Falacias y falocias

Falacias y falocias

Estas reflexiones que me han surgido al leer el artículo de un tal Salvador Sostres, un escrito no sólo adulador, sino abyectamente hagiográfico, y que contiene tal cantidad de falacias de baratillo, que no es legítimo suponer que en su ánimo anide la voluntad de estafar al lector.

Cuando las mujeres acusan a los hombres de ser esclavos de sus bajos instintos, dicen eso de que piensan con la polla. Por otro lado, sabemos por el diccionario etimológico que falacia, del verbo latino fallere (engañar) se refiere a un fraude o mentira en el razonamiento, con el cual se intenta DAÑAR a alguien.

Ahora bien ¿qué pasa cuando el razonador falaz expone sus argumentos, plagados de grietas lógicas, movido no tanto por maldad cuanto por incultura y/o estupidez? Si el sofista no trata realmente de engañar (aunque lo consiga sin querer), sino que razona con el órgano equivocado, por falta de formación o por una patética incapacidad a la hora de emplear el cerebro, no cabe, stricto sensu, hablar de falacia. Habría que pergeñar un nuevo vocablo, ¿falocia?, capaz de sugerir que el razonamiento es engañoso, pero también que quien lo ha formulado no es un malvado, sino un majadero que no piensa precisamente con la cabeza.

Javier Pradera me hubiera corregido ya a esta altura del párrafo, repitiendo aquello con lo que tanto le gustaba aleccionarme:

- Hijo, la maldad y la estupidez no son mutamente excluyentes.

Viene a cuento este preámbulo tras las reflexiones que me han surgido al leer el artículo de un tal Salvador Sostres, un escrito no sólo adulador, sino ignominiosamente hagiográfico, y que contiene, ya en el primer párrafo, tal cantidad de falacias de baratillo, que no es legítimo suponer que en el ánimo de quien las formula anide la voluntad de estafar intelectualmente al lector. Son razonamientos a los que se les ve el plumero tan de lejos, es como si un timador hubiera disfrazado los billetes auténticos con recortes de periódico, en vez de proceder al revés. Estaríamos hablando entonces de un incompetente, de un necio, o de lo que es igualmente verosímil, de un necio incompetente. No es posible -concluiríamos- que el tal Sostres esté tratando de confundirnos a propósito, porque si un sofista quisiera de verdad engañar, se preocuparía al menos, de conocer los secretos de su oficio.

A mi leal saber y entender, no estamos ante un puñado de falacias, sino de falocias.

Empieza Sostres:

Del hecho de que todos los totalitarismos hayan perseguido a Israel se puede extraer la lógica conclusión de que son el pueblo de la libertad.

Si al director de EL MUNDO, Pedro J. Ramírez, le han perseguido y vigilado tanto socialistas como populares, es porque lejos de la tentación sectaria y servil, su compromiso es con el periodismo y con la verdad, indispensables garantías para una democracia de calidad y una sociedad libre.

En la primera frase encontramos una falacia de las llamadas, por los antiguos latinos, de non sequitur. Sostres se concede permiso a sí mismo para deducir de la premisa una conclusión que no se sigue, es decir, no obligatoria. También podría calificarse el razonamiento sostriano de falacia de generalización apresurada o secundum quid, que es la que se da al inferir una conclusión general a partir de una prueba insuficiente.

La falsedad del argumento se aprecia mejor si le damos estructura de silogismo.

Todos los totalitarismos han perseguido a Israel

Los totalitarismos están en contra de la libertad

ergo Israel es el pueblo de la libertad.

La licencia lógica que se concede Sostres a sí mismo nos permitiría también montar un silogismo análogo con el pueblo gitano:

Todos los totalitarismos han perseguido a los gitanos

Los totalitarismos están en contra de la libertad

ergo los gitanos son el pueblo de la libertad.

