8 cosas para las que ya estoy mayor

8 cosas para las que ya estoy mayor

Mi mente no entiende que tenga 52 años, es como si tuviera 31. Sin embargo, mi cuerpo está totalmente al tanto de los años que he vivido y hay cosas para las que estoy muy mayor. El tiempo cambia a las personas, pero ahora me resulta más fácil aceptar los cambios que luchar contra ellos.

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Ya estoy mayor para esta mierda.

Si echo la vista atrás 25 años y pienso en la información que tenía a mi disposición por aquel entonces comparada con la que tengo ahora, me doy cuenta de por qué mi cerebro con déficit de atención da vueltas como uno de esos molinetes baratos que mi marido pone en el escritorio.

Todavía me quedaban décadas para preocuparme por esos titulares que trataban sobre el envejecimiento. En aquel entonces solo me fijaba en los titulares de Cosmopolitan de artículos como: 3.609 maneras de complacer a tu chico.

Una pista: Basta con decir que sí a todo.

Que conste que acabo de mentir. Nunca me fijaba en esos artículos. Me molestaban en aquella época. Ahora simplemente creo que no merece la pena mirarlos.

¿Hoy? Podría leer uno de los miles de artículos sobre envejecer, que abarcan desde motivos por los que da asco (no lo da), hasta los que explican maneras apropiadas de llevar la sombra de ojos según tu edad (me quitarán el lápiz de ojos negro por encima de mi cadáver).

Me encanta hacerme mayor. Me he pasado toda la vida odiándome. Ahora ya no. Ahora ya no me siento estúpida, porque no lo soy. He dejado de castigarme por resultar incómoda. Tengo ansiedad social. Así soy yo. No soy la única. Somos una tribu. Bueno, una tribu cuyos miembros prefieren guardárselo para ellos. Le he dado vueltas a las veces que he dicho o hecho algo embarazoso incluso décadas después de que pasara, sin exagerar. Se acabó. Se acabó preocuparse por mi aspecto. Me he pasado décadas preocupada por cada cana y cada grano que me salían.

Dejé de teñirme el pelo hace más de un año. Aunque no os voy mentir: me siguen preocupando los granos, pero ¿ves? Esa es otra: no pasa nada. Me acepto tal y como soy. Ahora mismo soy una persona a la que le gustaría ser un poco menos sentimental. Me mueve la autoaceptación. Es prácticamente cierto.

Mi mente no entiende que tenga 52 años, es como si tuviera 31. Sin embargo, mi cuerpo está totalmente al tanto de los años que he vivido.

Hay cosas para las que estoy muy mayor. El tiempo cambia a las personas y me está resultando más fácil aceptar estos cambios que luchar contra ellos.

Esta es una lista de cosas que ya no van conmigo:

Callarme: Ya no me da la gana callarme cuando veo una injusticia o cuando son injustos conmigo. No es que nunca haya alzado la voz, había veces que sí lo hacía, pero solía ser para defender a alguien, no para defenderme a mí. Se acabó. No sé cuánto bien me hará, pero, si me tratan mal, pienso quejarme.

Preocuparme por la impresión que causo a los demás: Mi marido y yo hemos desayunado esta mañana en una cafetería con clase, bueno, con clase comparada con Waffle House. Después fuimos a hacer la compra. Mi pelo habría estado mejor si no se me hubiera acabado el champú. También puede que los vaqueros que llevaba puestos necesitaran un lavado. Pero se supone que los vaqueros no se ensucian, ¿no? Había cuatro mujeres sentadas en la mesa de al lado y todas llevaban una bufanda infinita. Por un momento me entró el pánico. Parecía una pordiosera y mi marido... bueno, él sí que parecía un mendigo. ¿Qué iban a pensar de mí las mujeres de la bufanda? Entonces decidí que su opinión no iba a cambiar lo buena que me sale la tortilla de bacon y aguacate. Y que conste que el café de Waffle House es mejor.

Los gustos vergonzosos: Ya no tengo gustos vergonzosos. Simplemente tengo gustos. No me siento culpable por escuchar a Lady Gaga. No me siento culpable por leer el libro de Stephanie Plum y, definitivamente, no me siento culpable por obsesionarme con un programa de televisión y verlo una y otra vez. He pasado de Supernatural a Doctor Who. Actualmente estoy volviendo a ver The Walking Dead porque sale Daryl.

Los zapatos incómodos: Que le den a los zapatos incómodos. Tampoco me importa llevar calcetines distintos. Me vale con que vayan a juego casi siempre.

Poner excusas por tener la casa desordenada: ¿Sabes por qué tengo la casa desordenada? Porque no me apetece recoger. Además, está desordenada porque soy desorganizada y un poco dejada.

Acumular cosas que no necesito: No puedo expresar lo atrás que se quedó esto. Casi todo lo que tenemos no es ni necesario, ni divertido ni cómodo. Quedan menos de dos años para que nuestro pequeño se gradúe y empiece la universidad. Durante ese tiempo, mi objetivo es librarnos de, al menos, la mitad de todo lo que tenemos. Quizás más.

Perder el tiempo con gente que no me gusta: En realidad tomé esta decisión hace años. Solía ir a cenar varios días a la semana con un grupo de compañeros de trabajo. No me gustan. Son crueles, mezquinos y no tenemos intereses comunes. Un día, les miré mientras discutían sobre deportes, política o algún proyecto y pensé: "¿Qué pinto yo aquí?" Y entonces dejé de ir a comer con ellos. La vida es demasiado corta como para perder el tiempo con una panda de idiotas.

Encontrar la parte buena en cada persona que conozco: A veces, la gente es gilipollas. Estoy segura de que, hasta con el mayor gilipollas, si rascamos un poco encontraremos algo bueno, pero ¿por qué iba a hacer eso?, ¿por qué lo he estado haciendo? No quiero perder más tiempo del que ya he perdido con personas desagradables. La gente toma decisiones. Si deciden ser insufribles, que lo sean. Ya no me siento obligada a encontrar algo atractivo en gente de ese tipo. Simplemente, quiero pasar página tan pronto como sea posible y sufriendo lo mínimo.

¿Y tú, para qué estás ya mayor? Me gustaría alargar la lista.

Este post apareció originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene Martín Pineda

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