Los galones del rey

Los galones del rey

Cuando el líder del partido que más votos logró en las pasadas elecciones demuestra a las claras que le importa un comino su querida España jugando a la extraña rasputinada de no me presento a la investidura, pero sí me presentaré en condiciones mejores para mí, estamos ante la evidencia de que este señor se tiene que ir a Santa Pola, a su negociado de registrador de la propiedad y dejar paso a nueva gente en su propio partido.

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Foto: EFE

Cuando el líder del partido que más votos logró en las pasadas elecciones demuestra a las claras que le importa un comino su querida España y sus propias afirmaciones de la víspera, y se permite poner en jaque el entramado institucional movido sólo por sus intereses personales jugando a la extraña rasputinada de no me presento a la investidura, pero sí me presentaré en condiciones mejores para mí, estamos ante la evidencia de que este señor se tiene que ir a Santa Pola, a su negociado de registrador de la propiedad y dejar paso a nueva gente en su propio partido.

Sería el último servicio a su querida España, si eso es de verdad lo que le mueve, que está por ver. Puede servirle el ejemplo de Artur Mas, al que vilipendió, pero que se retiró del primer plano de la vida política para solucionar su propio problema en Cataluña.

Son tiempos de cambio en la política, prácticamente de renovación absoluta. Y en estos momentos hacen falta líderes que sean capaces de encontrar nuevos caminos allí donde los demás no los ven. Si nos fijamos en lo que a diario reportan los medios, es como para echarse a temblar. La repetición de las elecciones sería un fracaso general, pero las posibilidades de un gran acuerdo entre diferentes, de un acuerdo con fundamento, parecen a día de hoy un objetivo de optimistas recalcitrantes.

Lo de Rajoy resulta ya insufrible. En su afán de mantenerse en el poder, aprovecha el show de Pablo Iglesias de presentarse con medio gobierno endosado a Sánchez, para decirle al rey que no acepta su proposición de que sea el candidato elegido. No se qué pensaría Felipe VI, pero la Constitución es diáfana al respecto:

"El candidato propuesto conforme a lo previsto en el apartado anterior expondrá ante el Congreso de los Diputados el programa político del Gobierno que pretenda formar y solicitará la confianza de la Cámara".

El artículo 99.2 de la Constitución es claro, "el candidato propuesto...expondrá". Es una orden, un imperativo. Rajoy no puede rechazarlo, tiene que aceptar y exponer su programa ante el Congreso de los Diputados.

Cuál fue la jugada, que en el apartado anterior se dice: "el Rey, previa consulta con los representantes designados por los grupos políticos con representación parlamentaria, y a través del Presidente del Congreso, propondrá un candidato a la Presidencia del Gobierno".

La extraña forma de hacer política de Mariano Rajoy, perdido el beneficio de la mayoría absoluta y arrojados al sumidero 63 escaños, no es ejemplo para nadie.

Cuando llegó Patxi López había habido ofrecimiento al candidato más votado, pero no hubo propuesta real y Rajoy contento por armar tal pandemonium institucional, hasta se fumó un habano a escondidas.

El rey debería haber ido vestido de capitán general, poner sus galones sobre la mesa y decirle al señor candidato, casualmente presidente en funciones: "Usted es el elegido, así que al Congreso".

Ocurrirá algo similar esta semana cuando vuelvan los candidatos a contemplar los ciervos de Zarzuela y a conversar de lo mismo con el rey. No hay novedades, tampoco hay acuerdo Podemos-PSOE para un gobierno, y eso se lo dirá Sánchez a Felipe VI. Cuando llegue el turno de Rajoy, ¿qué le va a decir al rey? Otra vez lo mismo. Ya digo, los galones, que Rajoy dice haber hecho la mili y sabe que el siguiente paso es el calabozo.

En política uno debe saber cuál es su sitio, su verdadero espacio. Pero debe saber también que desde ese espacio ha de acercarse al de los otros, sobre todo cuando los ciudadanos hablan y en las urnas, y con su voto, delimitan un juego político complicado y necesitado de negociaciones transversales.

Y en ese hablar y negociar, entra también lo que Esperanza Aguirre decía, "realizar los esfuerzos y sacrificios necesarios". Por ejemplo, marcharse y dejar en paz a la política y a los ciudadanos, que se librarían de la insufrible tranquilidad de este hombre que parece un miembro de la orquesta del Titanic que seguía tocando mientras el buque se hundía.

Porque el 20D se produjo una revolución. Y en toda revolución que se precie, hay víctimas. Y si Rajoy reconoce que nadie le quiere, no se sabe por qué sigue en la brecha.

Como una consecuencia lógica de los nuevos tiempos, los ciudadanos permitieron el nacimiento de un complicado mapa electoral que, da la impresión, ha llegado para quedarse. No parece algo coyuntural sino más bien estructural. La necesidad del diálogo, del acuerdo, la necesidad del pacto entre diferentes, va a ser el pan nuestro de que cada día.

La extraña forma de hacer política de Mariano Rajoy, perdido el beneficio de la mayoría absoluta y arrojados al sumidero 63 escaños, no es ejemplo para nadie. Su imagen de liebre paralizada por los focos de un coche en mitad de una carretera esperando que la atropellen, propuesta por el escritor Pérez Reverte, señala bien a las claras lo que se puede esperar de él en este nuevo tiempo. No sabe, no contesta.

Lo dicho, los galones del rey, el traje de capitán general y el artículo 99 al completo.