Avanzar por oleadas

Avanzar por oleadas

Es posible que algunos vieran venir el 15M. Desde luego, no fue mi caso. Tengo la impresión de que quienes estábamos vinculados a las organizaciones sociales, empeñados en resistir el impulso neoliberal del Gobierno sin encontrar muy bien cómo, especialmente en territorios como el de la Comunidad de Madrid, éramos particularmente incapaces de intuir por dónde vendría lo que considerábamos imprescindible y que no éramos capaces de poner en marcha. No entendíamos por qué no ocurría, cuáles eran las teclas que no estábamos pulsando.

5c8b78e73b000054066dabfc

Foto: EFE

Pertenezco a una generación que se politizó -los que lo hicieron- a la sombra de un desencanto. El 82 fue el año en el que, por primera vez después de cuarenta años de dictadura, un partido de izquierdas se hacía con el Gobierno. Pero las movilizaciones contra la reconversión industrial, como en el caso del cierre de los astilleros Euskalduna, o contra los efectos del desarrollismo, como en el caso de las protestas por la construcción del embalse de Riaño, irrumpieron durante los primeros años, como símbolos de la respuesta social contra el proyecto modernizador del Gobierno socialista: se empezaban a marcar ciertas distancias y posiciones.

Marcaban el inicio de un largo proceso de movilizaciones que, a lo largo de la década, contaría con diversos hitos. Uno de ellos, el movimiento anti-OTAN concitó las esperanzas de quienes aún soñaban con la posibilidad de cierta ruptura democrática. Despertarían, de manera abrupta, con el jarro de agua fría que supuso el resultado del esperado referéndum.

Durante el curso 86-87, miles de adolescentes y jóvenes tomamos cartas en el asunto (el asunto de hacia dónde caminaba nuestro país), dando vida a la ola de movilización estudiantil más importante de la democracia, la primera experiencia política en la que muchos tomaríamos parte.

Aquella década de esperanzas y desencantos culminó de forma simbólica con la huelga general del 14 de diciembre de 1988, que paralizó por completo el país, escenificando con elocuencia la distancia recorrida desde el 82 por aquellos que se presentaron como el Gobierno del cambio, y marcando el final de una etapa.

Muchos de quienes fuimos adolescentes entonces recogimos, en la siguiente década, el testigo de la lucha por la paz, poniendo en marcha un movimiento de desobediencia civil que logró terminar con el servicio militar obligatorio. Algunos fueron a prisión o sufrieron persecución pero, por primera vez, y así lo fue para algunos, ganamos.

Confieso abiertamente que el 15M me pilló casi mirando para otro lado, buscando entre las herramientas de siempre.

Con el tiempo, las esperanzas de cambio fueron refugiándose en los más irreductibles. Los movimientos ciudadanos eran cada vez más minoritarios. Otros, como el de la insumisión, tuvieron un notable impacto y cierta extensión (se calcula que más de 35.000 jóvenes desobedecimos el servicio militar y la ley de objeción de conciencia), pero no lograron alcanzar el carácter masivo de años anteriores. En los barrios, el movimiento vecinal resistía impulsando aquí y allá mejoras puntuales, pero sin lograr ya las grandes movilizaciones que, en su momento, lo convirtieron en una de las puntas de lanza contra la dictadura franquista.

Entre tanto, se iba conformando un amplio movimiento de resistencia contra la globalización económica que sacó a millones de personas en todo el mundo y puso sobre la mesa algunas de los elementos característicos de lo que hoy se conoce como "nueva política": la necesidad de democratizar la democracia desde el ámbito institucional hasta el interior de las propias organizaciones sociales, la puesta en valor de la diversidad, etc.

Oleadas que iban y venían, incorporando a algunos, desencantando a otros y transformando de manera, a veces imperceptible, el panorama político y la conciencia de la gente. Venían y se iban. Mientras algunos, no tantos, trabajaban desde pequeñas iniciativas o desde grandes organizaciones por extender y profundizar la democracia.

Es posible que algunos lo vieran venir. Desde luego, no fue mi caso. Tengo la impresión de que quienes estábamos vinculados a las organizaciones sociales, empeñados en resistir el impulso neoliberal del Gobierno sin encontrar muy bien cómo, especialmente en territorios como el de la Comunidad de Madrid, éramos particularmente incapaces de intuir por dónde vendría lo que considerábamos imprescindible y que no éramos capaces de poner en marcha. No entendíamos por qué no ocurría, cuáles eran las teclas que no estábamos pulsando. Puede que hoy resulte más fácil decir "yo ya lo dije" o atribuirse determinados méritos buscando situarse en la genealogía del fenómeno que conoceríamos como 15M. En lo que a mí respecta, confieso abiertamente que me pilló casi mirando para otro lado, buscando, entre las herramientas de siempre, con cuál de ellas intervenir sobre un horizonte que se presentaba cada vez más estrecho y, he de decir, que bastante agotado.

Lo de después fue algo que no había visto, vivido ni sentido hasta entonces y que nunca he llegado a entender del todo.

Cuando conocí la convocatoria, reaccioné con desconfianza. No conocía las siglas de quienes la estaban poniendo en marcha, y sus planteamientos me resultaban, en algunas cuestiones, ambiguos y poco reconocibles. "Sin siglas ni banderas", decían, entre otras cosas.

Mi participación se limitó a poner por mi barrio algunos carteles de uno de los grupos que habían asumido la convocatoria, Juventud Sin Futuro. Aunque nuevos, yo los conocía a través de algún joven de mi barrio con quien compartía militancias y a quien había visto, con bastante emoción -todo hay que decirlo-, en la manifestación que habían convocado un mes antes y en la que, desde luego, se podía barruntar un nuevo clima.

También los jóvenes del movimiento vecinal se habían sumado a la convocatoria y habían establecido una cita, habían hecho una pancarta... El caso es que fui, más bien escéptico y poco convencido.

Lo de después fue algo que no había visto, vivido, ni sentido hasta entonces y que nunca he llegado a entender del todo. En todo caso, lo disfruté. Luego cambiaron bastantes cosas. Mucha gente se incorporó a la ola. Gente que traía muy buenas ideas y que ha sido capaz de hacer cosas que a mí me parecían milagrosas. La posibilidad de resistir, de decir no, se multiplicó. La gente puso su inteligencia y su imaginación a trabajar en común y, esta vez, la ola no se retiraría sin más. La ya famosa ventana de oportunidades se abrió (la abrió la gente), y esta vez, hicimos lo que hay que hacer: unirnos, formular propuestas, organizarnos políticamente, presentarnos a las elecciones y... ganar.

Ahora se trata de que tenga cauce desde las instituciones lo que se expresó en las plazas, no para que unas sustituyan a las otras, sino para que sumen. Este proceso no sigue una evolución lineal ni exenta de contradicciones, como todo lo que es de verdad. Pero se avanza. Si comparamos las opciones que hoy tienen quienes apuestan por un cambio democrático en nuestro país con la situación a la que nos enfrentábamos hace apenas cinco años, es fácil concluir que, en conjunto, estamos jugando bien nuestras cartas.