Un (merecido) Donostia para Sigourney

Un (merecido) Donostia para Sigourney

Cuando pienso en Sigourney Weaver, más allá de los fotogramas de cualquiera de sus películas, la imagen que viene a mi cabeza es la de la actriz en la ceremonia de los Oscar de 1988. Sigourney estaba nominada en dos categorías: como mejor actriz principal por 'Gorilas en la niebla' y como actriz de reparto por 'Armas de mujer'. Aunque era merecedora de cualquiera de ellos, y a pesar de haberse hecho con el Globo de Oro en ambas categorías, no se llevó ninguno de los premios. No importa. Sus interpretaciones serán tan recordadas y alabadas en cualquier época como lo fueron en su momento, con premio o sin él.

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Sigourney Weaver, premio Donostia 2016.

Cuando pienso en Sigourney Weaver, más allá de los fotogramas de cualquiera de sus películas, la imagen que viene a mi cabeza es la de la actriz en la ceremonia de los Oscar de 1988 (celebrada en abril del año siguiente). Aquel año, Sigourney estaba nominada en dos categorías: como mejor actriz principal por 'Gorilas en la niebla' y como actriz de reparto por 'Armas de mujer'. Tanto en una categoría como en otra, tenía grandísimas competidoras. Sigourney, aunque era merecedora de cualquiera de ellos, y a pesar de haberse hecho con el Globo de Oro en ambas categorías, no se llevó ninguno de los premios. No importa. Sus interpretaciones serán tan recordadas y alabadas en cualquier época como lo fueron en su momento, con premio o sin él.

Pero vuelvo a la imagen que me viene a la cabeza y que podría resumir perfectamente la esencia de esta actriz nacida en Nueva York, el 8 de octubre de 1949 y a la que el Festival de San Sebastián acaba de concederle uno de sus premios más importantes, el Donostia (que recogerá el próximo septiembre, con proyección de su último trabajo, bajo la dirección de Bayona, incluida). La actriz, aquella lejana noche de finales de los ochenta, vestía un largo y sencillo vestido blanco. La melena, corta y rizada. Estaba realmente espectacular.

Elegante y sofisticada, con aquel mismo porte aristocrático que tenía la escritora Djuna Barnes, Sigourney era una digna heredera de las grandes mujeres del cine clásico. De Katherine Hepburn a Lauren Bacall, por citar sólo dos ejemplos. Posee ese glamour -que, desde luego, no está reñido con la simpatía ni con la amabilidad- que a ratos tenemos la sensación de que se ha ido perdiendo, lamentablemente, entre la vulgaridad y el vértigo de estos tiempos que parecen no valorar demasiado aquel glorioso pasado. La elegancia, el glamour y el buen hacer interpretativo.

Sigourney pertenece a ese selecto grupo de actrices que, independientemente de la mayor o menor calidad de de la cinta que están protagonizando, ellas siempre están bien. Salvan cualquier función. Aunque, ya digo, el producto no esté a su altura.

Aparte de las películas mencionadas un poco más arriba, no sería justo dejar de recordar 'Alien, el octavo pasajero', 'La calle de la Media Luna', 'La muerte y la doncella', 'La tormenta de hielo', 'Mi mapa del mundo' o el telefilme 'Prayers for Bobby'. Son ejemplos de la versatilidad de esta actriz, una de las mejores de su generación, ahora justamente recompensada en San Sebastián. Ese festival que, con su Donostia, tanto y tan bien ha premiado a las mujeres. La lista es larga y en ella figuran los nombres más brillantes (salvo uno, quizá) del cine de todos los tiempos.

Sigourney, desde aquel breve papel en 'Annie Hall', ha ido haciendo su camino. Como otras actrices de su edad, con complicaciones y altibajos porque no siempre les ponen las cosas fáciles. También, como a esas otras actrices de su edad, puede que le falte ese gran papel donde plasmar el talento y la sabiduría que otorgan los años. Puede que ese papel llegue en cualquier momento. Seamos positivos. Y que veamos a la actriz, de nuevo en la alfombra roja, como en aquella lejana ceremonia de los ochenta, con un vestido blanco o de cualquier otro color, tan emocionada y radiante como entonces.