergubernamental: solo quieren resultados.

Si la cuestión de cómo modelar la globalización es clave para la Unión, no lo será menos para el Reino Unido tras el Brexit. Los políticos británicos deberán idear cómo navegará su país en las turbulentas aguas del siglo XXI. El Reino Unido ha contribuido a profundizar y fortalecer el mercado único de la Unión y lo ha abierto a otros socios comerciales en el mundo. Fue el Reino Unido quien decidió abandonar una Unión que había ayudado a forjar, y no a la inversa. ¿Seguirá siendo Gran Bretaña, fuera de la Unión, la nación abierta al mundo que muchos de nosotros conocemos?

Se tiende a subestimar la complejidad y los retrasos que conllevará que el Reino Unido establezca su propia relación comercial con la Unión Europea y el mundo.

La mayoría de mis colegas en el Parlamento Europeo confían en que así sea, y sugiero que se les escuche con atención. Me gustaría dejar claro que, al contrario de lo que a veces se da a entender, el Parlamento Europeo no ha emprendido una reacción de castigo. La institución que presido está abordando el Brexit de un modo equilibrado, honesto y sin el menor ánimo de venganza. El nombramiento del comisario británico la semana pasada es un buen ejemplo. El Parlamento Europeo desempeñará por entero su papel para establecer las nuevas relaciones entre la Unión Europea y el del Reino Unido, sobre todo porque no debemos aprobar cualquier tratado de salida y su subsiguiente tratado que establezca una relación plena.

El Parlamento Europeo, al igual que todas las demás instituciones de la Unión, respeta el principio de «ninguna negociación antes de la notificación». Puede parecer irritante pero, en realidad, es de sentido común. Fue decisión del Reino Unido celebrar un referéndum. El Parlamento Europeo respeta plenamente el resultado, y no compete a las instituciones de la Unión extraer conclusiones sobre lo que debería hacer el Reino Unido. Primero necesitamos que el Reino Unido nos diga a sus socios de manera formal qué futuro desea compartir con nosotros.

Es comprensible que dicha tarea resulte compleja, puesto que activar el artículo 50 no es una mera formalidad y requiere preparativos detallados. Pero ahora no podemos permitirnos pulsar el botón de pausa y detener la Unión en medio de una crisis migratoria y de refugiados, cuando debe además completar su unión económica y monetaria. Más aún, si el artículo 50 se activa demasiado tarde, corremos el riesgo de que en 2019 se celebren las elecciones europeas en el Reino Unido al mismo tiempo que este país sale de la Unión Europea; lo que sería muy difícil de explicar tanto a los ciudadanos del Reino Unido como a los europeos. Por este motivo, he pedido a la primera ministra May que notifique la salida del Reino Unido de la Unión lo antes posible.

A ambas partes nos interesa alcanzar un acuerdo justo. Aunque estoy convencido de que el mejor acuerdo posible con la Unión es pertenecer a la Unión. Cualquier otro tipo de acuerdo conlleva necesariamente renuncias y no habrá un menú a la carta en la oferta al Reino Unido. Veo también una clara mayoría en el Parlamento Europeo en favor de insistir en que las libertades fundamentales son inseparables, es decir, no hay libre circulación de mercancías, capitales y servicios sin la libre circulación de personas. Me niego a imaginar una Europa en la que los camiones y los fondos de inversión cruzan libremente las fronteras, pero los ciudadanos no. No puedo aceptar ninguna jerarquía entre esas cuatro libertades.

Al mirar a Europa y más allá, quizás el problema más importante planteado en las próximas negociaciones sea el comercio. Se tiende a subestimar la complejidad y los retrasos que conllevará que el Reino Unido establezca su propia relación comercial con la Unión Europea y el mundo. También necesitamos una base para seguir proyectando nuestros valores fundamentales en materia de derechos humanos, democracia y Estado de derecho a otros bloques continentales. En política exterior debemos mantener una colaboración estrecha, igual que en seguridad y defensa: aunque la Unión pierda un Estado miembro clave, paradójicamente, tal separación puede dar el impulso necesario para una integración más sólida entre los demás. Y hay muchas maneras para que el Reino Unido participe y contribuya a esa nueva Unión de 27 más coordinada sin interponerse en dicha integración.

No podemos construir un nuevo futuro europeo en estos tiempos de fragilidad cayendo en la nostalgia; ninguno de nosotros, incluido el Reino Unido, podemos cambiar el pasado. El Parlamento Europeo y yo mismo estamos comprometidos a mantener a la Unión Europea y sus Estados miembros preparados para afrontar los desafíos del siglo XXI: aumentar los derechos de los ciudadanos, su libertad y su seguridad. Creo que una relación estrecha entre la Unión y el Reino Unido es fundamental para facilitar esta tarea, pero la claridad también lo es. Le toca mover ficha a Londres.