O ir incluso más allá, afirmando, por ejemplo:

Todos totalitarismos han perseguido a los falsifcadores de moneda

Los totalitarismos están en contra de la libertad

ergo los falsificadores de moneda son los adalides de la libertad.

Sólo el modo en que los gitanos someten a la mujer ya sería argumento suficiente para rebatir la tesis de que, si bien es cierto que han estado perseguidos durante siglos, el motivo por el que fueron (y son) acosados, detenidos y exterminados, es que son adalides de la libertad.

Sólo el modo en que los israelíes torturan a los palestinos valdría para afirmar que el compromiso de Israel no es con la libertad en general, sin con su libertad, que es la de hacer lo que les da la gana, violando los derechos humanos cuantas veces sea necesario.

Unos y otros han sido perseguidos a lo largo de la historia por ser diferentes, no porque defiendan la libertad con más ahínco que otros pueblos.

Otra cosa es que se pueda afirmar que una de las expresiones supremas de la libertad es el respeto hacia el que es diferente. Los homosexuales y los retrasados mentales también ha sufrido persecuciones sin límite a lo largo de la historia y a nadie se le ocurriría identificarlos como luchadores por la libertad, porque la persecución de la diferencia estigmatiza al perseguidor, pero no caracteriza moral ni ideológicamente al perseguido.

Por otro lado, la desacertada elección de Sostres del término totalitarismo parece insinuar que los judíos empezaron a ser perseguidos sólo a partir del surgimiento del estalinismo y del nazismo, pues, según nos explica la socorrida Wikipedia:

Los regímenes totalitarios, se diferencian de otros regímenes autocráticos por ser dirigidos por un partido político que pretende ser, o se comporta en la práctica, como partido único y se funde con las instituciones del Estado.

Sostres parece ignorar que los judíos también sufrieron una atroz persecución durante los largos años de régimen zarista, régimen autoritario donde los haya, pero al que sería incorrecto tachar de totalitario.

Una misma etnia puede estar perseguida bajo dos regímenes distintos por motivos diferentes. Stalin, por ejemplo, que por antizarista era un convencido anti-antisemita, decidió utilizar el profundo arraigo del odio ruso hacia los judíos para deshacerse de sus adversarios políticos, muchos de los cuales (Trotsky, Kamenev, o el poderoso Grigory Zinoviev) pertenecían a esa etnia. Pero también es cierto que el totalitarista Stalin fue el primer mandatario moderno que intentó buscar una patria definitiva para el errante pueblo de Israel, aunque los judíos de la Unión Soviética no se mostraran entusiasmados con la elección del dictador -el lejano oriente siberiano- y decidieran declinar amablemente la oferta -hecha a base de propaganda, no de fuerza militar- de trasladarse en masa a la llamada Región Autónoma Hebrea.

Es decir, que ni los judíos han sido perseguidos con el mismo encarnizamiento por nazis y estalinistas (el antisemitismo de Stalin cabría calificarlo de baja intensidad) ni por las misma razones. Hitler, ansioso por alzarse con el poder, sólo buscaba un culpable para justificar la caótica situación económica alemana y se aprovechó del tradicional odio a los judíos que ya existía en su país, antes de la llegada de totalitarismo nazi, para sus perversos propósitos.

En el artículo de Sostres, resulta asimismo pintoresco el salto de la primera a la segunda frase del párrafo, que también podemos reducir a un silogismo mentiroso:

Todos los totalitarismos (de izquierda y derecha) han perseguido a los adalides de la libertad.

PP y PSOE han perseguido a Pedro J.

Ergo Pedro J. es un adalid de la libertad (¿y los de PP y PSOE regímenes totalitarios?)

En esta nueva falacia sostriana está implícita la idea de que los judíos fueron perseguidos -igual que lo es ahora Pedro J.- por denunciar en la prensa los abusos del poder establecido, lo cual dista tanto de ser cierto como la doble pretensión de que Sostres es un intelectual y que además es independiente.

