‘Amistad’, y tú ¿con quién juegas?

‘Amistad’, y tú ¿con quién juegas?

Sí, tiene aires de comedia macabra. Pero comedia, al fin y al cabo.

'Escena de 'Amistad'Javier Naval

¿Se divierte con sus amigos? ¿Y cómo se divierte con ellos? Son las preguntas que uno se acaba haciendo cuando se ve Amistad de Juan Mayorga, el dramaturgo español más representado en el mundo con el permiso de Jordi Galcerán, en las Naves que el Teatro Español tiene en el Matadero de Madrid.

Las preguntas son pertinentes. Imagine que, ya bien entrado en la cincuentena, un amigo le propone jugar a los velatorios. Ustedes son tres, que desde que Yasmina Reza escribiese Arte para hablar de amistad siempre se escogen tres personajes. Uno se meterá en el ataúd durante un tiempo determinado, controlado con un despertador de los de la abuela, ¿en un tiempo de móviles? Mientras los otros dos representan la farsa de condolerse, hacerse confidencias sobre el finado. Hasta compartir secretos, secretillos y maledicencias. Afuera del sótano en el que juegan, se celebran las fiestas del pueblo o la ciudad de provincias en la que se encuentran.

Sí, tiene aires de comedia macabra. Pero comedia, al fin y al cabo. Una baza para ganarse a un público que aprecia mucho el reírse o, al menos, el sonreírse. Y, aunque no es una comedia desopilante, y el tema podría llamar a otras puertas y otros derroteros, se sale de muy buen rollo de esta obra.

Tal vez podría describirse como una de esas comedias inglesas clásicas de los estudios Ealing. A las que la crítica gusta referirse cuando trata de prestigiar de lo que habla. Referencias que ya nada dicen a los más jóvenes, que sin embargo sobrentienden mucho sus mayores. Aunque ni unos ni otros las hayan visto.

Como la cosa se repite tres veces, una por cada amigo, en las que se cuentan las mismas historias desde distintas perspectivas, la cosa se hace algo repetitiva. Es cierto que gracias a esa repetición y cambio de punto de vista, se puede completar la historia de los tres amigos de infancia. Es un buen truco, porque de alguna manera se mantiene vivo el interés del público. Que poco a poco va uniendo piezas, aunque no se llega a finalizar el puzzle.

Tampoco se cree que ese sea el objetivo del autor. Un autor cuyo pasado de estudios matemáticos hacen pensar que esta obra está trabajada como una variación con repeticiones. Y su pasado filosófico, como un juego en abstracto, sin objetivo. Un lance de salón entre colegas en un club inglés. ¡Vaya por Dios, otra vez la referencia a la cultura inglesa! Bueno, más bien a lo que se piensa en España que es dicha cultura. La verdadera, como pone de manifiesto el Brexit, Boris Johnson y el UKIP (por cierto, ¿qué ha sido de este partido y de Nigel Farage su máximo representante?)

La impresión es que se trata de un juego que no va más allá que de eso, de jugar. Y que tiene la gran suerte de que los convocados al mismo son tres actorazos: Ginés García Millán, José Luis García-Pérez y Daniel Albaladejo. De tradición española, sí, pero de los que también se podría decir que de tradición inglesa. De saber poner un texto en el escenario, que va más allá de decirlo, o darle voz, e, incluso, de actuarlo.

Son ellos la clave de la obra. Los responsables de que triunfe. Pues, el texto se queda corto, y todo lo demás es eficaz. Suficiente. Ni se pasa, ni queda corto. Son ellos los que les dan alas. Las que introducen frescura y humanidad.

Los que convierten el tópico, el de la rencilla soterrada, el rencor, los celos y otras mandangas amistosas en reconocibles. Al menos, las mandangas de la amistad masculina. En el que una mano en la pierna o un piquito, dan que pensar a quien lo recibe, y hacen que haya que poner límites. No se vaya el otro a imaginar lo que no es. Aunque lo que se intuye, no es que el otro imagine, sino que acabe siendo realidad lo que se imagina.

Todo esto que puede parecer baladí, no lo es tanto. Porque si al público parece decirle y divertirle lo que ocurre en escena, pone de manifiesto que, al menos los asistentes, comparten opinión y punto de vista sobre la amistad y las maneras de relacionarse. Que piensa que, al menos, la amistad entre hombres va por ahí. Y que el debate sobre las nuevas masculinidades ni pasa, ni está pasando.

Ni, aunque Dumas, el personaje al que se le ocurren todos los juegos como el del ataúd que los otros siguen, vestido de riguroso traje, lleve las uñas pintadas de negro. Y sobre las que no recuerdo que se haga mención, teniendo en cuenta el contexto en el que se mueven. A diferencia del juego que se tienen con el aparente reloj que lleva uno de ellos y que todos quieren. Pieza que no falta en el joyero masculino y que se luce, sobre todo, cuando se sale a (re)matar, ya me entienden.

Cosas que, quizás, poco importan a un espectador que habrá estado pensando quién es quien en su círculo de amistades. Con quién forma ese grupo de tres con el que queda para compartir anécdotas, que suele ser siempre la misma o las mismas. A quien se somete con gusto y agrado, a pesar de que siempre está revelándose y rivalizando, pero poco. Y, en parte, puede que esa felicidad y contento con el que sale se deba a que más que reírse o sonreírse de lo que pasa en escena, es que se ríe o se sonríe de lo que le pasa en la vida.

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Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.