Volver: un proyecto socialista para la mayoría

Volver: un proyecto socialista para la mayoría

El PSOE encarna en España una izquierda institucional y con cultura de gobierno, pactista y pragmática, europeísta, que entiende que el progreso se compone de pequeños pasos y no (solo) de grandes declamaciones. Esta combinación de elementos (izquierda, reformismo, europeísmo) lo hace único. Lo sigue siendo en esta ocasión. Los demás, o no son de izquierdas, o no son reformistas, o no son europeístas.

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Foto: EFE

En estos tiempos revueltos y convulsos en que proliferan las ofertas electorales y los ciudadanos parecen buscar sensaciones fuertes en la papeleta, no es fácil hacer oír el mensaje del socialismo reformista. Como le ocurre a los demás partidos socialistas europeos, el PSOE no puede presumir de ser nuevo: tiene una larga historia detrás. Tampoco de ser radical, revolucionario o rupturista. El PSOE es hoy un partido centenario e institucional, democrático, universalista y reformista. No se puede separar de su historia, que acompaña a la de España, ni desde luego de la experiencia de las generaciones de hombres y mujeres que se asociaron a sus siglas. Ellos son quienes han trazado la trayectoria del PSOE, una trayectoria y una hoja de servicios al país que incluye, por supuesto, errores, fracasos y fechorías; claroscuros, en definitiva, pero en los que los claros dominan rotundamente sobre los oscuros. El PSOE encarna en España una izquierda institucional y con cultura de gobierno, pactista y pragmática, europeísta, que entiende que el progreso se compone de pequeños pasos y no (solo) de grandes declamaciones. Esta combinación de elementos (izquierda, reformismo, europeísmo) lo hace único. Lo sigue siendo en esta ocasión. Los demás, o no son de izquierdas, o no son reformistas, o no son europeístas.

En un momento en que la política resulta sospechosa, haber sido izquierda de Gobierno, haber sido Gobierno ha hecho que para mucha gente el socialismo reformista se sitúe en el lado del problema (puesto que ha gobernado) y no de la solución. Los discursos basados en las dicotomías viejo-nuevo, arriba-abajo y el mantra de la casta construyen y/o refuerzan intencionadamente esa lectura. Son dicotomías, en realidad, diseñadas para confortarla.

Ahora bien, en democracia, la solución a los problemas de una sociedad siempre pasa por el Gobierno, por el hecho de gobernar, por lo que la acusación yerra el tiro. El argumento para sostenerla suele ser la llamada crisis socialdemócrata, es decir, la incapacidad del socialismo democrático, por su supuesta deriva neoliberal, para cumplir con su propósito de redistribución y corrección de excesos del capitalismo. O sea, no conseguir que la economía sea "social" además de "de mercado", según la fórmula consagrada; haber renunciado a la igualdad real de oportunidades, haberse conformado con unas políticas sociales insuficientes, y sobre todo, haber orillado un auténtico cuestionamiento del capitalismo neoliberal, origen in fine del vaciamiento de la democracia, con la consabida pérdida de soberanía en favor de las instituciones europeas. Unas instituciones y un proceso de construcción europea que son siempre tachados de perversos y al servicio del economismo, la desregulación y la globalización neoliberal.

Ante este tipo de análisis y diagnósticos, sin negar la parte de razón y sin dejar de reconocer los errores y las insuficiencias de gestión socialdemócrata, se impone recordar -incluso reivindicar-- algunos hechos. El hito histórico de la construcción europea: ¿acaso existe un mayor y mejor espacio a nivel global de regulación, libertades y protección social en el mundo que la Unión Europea? El Estado del bienestar, tal y como lo conocemos: ¿qué familia de la izquierda, si no es la del socialismo democrático, ha contribuido a crear y a apuntalar un sistema redistributivo, de igualdad de oportunidades, derechos civiles y sociales tan completo como el llamado Estado del bienestar, con sus distintas variantes y grados de desarrollo?

¿Qué familia de la izquierda, si no es la del socialismo democrático, ha contribuido a crear y a apuntalar un sistema redistributivo, de igualdad de oportunidades, derechos civiles y sociales tan completo como el llamado Estado del bienestar?

