Ley y orden

Ley y orden

Uno de los déficits democráticos que sufrimos pasa por un desinterés, no sé si fomentado, por dos aspectos que son nucleares en nuestras vidas: la economía y el derecho.

Vivimos tiempos convulsos en los que los conocimientos consuetudinarios, el florido refranero y las fuentes de información de confianza ya no valen para nada. Hace tiempo que dejé de creer que, cuando un imbécil te hace la vida imposible, siempre te queda la esperanza de "ver pasar su cadáver por delante de la puerta" sentada en una silla de enea haciendo calceta. Los años no sólo valen para comprobar que el neceser aumenta de tamaño entre ungüentos y medicinas, sino para tener una base de datos estadística que demuestra matemáticamente que hay gente que por muy mal que se comporte, por muy falta que vaya de ética y de vergüenza, nunca paga por lo que ha hecho. Así de simple.

Y esto nos toca explicarlo a los abogados cada vez que alguien clama en busca de justicia aristotélica, cada vez que el agujero negro de esa peligrosa combinación que es la ley y los tribunales entra en funcionamiento. Por impopular que sea, tengo que decir que ya me gustaría que la media de los ciudadanos se hubieran molestado en dedicar una parte de su tiempo en entender las reglas que rigen su vida, aunque sean menos "user friendly" que las que manejan un iPad. Pero uno de los déficits democráticos que sufrimos pasa por un desinterés, no sé si fomentado, por dos aspectos que son nucleares en nuestras vidas: la economía y el derecho.

Sin llegar ni a la relevancia ni a la inconsciencia -espero- de Paul Krugman, ese otrora nobel economista convertido en tertuliano-futurólogo con blog, y sin la brillantez de ese gran periodista de tribunales que es José Yoldi, cuya crónica de los lunes en El País resulta insuperable, espero desde aquí hacer más llevadera la digestión de temas legales. No prometo que siempre sea posible pero se hará lo que se pueda.