Trump, el hombre

Trump, el hombre

El problema de Trump no es Donald Trump, sino todos los hombres que ya quieren ser como él, no sólo como machistas, sino como "machistas exhibicionistas". Eso es lo que han traído estas elecciones americanas: el machismo como instrumento político y como referencia simbólica social.

reuters

Podríamos decir eso de "vuelve el hombre", al más puro estilo de un anuncio de perfumes televisivo, el problema es que nunca se ha ido y que el aroma que hay en el ambiente se parece más al de la Dinamarca de Hamlet que al afrutado olor enfrascado.

El triunfo de Donald Trump en las elecciones americanas es algo más que la victoria del candidato del Partido Republicano, significa la ratificación y consolidación pública del machismo como instrumento político y simbólico para seguir condicionando la realidad, y para remodelarla sobre el retroceso, no sobre el progreso hacia la Igualdad. No es casualidad que sus propuestas más conocidas vayan dirigidas a "deshacer" lo conseguido por Barak Obama, aunque ahora intente matizarlas en el cómo y en el cuándo, pero sin abandonarlas. A Trump lo han elegido para que "deshaga", no para que haga.

El machismo es la esencia del poder, es la construcción de las relaciones sobre la condición y el status de determinadas personas configurado cuando la única referencia válida era ser hombre o mujer. A partir de esa primera desigualdad se fueron añadiendo elementos de desigualdad y discriminación basados en el criterio de quienes tenían el poder para hacerlo en cada contexto, que eran los hombres. Por eso la desigualdad y la jerarquía del machismo como cultura se ha hecho sobre el elemento común del hombre, al cual se añaden otros elementos para configurar las jerarquías particulares de cada contexto social y cultural. Por ejemplo, "hombre blanco" sobre todas las mujeres y sobre los hombres negros o con otro color de piel; o bien, "hombre blanco con una ideología y creencias" sobre todas las mujeres, los hombres negros y sobre los hombres que tengan otras ideologías y creencias... Y así, se han ido uniendo referencias como la diversidad sexual, el origen, la procedencia... pero siempre sobre la figura del hombre y bajo el argumento de su cultura basada en el poder dado por la condición y el status.

La injusticia del poder construido como privilegio e instrumento de control y dominio sobre la sociedad, se ha ido confundiendo conforme la sociedad se ha hecho más compleja y las referencias se entremezclan por escenarios complejos que "desorientan" sobre el significado de la realidad. Por ejemplo, la posición de muchas mujeres blancas respecto a hombres negros puede ser superior, o la de hombres negros heterosexuales frente a hombres blancos extranjeros y homosexuales... pero la diferente consideración y reconocimiento que se pueda hacer en un momento determinado sobre esos elementos es un espejismo que hace creer que la realidad es otra, cuando su estructura de poder es la misma y basada siempre en el machismo original alimentado por las circunstancias y adaptado a cada situación.

Todo ello viene "normalizado" por la propia organización social diseñada sobre esas ideas y reforzada a través de las leyes, las instituciones, la costumbre y las tradiciones, por eso los cambios que se han producido a lo largo de la historia son adaptativos a las nuevos tiempos, nunca transformadores sobre las viejas referencias de siempre.

El avance de la Igualdad siempre se ha producido sobre la demostración de la injusticia que suponían determinadas manifestaciones de la desigualdad, de ahí su avance a trompicones, cuando no a saltos, y siempre de manera parcial. A diferencia de la Libertad, la Justicia, la Dignidad... que se han considerado como valores inherentes a las personas, la Igualdad se ha entendido más como parte del decorado en el escenario social, y sólo cuando se observaba que generaba problemas se ha cambiado para ese conflicto particular. Pero sin que en ningún momento se haya tomado un clara conciencia de su significado, de su importancia y de su trascendencia, y por lo tanto, sin que en ningún periodo se haya apostado de manera decidida por alcanzarla.

Ocurrió con el movimiento sufragista para lograr el voto de las mujeres, con la posibilidad de que estudiaran en la universidad, con el hecho de poder realizar determinados trabajos, con el desarrollo de normas que posibilitaran, al menos formalmente, el divorcio en igualdad de condiciones que los hombres, con el logro de la libertad sexual... Siempre ha existido una injusticia que afectaba a las mujeres debido a la desigualdad, y la respuesta ha sido corregir de manera puntual esa injusticia concreta para evitar el conflicto social que pudiera llevar a una toma de conciencia sobre el significado y origen del mismo, pero no a corregir la injusticia del machismo que afectaba a todas las mujeres y situaciones. La clara demostración de que todo ello era una forma de respuesta adaptativa del propio sistema, es que nunca se ha utilizado como experiencia para evitar otros conflictos, porque lo que se ha querido en todo momento ha sido mantener la desigualdad, no cambiarla.

Sin embargo, a pesar de su poder, el machismo no ha sido capaz de controlar a toda la sociedad, nunca ha podido lograrlo, de ahí los muchos cambios que se han conseguido gracias a la incorporación paulatina de la Igualdad, el feminismo y a la labor de las mujeres, que han ido superado límites para cuestionar de manera directa y eficaz la esencia de la cultura machista y las identidades rígidas que genera.

Esa conciencia de final que percibe ahora el machismo, y su interpretación como amenaza o ataque, la expresan de manera objetiva en la forma de valorar las medidas a favor de la Igualdad cuando dicen que van "contra los hombres", "contra la familia", "contra el orden social", o cuando las consideran como "ideología de género" y hablan de "adoctrinamiento", no como avance y beneficio para toda la sociedad, al igual que lo es la Libertad, la Justicia o la Paz. En estas circunstancias surgió la estrategia del posmachismo con la finalidad de crear confusión sobre los temas de mayor actualidad y trascendencia, para mantener a la sociedad alejada de los problemas de la desigualdad. Pero a pesar de su beligerancia, de su presencia en las redes sociales, y de personas que lo han llevado hasta la política y algunos medios de comunicación, en la práctica su impacto es reducido fuera de sus ambientes y su gente, de ahí que el machismo necesite dar un paso más para mantener la jerarquía en la sociedad sobre la figura de los hombres, y tratar de reordenar el "desorden" introducido por la Igualdad.

Y ahí es donde está Donald Trump con su machismo de flequillo y su política ye-yé. Trump ha ganado las elecciones por "macho", porque serlo y mostrarlo es algo muy valorado en una sociedad machista, fundamentalmente por los hombres, pero también por muchas mujeres de esa cultura, sólo basta recordar que un 4'6% de mujeres afirma que "el hombre agresivo parece más atractivo" (Estudio sociológico MIG, 2009). Y si es atractivo por agresivo, resultará más atractivo si es "agresivo y con dinero", si no que se lo pregunten a Grey y sus sombras. Y si es "agresivo, con dinero y presidente de los Estados Unidos", seguro que resulta mucho más atractivo.

El problema de Trump no es Donald Trump, sino todos los hombres que ya quieren ser como él, no sólo como machistas, eso ya lo hemos comentado en "Hombres Trump", sino como "machistas exhibicionistas". Eso es lo que han traído estas elecciones americanas: el machismo como instrumento político y como referencia simbólica social.

Pero del mismo modo que los machistas ya tienen un nuevo ídolo, quienes defendemos la Igualdad también tenemos una nueva referencia sobre la que continuar el trabajo de cada día. El movimiento "Not my president" es una clara reacción en ese sentido.

Este post fue publicado originalmente en el blog del autor.