Pero ni PP ni PSOE son partidos totalitarios (resulta inaceptable el non sequitur que se produce al saltar de Stalin a Felipe González, o de Hitler a Rajoy) ni se puede afirmar que el PSOE sea un partido de izquierda, (¿qué tal la marca progre del PP?) ni cabe proclamar sin carcajada que Pedro J. haya estado perseguido siempre por los dos partidos.

Aunque luego se convirtió en un feroz detractor del GAL, hay que recordar, por ejemplo, con qué denuedo animaba el director de voz aflautada, en el año 83, (primer Gobierno de Felipe González, con José Barrionuevo al frente de Interior) desde las páginas del extinto Diario 16, a terminar con ETA de la forma que sea.

Bajo el título Hay que destruir a ETA, el editorial de Diario 16, refiriéndose a la actuación de varios geos en el frustrado secuestro del etarra Larretxea en Francia, decía:

"Es preciso cerrar filas en tomo a este buen Gobierno que tenemos, formado por hombres competentes y patriotas, dispuestos a conciliar los valores esenciales de libertad y seguridad".

Más adelante, señalaba:

"Frente al siniestro engranaje montado en torno al santuario francés, el Estado español tiene legitimidad moral para recurrir a veces a métodos irregulares".

Nadie en su sano juicio puede creerse que un periodista que estaba apoyando tan incondicionalmente a un gobierno, incluso en su guerra sucia contra ETA, fuera perseguido por Felipe González como los judíos en tiempos de Goebbels.

Por otro lado, en septiembre de 2011, a tan sólo dos meses de la victoria del PP en las generales, Pedro J. publicó una portada sobre el archivo del caso Bárcenas que en vez de hacer hincapié en las chapuzas jurídicas del turbio juez Pedreira, como habría hecho un periodista verdaderamente independiente, se recreba con descaro partidista en lo dañino que iba a resultar este injustificable sobreseimiento para el denostado Rubalcaba. Pedro J. saludaba por entonces con trompetas y clarines, la llegada del Nuevo Régimen y su periodismo era de claro apoyo al heredero de Aznar, un dirigente sin personalidad ni iniciativa alguna, al que el fogoso Pedro J. creía que iba a poder manejar como un pelele.

La lectura de estos y otros escritos del petulante director de El Mundo parece indicar, contrariamente a lo que sostiene Sostres, que Pedro J. no es atacado por gobiernos de uno y otro signo cuando publica la verdad, sino que se produce más bien el fenómeno inverso:

Cuando los gobiernos de uno y otro signo se escapan a su poder y capacidad de influencia y deciden hacer caso omiso a sus recomendaciones políticas y económicas, es él quien decide atacarlos, para castigar su rebeldía y su insolencia.

La prensa es el llamado Cuarto Poder y los periodistas de ego delirante, como Pedro J., llegan a creerse presidentes del Gobierno en la sombra y se indignan cuando sus opiniones y deseos no son tenidos en cuenta.

El hecho de que las informaciones que publica ahora El Mundo (al rebufo de la primera gran exclusiva de EL PAÍS sobre los papeles de Bárcenas) estén resultando, por el momento, veraces, no invalida la teoría de que Pedro J. sólo se compromete con el periodismo y la verdad, como proclama su melifluo tiralevitas, más que cuando un Gobierno decide llevarle la contraria.

¿Habría optado Pedro J. por tirar tan fuerte de la manta barcenesca si Rajoy y sus ministros hubieran estado comiendo en su manipuladora mano?

El artículo de Sostres contiene tal cúmulo de falacias e inexactitudes, que es imposible que ni siquiera un periodista tan limitado como él le haya dado el visto bueno sin un frío cálculo previo, cargado de oportunismo y de interés personal. Cálculo que podría resumirse en este pensamiento:

Son tantos los dividendos que voy a obtener regalándole abyectamente los oídos a mi director con este artículo, que no me importa quedar ante la opinión pública como un perfecto... falocista.