La mirada de Emma Cohen

La mirada de Emma Cohen

Hay ojos que no dicen nada y hay ojos que lo dicen todo, sin necesidad de gestos ni palabras. Los ojos de Emma Cohen pertenecían a este último grupo. No importa la etapa de su vida en la que esté tomada la fotografía. Sus ojos, grandes y claros, transmiten magia, misterio, ternura, sabiduría, sinceridad, verdad, rebeldía, inconformismo, transparencia, serenidad, lucidez, limpieza.

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Hay ojos que no dicen nada y hay ojos que lo dicen todo, sin necesidad de gestos ni palabras. Los ojos de Emma Cohen pertenecían a este último grupo. No importa la etapa de su vida en la que esté tomada la fotografía. Sus ojos, grandes y claros, transmiten magia, misterio, ternura, sabiduría, sinceridad, verdad, rebeldía, inconformismo, transparencia, serenidad, lucidez, limpieza. Esa limpieza, tan difícil de encontrar en los adultos, y que remite inevitablemente a la infancia, paraíso que en ella, Emma, intuías siempre cercano, siempre presente. Hay algo en esos ojos que te lleva a pensar que, de niña, corría a esconderse en algún rincón para escribir, para jugar, para imaginar. Que subía al desván o a lo alto de un árbol para crear sus propios mundos. (Eso mismo que pensamos de aquella mujer genial que fue Ana María Matute, constantemente recordada). Era un placer contemplar esos ojos que inventaban mundos y pasiones, que cruzaban salas o teatros para encontrarse con otros ojos (los del espectador o los de algún amor, quién sabe), que le decían a la cámara lo que pululaba por el interior de su cabeza y de su corazón. Ojos que acumulaban enredos y travesuras. Ojos que imaginaban historias y guardaban más de un secreto. Ojos que seducían y que nunca engañaban.

Ha muerto Emma Cohen, a los sesenta y nueve años, casi en silencio. Y la tristeza no sólo viene provocada por esa muerte, sino porque uno tiene la sensación de que, una vez más, este país no ha sido demasiado justo con ella. No le hubiese venido mal algún premio o reconocimiento a una carrera tan variada y extensa. El trabajo de una mujer inquieta, que no se conformaba con ponerse delante de una cámara o subirse a las tablas de un teatro. De aquellos años de mito erótico y underground a los últimos tiempos, convertida en una venerable señora de pelo blanco con alma de vagabunda y la inquietud intacta. Eso decían sus palabras. Y sobre todo, claro, sus ojos. Ese enérgico resplandor.

Entre medias, entre el mito erótico y la venerable señora del pelo blanco, películas, cortometrajes, teatro, literatura, televisión... Muchos personajes, creados o interpretados. Y para toda una generación, un personaje inolvidable: la gallina Caponata que vivía en aquel Barrio Sésamo y con la que tantos niños merendábamos. Hay que ser muy inteligente para pasar de aquella imagen sensual a meterse en el pellejo de una gallina tan particular. Esta clase de transiciones nunca son casuales. La lucidez y la inteligencia suelen estar detrás de ellas.

El amor. He dejado el amor para el final. ¡Qué ternura producen esas imágenes de los dos, ya casi ancianos, Emma y Fernando, apoyados el uno en el otro! Ya sabemos que hay gente que criticó que ella dejase su carrera para cuidarle durante sus últimos años. Verdaderamente, hay gente que todo lo critica, qué cansancio. Cuando la norma básica debería centrarse en el respeto de las decisiones libremente tomadas y aceptadas por cada persona. Ella misma lo dijo en una entrevista: Fernando fue el faro que iluminó mi vida durante treinta y siete años. Sinceramente, creo que no se puede añadir nada más. Descanse en paz, señora Cohen. Tardaremos en olvidarla.