La verdad sobre las pruebas PISA

La verdad sobre las pruebas PISA

Las pruebas PISA no sirven para nada porque son una constatación del estado (malo, a tenor de los resultados) del sistema educativo que no viene acompañado de una serie de propuestas de mejora. Además, los alumnos no se toman la prueba en serio porque no cuenta para su nota.

EFE

Me dejaré de tecnicismos y corrección política y os contaré cómo vivimos en los institutos de secundaria esto de las pruebas PISA.

Las pruebas PISA no sirven para nada salvo para que, cuando salga el ranking, los políticos de turno se vanaglorien, despreciando a los que han quedado más abajo; para que pedagogos salidos de debajo de las setas nos hablen de nuevas metodologías que ellos no han aplicado en su vida porque no han pisado un aula nada más que para repartir un test sobre sexualidad o vete tú a saber qué; y para que los ciudadanos (que ya sabemos que todos llevamos un entrenador de fútbol y un docente dentro) nos enmienden la plana a todos los que, cada mañana, trabajamos dando clases a angelitos adolescentes.

Y digo que no sirven para nada porque son una constatación del estado (malo, a tenor de los resultados) del sistema educativo que no viene acompañado de una serie de propuestas de mejora:

- Vale, los resultados son pésimos, ¿no?

- Sí, estamos a la cola de la OCDE en bla, bla, bla.

- ¿Y qué hacemos para mejorar?

- ...

- ¿Oiga? ¡Oiga!

Y así, informe Pisa tras informe Pisa. Comprenderán que haya perdido la fe en este test de diagnóstico.

Hace unos meses tuve la suerte de coincidir en unas jornadas sobre Educación con un miembro del comité PISA que se quedó sorprendido con las revelaciones que ahora comparto por escrito:

Hay centros donde las pruebas se preparan semanas antes de su celebración. Tal cual. Se supone que son exámenes que versan sobre las competencias y destrezas básicas que debe poseer el alumnado y que son medidas por sorpresa, sin preparación previa, para que la constatación del nivel de los estudiantes sea lo más fiel posible a la realidad. ¡Tururú!

Hay centros donde el alumnado, antes de su celebración, practica con pruebas de otros años para que sepa de qué va cada pregunta. Lo sé porque, en un centro, me negué a prepararlas; si tenemos el nivel bajo, que se vea.

Los alumnos, por normal general, pasan de las pruebas PISA. Reproduzcamos una conversación muy frecuente el día del examen:

- Profe, ¿esto cuenta para nota?

- No, son unas pruebas que intentan medir...

- Bah, pues lo dejo en blanco.

- ¡No, hombre, no hagas eso! ¡Sabes de sobra contestar!

- Que paso.

Efectivamente, luego te encuentras el examen en blanco o respondido a medias o con auténticas chorradas por respuesta. Sin embargo, para eso estoy yo, ¿verdad? Para hacer que el alumnado responda lo mejor posible a todas las preguntas y se lo tome en serio. Pero ¿no habíamos dicho que eso de obligar, como que no? ¿No había que quitar los exámenes? Discúlpenme, pero es que yo, a estas alturas, ya no me aclaro.

Muchos profesores también corregimos de aquella manera las pruebas. Es común que, el que puede escaquearse, se escaquee. ¿Competencia Lingüística? ¡Para Lengua! Oye, ¿pero es que en tu asignatura no usáis el lenguaje humano como herramienta comunicativa? ¿Es que tú no valoras la ortografía o la redacción de los escritos de los alumnos? No, no, eres de Lengua, y tú y tu departamento os repartís todas las pruebas del centro del ámbito lingüístico.

También está la desgana: por todo este descreimiento que estoy planteando, la corrección de las pruebas tiende a batir auténticos récords de velocidad. No olviden que, posteriormente, hay que pasar los resultados a un estadillo y luego al sistema informático. Todo eso, mientras tienes los propios exámenes de tu asignatura por corregir, trabajos, clases... PISA es la guinda del pastel.

Por lo tanto, recopilamos:

  1. Los alumnos no se toman la prueba en serio porque no cuenta para su nota.
  2. Los profesores lo vemos como un timo porque, a pesar de los malos resultados, no se atiende a nuestras propuestas de mejora. Es más, ni se plantean propuestas de mejora, por lo que, mucho menos, se aplican.

Conclusión: una herramienta excelente para poner de manifiesto el estado del sistema educativo de un país se ve reducida a una simple obligación engorrosa carente de valor porque, a malos resultados, no acompañan medidas correctivas que reviertan la situación.

¡Hasta el próximo PISA!