El amor tóxico

El amor tóxico

Mi amor, la brutal película de Maïwenn Le Besco, refleja brillantemente la degradación de esas personas que se ven atrapadas en historias de amor tóxico. Y a veces, ese infierno, el de la mujer atrapada en esta historia, casi parece una película de terror.

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El amor no es destrucción. Si lo es, destrucción, ya es otra cosa. Puede ser atracción, deseo, dependencia... Todo -eso sí- de una manera desmesurada, descontrolada, mal interpretada, enfermiza. Cuando el amor va asociado a la destrucción, hay una víctima y un verdugo. La víctima es la mujer (o el hombre gay: hay mucho maltrato silenciado en las relaciones gays) y el verdugo es el hombre. Habitualmente es así, forma parte de los códigos del temible juego.

Estamos cansados de leer las noticias en los periódicos, de escucharlas por la radio o de verlas por la televisión. Nos quedamos con esa noticia, casi siempre la de la muerte de la mujer a manos de su maltratador, y nos imaginamos lo que pudo haber detrás. El desprecio, la humillación, los malos modos, los desprecios, los gritos, los golpes... La risa encantadora que acaba convirtiéndose en mueca amarga. El beso que ya no es beso sino salvaje mordisco. La caricia que, de pronto, se vuelve bofetada, patada, puñetazo, cuchillo. Lo que se escapa a la comprensión de las personas decentes. Lo más irracional del ser humano. Un infierno, lógicamente. Una carrera ascendente de maltrato físico o psicológico (o de ambos, en la mayoría de los casos) hasta el fatal desenlace. Si no hay asesinato, el destrozo psicológico de la persona maltratada es desgarrador. Se tarda mucho tiempo en recuperarse de todo eso. Las sombras siempre están ahí: intensas, furiosas, amenazantes, destructivas. No es sencillo librarse de todas esas huellas, que siempre son demasiado profundas.

Pienso en todo esto después de ver Mi amor, la brutal película de Maïwenn Le Besco. Digo brutal y creo que digo bien. De principio a fin. La manera en la que la protagonista (impresionante Emmanuelle Bercot, ganadora de la Palma de Oro de Cannes: su rostro, enamorado o descompuesto, cabreado o indefenso, refleja a la perfección el calvario que atraviesa) se deja llevar por ese tipo (impresionante también Vicent Cassel, el canalla "irresistible", ofreciendo una de cal y otra de arena, la caricia y el cuchillo, el beso y el mordisco) cuya actitud se ve venir de lejos. El modo en el que está atrapada -¡durante diez años!- en esa relación tóxica, completamente destructiva. Los oídos sordos que ella, la mujer (inteligente, preparada, con un buen trabajo), hace a quien le aconseja que se largue de ahí, que nada va a cambiar, que la relación con ese hombre va a terminar con ella. Todo es sobrecogedor. Abruma la obsesión, la tensión. Hiela la sangre y te deja el corazón en un puño. Estremece.

La cinta refleja brillantemente la degradación de esas personas que se ven atrapadas en historias de amor tóxico. Y a veces, ese infierno, el de la mujer atrapada en esta historia, casi parece una película de terror. Incluido ese final, levemente ambiguo, tan poético como turbador. Como, ya digo, en esas películas de terror en las que sabemos que la víctima, después de múltiples vaivenes, creyéndose a salvo, sigue acorralada, al borde del precipicio.