Bienvenidos a ‘Mamilandia’

Bienvenidos a ‘Mamilandia’

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#convertirseenmadre: No fui madre hasta casi diez años después de casarme. Fuimos unos de los últimos de nuestro grupo de amigos en convertirnos en padres y llevábamos un tiempo retrasándolo voluntariamente por motivos personales y por mi trabajo. Pasaba mucho tiempo viajando, estresada y poco interesada en el proceso por el cual se crean los bebés. Cuando por fin me sentí preparada, mi cuerpo no lo estaba y, durante mucho tiempo, no tuvimos suerte. Al final, huir del frenesí de Nueva York hasta la paz de mi isla en Singapur fue justo lo que me recomendó el médico. Cuando por fin llegó nuestro pequeño milagro, nos sentimos increíblemente agradecidos y afortunados. Llegué al reino de Mamilandia y me recibieron con un generoso (pero nunca suficiente, se mire como se mire) permiso de maternidad.

#vueltaaltrabajo: Para ser sincera, y muchas madres coincidirán conmigo, fue maravilloso estar de vuelta en el trabajo. Por fin pude vestirme decentemente e ir a alguna parte yo sola, no oler a leche cuajada, tomarme una taza de café sin prisas o charlar con otros adultos de cosas que no fueran el color de las cacas o la lactancia. Fue una sensación increíble y motivante que me hizo recuperar la confianza en mí misma. Volví a sentirme como en los viejos tiempos, pero también extraña y algo incompleta. Era como si me hubiera dejado alguna parte de mi cuerpo o incluso medio cerebro (convertido en puré de plátano para bebés) en casa. La emoción del regreso (y hasta la ilusión de tener micrococinas y comida gratis en la oficina) se desvaneció pronto y por las noches no veía la hora de llegar a casa para estar con mi criaturita, quien, por cierto, ni siquiera tenía la decencia de sonreírme cuando me veía entrar emocionada por la puerta.

Volví a sentirme como en los viejos tiempos, pero también extraña y algo incompleta.

Sinceramente, ¿cómo es posible concentrarse en los problemas de los clientes cuando tu cuerpo entero sigue "de guardia" y no puedes más que pensar en tu propio problema, o sea, el minúsculo ser humano hambriento cuya supervivencia depende completamente de ti? Me escabullía varias veces al día en la sala de lactancia que acababan de crear para sacarme la leche, pero me resultaba demasiado raro hacerlo en el trabajo. No me gustaba en ninguna situación, en realidad, y me sentía culpable por dejar mi escritorio vacío tantas veces al día. ¿Entendían mis compañeros adónde iba, qué hacía ahí y por qué? Espero que supieran que seguía trabajando mientras me extraía la leche. Una vocecilla en mi interior (mi nueva vocecilla histérica de madre) se estaba volviendo loca y yo, desde luego, no me sentía con confianza. Reincorporarme al trabajo fue duro.

#cagadademiedo: ¡Extraer leche en el avión! ¡Extraer leche en el avión! Estas cinco palabras me torturaban día y noche (¡Serpientes en el avión es un paseo por el parque en comparación!).

Por motivos de trabajo, pasaba la mitad del tiempo viajando para contactar en persona con los clientes. Era mi mayor miedo a la hora de reincorporarme al trabajo, pero sabía que no podía escaquearme de los viajes para siempre. Hacían falta nuevas ideas y los clientes esperaban para ser atendidos. Grandes fortunas esperaban fuera de mi pequeña isla de Singapur, lo que significaba que, en mis funciones de estratega creativa, era hora de despegar. Tocaba quitarle el polvo al maletín del portátil y ponerme en marcha.

#odioamamantar: Pero el mayor reto que me marqué como madre primeriza, también como forma de redimirme de la culpabilidad por haber tardado más que la mayoría de mis amigos en tener hijos, fue dar de mamar a mi hijo hasta que tuviera, por lo menos, un año. No fue una tarea sencilla, por cierto. De hecho, casi me rendí en los días 2, 3, 4, 5, 6, 7, 19, 22 y 24 del reto, pero después de mi primer interminable e infernal mes como madre, luchando contra los principales sentimientos postparto y cojeando como una vaca herida, cambié el chip a una configuración de: "Anda, mira, ya me parezco a esa madre amamantando a su criatura en aquel anuncio absurdo e irreal".