Un balance positivo no vale bula para el futuro. Pero menos aún es un lastre para encararlo. Sin duda, hay que corregir disfunciones, hay que adaptar políticas y estrategias a un mundo que cambia. Y hay que dar respuesta a esperanzas que se están viendo -crecientemente--defraudadas. Pero ello no obliga a desandar el camino ni a caer en las tentaciones redentoras del populismo, los egoísmos nacionales, regionales y locales que rompen los conceptos básicos de ciudadanía y de soberanías compartidas, y con ellos también la posibilidad de una igualdad efectiva, igualdad de oportunidades y de derechos, y conducen en última instancia a la xenofobia, la desesperanza y el odio. Los flautistas de Hamelín del populismo, el nacionalismo o el rupturismo, que ofrecen a una juventud urbana políticamente desengañada el señuelo de políticas más sexys, relatos más tajantes y estéticas más glamurosas a lo largo y ancho del continente, únicamente manejan discursos que conducen, en el mejor de los casos, a la melancolía; en el peor, al agravamiento de fracturas sociales, frustraciones y resentimientos colectivos cuyas consecuencias son de siniestro recuerdo en Europa.

La política, sobre todo la de izquierdas, no descansa y no puede hacerse reposar en la estética del momento fugaz, por muy evocadoras que resulten, desde Mayo de 68, las imágenes de la rebeldía juvenil, la de los indignados, los 15M y los Nuitdebout. Más allá de la épica y la estética de una revolución siempre pendiente, la vida cotidiana de millones y millones de trabajadores, de estudiantes, de mujeres, de inmigrantes y de excluidos se mejora con una ética del quehacer cotidiano que sin duda es menos apetecible, ideológicamente menos pura, más gris, más difícil y tediosa, pero que al final es la que distingue a la política de la declamación; al socialismo de la agitación estéril. Una ética y una práctica socialista sin aspavientos, que es la única efectiva cuando se trata de corregir desigualdades, incorporar derechos y construir horizontes de vida reales.

De todos los eslóganes manejados recientemente por el PSOE, hay uno que ha pasado desapercibido y que sin embargo señala bien la esencia misma del socialismo y de su diferencia con los demás partidos y corrientes: "Ser socialista es hacer". En estos tiempos líquidos y mediáticos, donde en política prima hablar para no decir, pronunciar el término de moda en el instante de tele adecuado, posar y "representar" en el sentido teatral del término, se impone recuperar la austeridad del hacer. Del buen hacer. Es lo que marca la diferencia, y sobre todo, lo que efectivamente transforma la realidad. No es progresista o de izquierdas el que declama, sino el que hace.

Los socialistas tenemos la responsabilidad de hacer balance y examinar críticamente, sosegadamente, los desafíos a los que nos enfrentamos en nuestros días. Identificar las oportunidades, desmontar los miedos, sortear las trampas y denunciar las falsas soluciones mágicas que amenazan y surgen siempre en momentos de crisis. Restablecer el compromiso con el progreso, sin atajos y sin retrocesos. Imaginar y trazar las transformaciones pendientes de la sociedad española. Pensar y preservar España como un espacio público de ciudadanía, de laicidad y de una democracia más deliberativa, donde primen las libertades de las personas y no las identidades excluyentes de territorios, de naciones homogéneas o de sectarismos de cualquier clase. Establecer un horizonte común e incluyente, que una y que no separe, que no deje a nadie atrás y que no se construya frente a nadie: un proyecto de país de todos y para todos. Las prioridades son las que el socialismo ha mantenido siempre, en la bonanza y en las crisis: igualdad y progreso, crecimiento y redistribución económica, justicia social, avance ecológico. Con unos servicios públicos, universales y de calidad, en sanidad, en educación y en vivienda. Con un sistema de protección social sostenible y homologable al de los países más avanzados de Europa, que no es verdad que no se pueda financiar en España. Recuperar el aliento y seguir avanzando hacia esta pequeña lista de objetivos, que nada tiene de antisistema ni de revolucionario en sí misma, sería un profundo cambio de rumbo que abriría, en España, el camino de una auténtica revolución reformista.

Esa es la posición natural del PSOE. Allí es donde le espera la sociedad española. Ese es el espacio y esa ha de volver a ser su ambición, la suya y la de todos los socialistas, de todos los progresistas españoles: la de una izquierda ambiciosa y reformista, con vocación de mayoría. Que representa, que hace y que transforma sin necesidad de sobreactuar ni travestirse: un partido útil. Sin postureo, sin extremismos, sin estridencias; con capacidad de diálogo, de adaptación y de acuerdo, pero con un compromiso socialista y democrático que ha acompañado su acción política y social a lo largo de tres siglos, en la oposición o en el gobierno, en la clandestinidad o en el exilio, en las instituciones y en las calles. Y que tiene que poner de nuevo en primera línea, no sólo para volver a ser el partido que mejor representa a la sociedad española, sino para ser de nuevo el partido que mejor representa lo que España quiere ser.