La verdadera razón por la que sigo teniendo hijos

La verdadera razón por la que sigo teniendo hijos

En los últimos cinco años he tenido tres hijos preciosos. Y, cada vez que entraba al paritorio, estaba completamente segura de que sería la última vez. ¿Por qué? Supongo que algo me hará pasar de "esto es un infierno, no voy a volver a pasar por esto nunca más" a "¿no sería divertido tener otro más?".

Mother and child smilingJuzant via Getty Images

En los últimos cinco años, he tenido tres hijos preciosos. Y, cada vez que entraba al paritorio, estaba completamente segura de que sería la última vez.

¿Qué ocurre entonces?

Supongo que algo me hará pasar de "esto es un infierno, no voy a volver a pasar por esto nunca más" a "¿no sería divertido tener otro más?". He perdido la cabeza. Siempre igual.

De alguna manera, a pesar de que odio estar embarazada -soy realmente insoportable cuando lo estoy- y de que he pasado por la tortura del parto natural en múltiples ocasiones, llega un día en el que miro a mi bebé, feliz, regordete, y creciendo tan rápido que algo en mi interior acciona el interruptor de idiotismo.

Es un cambio tan sutil que no percibes si no prestas atención, pero me convierte en una loca de útero inquieto obsesionada con tener más hijos. Echémosle un vistazo a mi fácilmente sugestionable mente para ver si identificamos en qué punto empieza a torcerse todo.

Dos semanas antes del parto:

Me duelen los pies.

Me pregunto si los tendré hinchados.

No me veo los pies.

Perfecto, me he hecho daño en la espalda al agacharme.

Y me he hecho un poquito de pis.

Todas mis cosas tienen un ligero olor a orina.

Yo no vuelvo a pasar por esto. Jamás.

Un día antes del parto:

Si este bebé no sale pronto, voy a hacerme una cesárea casera.

Probablemente me dolería menos que esto.

¿Eso ha sido una contracción?

No, solo ha sido una burbuja de gas del tamaño de una sandía.

Qué podría hacer para provocarme el parto...

¿Comer comida picante? Tengo el estómago demasiado revuelto.

¿Ponerme a saltar a la comba? Estoy demasiado gorda.

¿Dar un paseo? Estoy demasiado débil.

¿Practicar sexo? Sí, claro. Qué gracioso... Tengo el estómago demasiado revuelto y estoy demasiado gorda y demasiado débil para eso.

Si sobrevivo a este embarazo, no pienso volver a hacer esto nunca más.

Nunca.

Durante el parto:

No puedo aguantar así mucho más.

Debo de haber dilatado por lo menos 7 centímetros.

¡¿Pero cómo que solo he dilatado 2 centímetros?!

No puedo hacerlo.

No quiero tener un bebé hoy.

A lo mejor me desmayo del dolor y cuando me despierte todo ha terminado.

No pienso volver a hacer esto nunca más. Nunca.

Más adelante, durante el parto:

¡Me muero!

¡Joder!

¡Hijos de p___!

¿Puedo empujar ya?

¡¡¡Joder!!!

¿Y ahora?

¡Me muero!

Es como si los órganos internos estuvieran a punto de salírseme por el ano.

JODER.

NO pienso volver a hacer esto nunca más. NUNCA.

Cinco minutos después del parto:

Dios, por fin se ha acabado.

Me tiemblan las piernas.

¿Dolores posparto? ¡¿Por qué no se me había informado sobre esto?!

Ay, pero mira mi obra de arte.

El dolor ha merecido la pena.

Un momento, ¿que vas a coserme el QUÉ?

Bueno, sigue mereciendo la pena, pero más le vale que me cuide cuando sea vieja.

Quiero tanto a mi hijo.

Pero sigo pensando que no voy a volver a hacer esto nunca más. Nunca.

Dos semanas después del parto:

¿Por qué no para de llorar?

Debo de estar haciéndolo todo mal.

¿Por qué no paro de llorar?

Necesito chocolate.

¡¿Ya no queda chocolate?!

Seguro que mi marido se ha comido el último trozo.

Le odio.

Todo esto es culpa suya. Estúpido esperma.

El bebé se ha dormido, agotado de llevar llorando tres horas.

¿A que es una monada cuando está dormido?

A lo mejor ya le estoy cogiendo el truco a esto de ser madre.

Por el amor de Dios, que nadie le despierte.

No pienso volver a hacer esto nunca más. Al menos no en un futuro próximo.

Seis semanas después del parto:

Anoche el bebé durmió seis horas seguidas.

Me siento con fuerzas como para conquistar el mundo.

A lo mejor hasta me doy una ducha.

Los pezones llevan semanas sin sangrarme.

Ser madre tampoco es taaan duro.

Mira cómo me sonríe. Mi niño es perfecto.

¡Vuelve a valerme la ropa de siempre!

Y sigo teniendo las tetas enormes... pero me gustan así, la verdad.

Me encuentro bastante bien.

Quizá en un futuro...

Tres meses después del parto:

El bebé crece tan rápido...

No me puedo creer que ya esté guardando su ropa de recién nacido.

¿Por qué estoy llorando?

Hoy ha levantado la cabeza él solito por primera vez.

Dentro de nada empezará a gatear.

Y se irá a la universidad.

No estoy preparada para que crezca.

A lo mejor deberíamos tener otro hijo.

Prefiero que no sea hijo único.

El embarazo tampoco fue tan horrible, ¿no?

Y el parto fue muy rápido.

Podría volver a hacerlo.

Ahí está, amigos. Ese es el momento en el que mis hormonas y mi útero aúnan fuerzas para lavarme el cerebro y hacerme creer que tengo que tener más hijos. Para cuando hablo con mi marido, bastante más sensato que yo, sobre emprender este viaje una vez más, el dolor del parto y el infierno que supone el embarazo ya no son más que recuerdos borrosos.

Mientras miro con ojos de corderito al montón de prendas de recién nacido, casi sin usar, me voy convenciendo de que tener otro bebé tiene sentido, por lo menos, en cuanto a lo económico. Igual así podría amortizar este peto vaquero de recién nacido que me costó cinco dólares... Como si eso le añadiera cordura a mi razonamiento.

Esto tiene que acabar. Tengo que decirle a mi útero que se controle.

No más bebés.

Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero

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