Nunca olvidaré aquel tercer o cuarto día en casa después de la cesárea de urgencia: mis tobillos parecían de elefante por la sobredosis de anestesia epidural (mi anestesista se enfadó y fue desagradable conmigo porque al principio me opuse totalmente a la epidural y pasé siete horas de faena insufrible hasta que cedí a la 1 de la madrugada, lo que provocó que la señora tuviera que quitarse el pijama para venir al hospital refunfuñando con una actitud de: "Te lo dije"), no podía andar, no conseguía de ninguna manera amamantar a mi hijo y no hacía más que llorar de la impotencia. Me sentía completamente inútil. Hace una semana, estaba dirigiendo un taller de dos días con unos clientes importantísimos de un banco puntero... ¡y ahora era una máquina de leche deficiente!

Apenas se habla de la depresión postparto, de la soledad o de la pérdida de identidad y confianza. Es mucho más cómodo hablar de las distintas formas de arropar al bebé.

El cambio repentino en mi rutina fue muy intenso, seguramente algo para lo que tendría que haber estado mejor preparada. Me centré demasiado en el parto —que no fue tal y como lo había pensado (obsesivamente), teniendo en cuenta que acabé en la temida sección de cesáreas sintiéndome culpable— y ojalá hubiera estado más preparada sobre lo frustrante y desafiante que iba a ser amamantar al bebé y lo mucho que iba a sufrir mi autoestima. Apenas se habla de la depresión postparto, de la soledad o de la pérdida de identidad y confianza. Es mucho más cómodo hablar de las distintas formas de arropar al bebé, de monitores para bebés y de hacer yoga después del parto.

#cagadademiedo: Sobreviví al shock inicial de la maternidad, como casi todas las madres, y ningún vuelo para visitar a algún cliente exigente iba a detenerme ahora. Lo único es que no podía verme a mí misma sacándome la leche durante el vuelo. ¿De dónde sacan otras mujeres el valor para hacerlo? Si lo pienso, creo que sacarme la leche fue la peor parte de ser madre. Me sentía insignificante y no conseguía meterme en ese rollo zen del yoga para mamás; hay que hacerles un monumento a las madres que viajan y consiguen apañárselas para sacarse la leche y toda esa parafernalia, despegarse valientemente de los lamentos de sus pequeños y organizar todos los detalles con una firme decisión y coraje.

La idea de congelar botellas de mi leche y cargar con ellas en una nevera desde India o Corea (de donde eran mis clientes) me daba repelús y me ponía de los nervios. No quería ni pensarlo. Era una cobarde. ¿Conjuntar mi sacaleches Medela con la moda de Kate Spade? No lo veía muy claro.

#unrespetoalasmadres: Tras el permiso por maternidad volví al trabajo durante diez meses (después pasé a trabajar desde casa y con horarios flexibles). Y entonces, a escaquearme de las conferencias celebradas en hoteles de lujo, a acabar la tarde con mis órganos productores de leche a punto de explotar y sin una sola sala de lactancia a la que poder ir. ¿Por qué los organizadores de las conferencias no añaden ese detalle al formulario de inscripción? Mi nivel de renta no es asunto vuestro, pero mi condición de madre lactante, ya lo creo que sí. Tengo una idea, señor recepcionista: ¿por qué no me presta una de las 435 habitaciones que tiene en este hotel en vez de sugerirme que me vaya al baño? Era una situación humillante y nunca tendría por qué serlo. Debería haber salas enormes y relucientes por todas partes para hacer "cosas de mamás": en los aviones, en los trenes, en los hoteles, en las tiendas..., ¡por todas partes! ¿Cómo puede la gente oponerse a que las madres amamanten a sus hijos en público?

#muyvistoperocierto: Convertirme en madre cambió mi vida y mi carrera profesional de la noche a la mañana. Me fusioné con el sofá, amamantaba al bebé continuamente mientras me deprimía viendo cómo mis compañeros de trabajo acudían a reuniones interesantes, cenas divertidas y salían por ahí juntos. Había trabajado para una empresa en la que cualquier persona habría querido estar y había formado parte de algo fantástico: mi trabajo era una pasada. Me llevó un tiempo volver a sentirme yo misma y acoger todos los cambios que llegaron con este nuevo trabajo. Luché por redefinirme y recuperar la autoestima.

No hay trabajo más duro que este, pero cada vez que llegue un momento en el que me sienta hecha polvo, ahí estará mi hijo para achucharme y decirme: "¡Qué guapa eres, mami!". El camino ha sido duro, pero me he dado cuenta de que pese a que este trabajo no me da bonos de vuelo, no tiene tanto swag y mi rendimiento no es siempre el mejor, es el trabajo de toda una vida, del que no me pienso marchar.

Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.