Y de repente, un gobierno

Y de repente, un gobierno

Es la última apuesta de Rajoy porque sea el tiempo, ese viejo amigo, el que acabe por abrasar el liderazgo de Sánchez. Porque cada vez que habla Iglesias, arde un socialista: ven en su desprecio mal disimulado un anticipo de la agonía que será gobernar juntos. Saben también lo que Rajoy ha vuelto a recordar hoy: que gobernar no son sólo números y aritmética, es necesario coherencia. El PP tiene mayoría absoluta en el Senado, y ninguna reforma Constitucional puede hacerse sin su consenso. Pero de repente, un posible gobierno se ha hecho visible. Sánchez tiene ahora dos ofertas sobre la mesa.

"Ni idea. Todo parece imposible".

No sé cuántas veces he respondido así en el último mes a colegas, amigos o extraños que preguntaban cómo iba a cristalizar el enrevesado mensaje que los ciudadanos lanzamos a través de las urnas el 20-D. Yo también preguntaba lo mismo a la gente con criterio que se me ponía a tiro. Porque la aritmética da para varios escenarios: la lógica pulveriza todos. Y la experiencia no sirve ahora: todo es nuevo. Así que la conclusión era la misma: "ni idea, todo parece imposible". El viernes, los periódicos y las tertulias de la mañana seguían desgranando posibles alianzas.

Y de repente, antes de comer, ya había un posible gobierno sobre la mesa. Con ministros y carteras. Con la audacia de un acróbata, Pablo Iglesias ha dejado atrás varias de sus propias líneas rojas y ha situado la jugada en una casilla nueva. Orilla al establishment socialista que es alérgico a Podemos, encela a Pedro Sánchez con la Moncloa, y al mismo tiempo sitúa sobre sus hombros la responsabilidad si fracasa la construcción de ese gobierno de izquierdas. Al comunicárselo primero al rey y poco después a la opinión pública, da un golpe de efecto que demuestra confianza y seguridad tras días de mensajes confusos. Todo ello, calculan, debería compensar las incongruencias: sobrevolar el referéndum sobre la independencia de Cataluña que la misma noche electoral se puso como condición sine qua non; o empezar a repartir sillones y carteras antes de haberse siquiera sentado a hablar de política. Pasa casi desapercibido, pero Iglesias lanza también un mensaje a los mercados, ante el nerviosismo cada vez más patente de Bruselas: quieren renegociar el déficit, pero su gobierno pagará las deudas. Y sobre todo dulcifica la virulencia de sus ataques a Sánchez, sin dejar de apretar donde más duele: ¿eres tú, oh Pedro, el auténtico líder del PSOE?

La respuesta de Sánchez ha sido impecable: gracias por la oferta, pero ahora es el turno de Rajoy; hablaremos, pero siempre la política irá por delante que los puestos. Lo mismo dice Alberto Garzón, tercer invitado a Moncloa: con una mano le matan, con la otra le rescatan. Sánchez e Iglesias se ponen más gallitos aún: negociarán en un plató de televisión si es necesario, en streaming, ¡activen Periscope!

Mientras nos preguntamos si Rajoy ha muerto (políticamente), el presidente en funciones da una vuelta de tuerca inesperada. Todavía respira. La investidura, la humillación, puede esperar. No renuncia a nada. Se estiran los plazos, nueva ronda de consultas del rey. ¿Con qué nueva oferta? No hay, es la de siempre: un gobierno de PP, PSOE y Ciudadanos. Esperanza Aguirre había dicho por la mañana que esa es la coalición necesaria y que da igual quién la presida (¡). El vicesecretario de organización del PP, Fernando Martínez-Maillo, avanzaba que Rajoy tiene en la cartera una oferta 'generosa y valiente' que el líder del PSOE no podrá rechazar. ¿En qué consiste? ¿Por quién suenan las campanas? Si reconoce que no tiene apoyos, ¿por qué el rey le espera?

Es la última apuesta de Rajoy porque sea el tiempo, ese viejo amigo, el que acabe por abrasar el liderazgo de Sánchez. Porque cada vez que habla Iglesias, arde un socialista: ven en su desprecio mal disimulado un anticipo de la agonía que será gobernar juntos. Saben también lo que Rajoy ha vuelto a recordar hoy: que gobernar no son sólo números y aritmética, es necesario coherencia. El PP tiene mayoría absoluta en el Senado, y ninguna reforma Constitucional puede hacerse sin su consenso.

Mientras, la vida sigue, business as usual. Dimite el subsecretario de Presidencia, Federico Ramos de Armas, por el penúltimo caso de corrupción, Acuamed. Era la mano derecha de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría. Ah, y el PP es citado a declarar por los discos duros destrozados del caso Bárcenas. Los titulares pasan casi desapercibidos: los discos duros de la ciudadanía ya no dan para más.

Pero de repente, el posible gobierno de izquierdas se ha hecho visible. Sánchez tiene ahora dos ofertas sobre la mesa. Y las dos están envenenadas.