Ver o no ver: el porno en el museo

Ver o no ver: el porno en el museo

Más allá del morbo o la provocación, en Porn That Way los comisarios Patsy Henze, Laura Méritt, y Sarah Schaschek articulan la pornografía directamente como termómetro de la relación social con el cuerpo, del impacto del sida, de la experiencia física como experiencia política, y de la responsabilidad sobre el propio deseo y las propias decisiones.

«En esta foto obscena que a escondidas / se vendió en la calle (para que no la viera el policía), / en esta foto pornográfica, / cómo puede haber una cara / tan de ensueño; cómo puedes estar tú aquí.»

C. P. Cavafis, fragmento de Así (1913).

Una letra explícita, un orgasmo cantado y una oda al sexo sin amor: "Te amo... Yo tampoco". En 1968 Serge Gainsbourg y Brigitte Bardot grabaron "Je t'aime... Moi non plus" aunque ella no permitió que se publicara hasta los años ochenta, mucho después de que la versión con Jane Birkin -también amante del cantautor- hubiera escandalizado a medio mundo. A quienes amordazarían la radio al oír eso, aún les resultará peor lo que se ve -porque se ve, vaya si se ve- en la muestra del Schwules Museum* Porn That Way (Berlín, hasta el 31 de marzo), sobre la pornografía homosexual desde el siglo XIX hasta la actualidad.

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Imagen del vídeo promocional de Porn That Way (desde 2015), © Schwules Museum*.

La pornografía, con su hiperrealismo anatómico y su documentalismo fisiológico, se fundamenta en la mostración, en el imperio del ojo. Dejando al margen los artificios circenses -según Alan Soble en Pornography, Marxism, Feminism and the Future of Sexuality (1986), es gratificante contemplar lo que a uno le gusta hecho con especial habilidad-, en el porno, lo que se ve es lo que hay, y no hacen falta esfuerzos porque, siguiendo el principio cinematográfico de visibilidad óptima, ya se encuadra y describe todo lo esencial -así, por inverosímil que resulte, ni las eyaculaciones se producen en ningún lugar donde no sean visibles-. Para Nagisa Ōshima, director del film El imperio de los sentidos (1976), la pornografía es la revelación de lo oculto que se quiere ver y que, una vez visto, deja de ser obsceno para convertirse en liberador. Quizá por eso tantas veces observamos a nuestro alrededor ansiando descubrir más, como hace el artista Juan Carlos Martínez en su serie Secret Photography (desde 2013), en la que la cámara del móvil captura furtivamente aquello que la mirada y el deseo han seleccionado antes.

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Juan Carlos Martínez, imágenes de la serie Secret Photography (desde 2013), © cortesía del artista.

En Porn That Way no hay obras de arte que se deslizan hacia lo pornográfico, sino carteles de películas, fotos explícitas, artilugios sexuales de rotunda obviedad, y cámaras y documentos de todo tipo a modo de testimonios de la prosaica realidad de una industria y un fenómeno cultural dedicados a la exhibición de lo íntimo. Dicho de otro modo, la misma puesta en escena de la exposición es pornográfica en tanto desvela los entresijos de algo en lo que secretamente queremos cotillear. De hecho, es coherente con el mecanismo más básico de los museos -privilegiar la vista por encima de cualquier otro sentido-, aunque con una diferencia fundamental: centrado en una mecánica corporal desprovista de sentimientos que deja poco a la imaginación, el porno excita pulsiones muy primarias, mientras que el museo suele excitar la mente a muchos otros niveles.

Por otro lado, el museo hace cotidiano lo excepcional y excepcional lo cotidiano, porque tiene la misión cívica de construir canon, es decir, de mostrar lo que se considera importante para la cultura que lo acoge. Así, más allá del morbo o la provocación, en Porn That Way los comisarios Patsy Henze, Laura Méritt, Kevin Clarke y Sarah Schaschek articulan la pornografía directamente como termómetro de la relación social con el cuerpo, del impacto del sida, de la experiencia física como experiencia política, y de la responsabilidad sobre el propio deseo y las propias decisiones. Por tanto, superada la sorpresa, el espanto o la risita nerviosa, una exposición como esta puede hacer del porno algo tan cercano y tan didáctico como lo que el artista Federico Sposato muestra en I- After Export (2014), donde lo erótico de un vestuario sugerente se desvanece al confrontarse con la anodina normalidad de una plancha, a la vez que plantea nuevos -y necesarios- modelos de masculinidad.

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Federico Sposato, I- After Export (de la serie After, 2014), © cortesía del artista.

Por poco edificante, interesante o apropiado que resulte para algunas y algunos una exposición como Porn That Way, es un ejemplo paradigmático de lo que deben hacer los museos: dar a ver y poner en valor. Evidenciar lo relevante, vamos. A los museos han llegado las producciones de los pueblos que antes se consideraron periféricos o inferiores, manifestaciones culturales como la moda o los videojuegos que antes se consideraban indignos de grandes exposiciones, y en el caso del Schwules Museum* -de "Schwule", "maricón" en alemán-, desde 1985 se trata de la visibilidad y la normalización de la cultura y los colectivos de lesbianas, gays, bisexuales, intersexuales, transexuales, y el largo etcétera contenido en su asterisco, autorizando así las imágenes de realidades que a menudo se han considerado margen, disidencia, desviación y, directamente, problema que erradicar mediante la invisibilidad -todo aquello a lo que Román Gubern se refiere en un libro todavía vigente, La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas (1989), sobre las representaciones condenadas por la sociedad biempensante-. Como no hubo suficientes mordazas para Gainsbourg, Bardot o Birkin, ante el posicionamiento ético y la voluntad crítica de iniciativas como las del Schwules* también van cayendo las vendas opacas del adoctrinamiento y la moralina.